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Acordes graves pero estables

La música jazz en directo sigue gozando en Madrid de una mala salud de hierro basada en las actuaciones a pequeña escala Las viejas salas se resisten a apagar la luz

samuel sánchez

El batería se levanta con las baquetas. Toca en el tambor, en la pared del pasillo y recorre las botellas de detrás de la barra sin perder el compás. Hasta que vuelve al escenario envuelto en un furor de aplausos. Es Marc Ruiz, integrante del cuarteto formado por Sax Gordon, Lluis Coloma y Manolo Germán. Lo hace en el Café Central, uno de los locales de jazz que resiste en Madrid pese al minoritario público que aglutina este estilo musical y las inclemencias económicas provocadas por la crisis.

Hay algunos más. La Sala Clamores, el Populart, el Bogui o el Segundo Jazz Club son ejemplos con solera de clubes que sobreviven a una coyuntura social adversa. También sirven de modelo para algunos espacios más jóvenes, como el bar Plaza o el Barco, que emulan sus pasos con las denominadas jam sessions y actuaciones puntuales. Todos ellos basan el grueso de su actividad en difundir la música jazz por la capital. Y no lo tienen fácil: como cualquier negocio que gira en torno a la cultura o el ocio, su muro de contención soporta desde hace meses un descenso progresivo en el consumo, la desaparición de espectáculos que puedan potenciarlo o el aumento de impuestos y de trabas en su actividad.

No hay más que ver los datos. El consumo en ocio cayó un 18% en 2013 con respecto al año anterior, según la plataforma Salvemos la Música y la Noche. El peor año desde que comenzó la retracción económica para el sector: un 70% entró en pérdidas, aseguran. Culpan principalmente al aumento del IVA en 13 puntos, del 8 al 21%. En el caso del jazz se añade, indican, la poca presencia en los medios de comunicación y el desprecio por parte de la administración. El Ayuntamiento de Madrid, sin ir más lejos, suspendió el año pasado el Festival de Jazz, que calificaba como "prestigioso" y que llevaba 29 años "convirtiendo" a la ciudad en "capital internacional" del género.

Un saxofonisa en el Bogui Jazz.
Un saxofonisa en el Bogui Jazz.samuel sánchez

Por eso, en lo que coinciden los propietarios de estos clubes es en que esta dedicación se debe fundamentalmente a una pasión visceral por este tipo de música. A una "forma de vivir", tal como lo define Joaquín Romaguera en el libro El jazz y sus espejos, que contempla "dosis de libertad e improvisación" y de otros elementos como "el nomadismo, la movilidad, la complicidad con el auditorio o la participación emocional entre intérpretes y receptores". Nada de lucro o enriquecimiento.

"La cultura del jazz nunca ha sido mayoritaria", explica Gerardo Pérez, uno de los socios que gestiona el café Central desde hace 33 años, "pero ahora es muy jodido. Falta un circuito estable que permita a los músicos crecer". "Antes había pocos clubes y se tocaba en colegios mayores. Encima teníamos dos enemigos: el verano y el fútbol", advierte quien ha logrado mantener a 25 trabajadores y contar con Pedro Iturralde, Paquito D'Rivera, Chuchito Valdés o Tete Montoliú entre su cartel. "En los 80 había un fermento social después de 40 años de dictadura y se salía de copas todas las noches", argumenta Germán Pérez, encargado de la Sala Clamores de "sesenta y tantos" años. "Se vive, se gana un sueldo y, sobre todo, te gusta lo que haces", aclara este "melómano", que pasó unos años de camarero en Estados Unidos antes de regresar a la capital y ver que el panorama de jazz era "muy reducido".

Hogares para las notas improvisadas

  • Café Central. Está en la lista de los 100 mejores clubes del mundo por la revista especializada DownBeat. Activa desde hace 33 años (Plaza del Ángel, 1).
  • Sala Clamores. Abrió en 1981 y hasta 19 años después, en 2000, sólo programó jazz (Jacometrezo, 14).
  •  Bogui Jazz. Su dueño, nacido en Panamá, aterrizó en nuestro país hace cuatro décadas. Antes de rendirse a las actuaciones en vivo usó el local para restaurante y discoteca (Barquillo, 29).
  • Segundo Jazz Club. Hace 26 años que acoge también trova o ritmos latinos (Comandante Zorita, 8).
  • Café Populart. Ha acogido a notorios jazzmen españoles y extranjeros desde hace 25 años (Huertas, 22).

Hopeless, but not serious. Esta máxima inglesa -que viene a decir algo así como "No hay nada que hacer, pero tampoco es para tanto"- es la que utiliza Richard Angstadt, gerente del Bogui Jazz, para referirse a los tiempos actuales. Richard, al que todos llaman Dick, lamenta los avatares económicos pero subraya que en Madrid "hay más músicos y mejores que nunca y una oferta muy potente". "Hay una oferta bestial para los medios que tenemos", coincide Roberto López, heredero junto a su hermano del Segundo Jazz Club. "Hay calidad, pero falta educación y apoyo", sintetiza el hijo del que gestionó el legendario Whisky Jazz de los ahora setenta.

No solo los dueños bendicen el nivel de los jazzmen. Profesionales como el estadounidense Lou Marini o el español Javier Colina, considerado uno de los mejores contrabajistas del mundo, lo tienen claro. "Mi mundo en Nueva York es tocar en diferentes clubs a menudo, pero aquí tengo una gran familia y creo que hay muchos músicos jóvenes que quieren despuntar", apunta Marini. "He notado lo difícil que es tocar", añade el saxofonista, miembro de formaciones como los Blues Brothers. "Hace 25 años no había tanta gente tocando", corrobora Colina, "y se diversifica mucho". "Se actúa donde y con quien se puede y se dan clases. Eso ha sido siempre así", comenta este veterano contrabajista, que acompaña actualmente a la vocalista Silvia Pérez Cruz tras años de experiencia junto a músicos legendarios como Jorge Pardo, Luis Eduardo Aute o Compay Segundo. "Lo difícil es que sea un negocio que abastezca a tantos".

Una actuación en el Populart esta semana.
Una actuación en el Populart esta semana.samuel sánchez

Para todos ellos, el concepto de jazz pasa siempre por tener un espacio adecuado para su disfrute. Y, en la línea de esa forma de vida, por la nocturnidad, la intimidad y, por qué no, la permanencia al margen de los gobernantes. Con una audiencia ecléctica y un mayor interés por la gente joven, Madrid parece erigirse para muchos como una de las grandes ciudades europeas del jazz, a pesar de la falta de proyección y de sentirse eventualmente eclipsada por festivales como los de San Sebastián o Vitoria. Para ello, señalan los protagonistas, falta pedagogía, respaldo popular y un buen humus social labrado en clubes con larga trayectoria o en nuevas iniciativas que tienen lugar en locales comerciales o domicilios.

"El jazz tiene su hábitat natural en el club. En el club se escucha jazz como debe escucharse. Si no es por el club y, en menor medida, por los teatros y demás espacios diseñados con el propósito de difundir la cultura y que son utilizados con tal fin, el aficionado estaría once meses al año sin verlas venir", sostiene José María García Martínez en su libro Del Fox Trot al Jazz Flamenco. Una historia del jazz en España (Alianza Editorial, 1996). En conversación telefónica, el escritor y crítico musical advierte una situación actual "contradictoria": "El músico de jazz siempre ha vivido en la cuerda floja y enfrentado a los dueños de los locales, pidiendo mejores condiciones y más dinero. Ahora son aliados. Los dueños las pasan canutas y los músicos se ajustan aún más para sobrevivir". Aunque sea, como el batería Marc Ruiz, marcando la pauta en los vasos de la barra.

¿Cultura o ruido?

A. G. PALOMO

Que el Día Internacional del Jazz, celebrado el pasado 30 de abril, coincida con el del ruido no deja de parecer una gran metáfora de lo que ocurre con esta disciplina artística en nuestro país. Los locales que programan música en vivo libran desde hace años una batalla que se desarrolla en la débil frontera entre lo que es cultura y lo que es ocio.

Su actividad, generalmente nocturna e impregnada por defecto de decibelios, se rige en algunos casos por la misma ordenanza que los bares o demás “fuentes fijas” que “emiten ruido”. Eso ha llevado a algunos de estos lugares a tener que reformar su infraestructura o incluso adelantar el horario de actuaciones para ajustarse a la normativa.

La plataforma La Noche en Vivo, con 49 salas asociadas, intenta desde hace 13 años revitalizar la escena musical de la capital y servir de enlace con las autoridades para "regularizar la situación administrativa y obtener su reconocimiento cultural". Otra de sus principales labores consiste en "sensibilizar a las instituciones" para el uso de infraestructuras públicas o privadas y así crear actividades y "líneas de ayudas financieras".

“Tememos más al Ayuntamiento que a la crisis”, resume tajante Germán Pérez, gerente de Clamores. “Que si el volumen, el aforo, las horas…”, suspira, “siempre hemos estado perseguidos, pero ahora hay un bombo mediático curioso: hemos dejado de estarlo para ser deseados como empresarios obedientes que cumplimos con todos los papeles”, se mofa.

El jazz madrileño mira al mundo

CHEMA GARCÍA MARTÍNEZ

Pablo Hernández contempla desde la distancia a la pequeña multitud que le aplaude puesta en pie tras su concierto en Bogui Jazz. Sus seguidores le adoran, tanto como quienes le acaban de descubrir. En cualquier otra ciudad, el saxofonista residente en Lavapiés sería una estrella; sabido es que La Villa y Corte no siempre sabe mostrarse agradecida con sus hijos más preclaros: “Vivir del jazz en esta ciudad nunca ha sido fácil”, reconoce, “pero desde 2009, con la crisis, es mucho peor. Por suerte, los músicos de jazz estamos acostumbrados a vivir con lo mínimo”. Hernández llegó a la capital hace ocho años tras un largo periplo por el Medio y el Cercano Oriente, de donde trajo un conocimiento primoroso del árabe. En 2001 fundó Sinouj (en árabe, “ajenuz”, semilla parecida al sésamo utilizada en el Norte de África como aderezo), junto al batería Aziz Djemmame: “En realidad, la banda nació dos veces, una en Argelia, donde vivía Aziz, y, luego en Túnez, donde vivía yo”.

La música de Pablo Hernández con Sinouj exhala los aromas exóticos y cercanos de los lugares en los que el saxofonista ha residido: "Para abreviar, lo llamamos jazz afro-mediterráneo, aunque hay también influencias del Oeste de África, la música etíope, el drum & bass, el trip hop…" en su actual encarnación, la banda reúne a músicos procedentes de Túnez, Nigeria, Guinea Bissau, Italia... nada más madrileño que eso: "No hace falta haber nacido en Madrid para sentirse de aquí", afirma sonriente Akin Onasanya, nigeriano de nacimiento y tamborilero de oficio, uno de los miembros veteranos del conjunto.

Sinouj presenta en estos días su último disco, La fiche, editado en régimen de crowdfunding, con la colaboración del saxofonista Jorge Pardo, a quién Hernández considera su maestro y mentor: "Editar un disco con una compañía discográfica hoy es una utopía y, además, no sirve para nada". La fiche está disponible a través de Internet, en la página web del artista, y en los conciertos de la banda, al precio de 15 euros: "Mi lucha es abrir el jazz a otras músicas, que deje de ser una etiqueta cerrada y sea fiel a su identidad mestiza".

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