La imbatible productividad de los campos de exterminio
‘El triángulo azul’, un espectáculo imprescindible de Ripoll y Llorente sobre los españoles exterminados en Mauthausen
Teatro imprescindible, porque divulga un episodio central, incómodo y orillado de nuestra historia reciente. Los guardias de Mauthausen llamaban rotspanier (españoles rojos) o spaniaker a nuestros compatriotas republicanos apresados por los alemanes en Francia, que los consideraron apátridas en vez de prisioneros de guerra y los recluyeron allí a partir del 24 de agosto de 1940, mientras eran abandonados a su suerte por Juan Luis Beigbeder, ministro de Asuntos Exteriores del segundo Gobierno de Franco, y por Ramón Serrano Súñer, su sucesor en octubre de ese año.
Laila Ripoll y Mariano Llorente organizan su recreación de la vida en Mauthausen (que se fue ampliando hasta abarcar una cincuentena de subcampos y kommandos) a través del relato retrospectivo del hauptscharführer Paul Ricken, director del servicio de identificación fotográfica del lager, y de dos de los tres españoles que tuvo a sus órdenes. Antonio García y Francisco Boix escondieron copias de fotos de sus compañeros asesinados y de los mandos nazis que visitaron aquella industria del exterminio, tan eficazmente implementada por el lagerkommandant Franz Ziereis, refinado asesino de Estado que estuvo al cargo de todo aquello desde febrero de 1939. El testimonio de Boix en los juicios de Nüremberg fue decisivo para probar la responsabilidad criminal de 58 miembros de las SS, organización gestora de los campos, y para probar también que jerarcas como Albert Speer, arquitecto y ministro de Armamento del Reich, estaban al tanto del trabajo esclavo que los prisioneros hacían en canteras de empresas privadas, fábricas de municiones, granjas y en negocios que perviven aún.
'El triángulo azul'
Autores: Laila Ripoll y Mariano Llorente. Intérpretes: Manuel Agredano, Elisabet Altube, Marcos León, M. Llorente, Paco Obregón, José Luis Patiño y Jorge Varandela. Músicos: Carlos Blázquez, Carlos Gonzalvo y David Sanz. Video: Álvaro Luna. Música: Pedro Esparza. Vestuario: Almudena Rodríguez Huertas. Luz: Luis Perdiguero. Escenografía: Arturo Martín Burgos. Dirección: L. Ripoll. Teatro Valle-Inclán. Hasta el 25 de mayo.
Ripoll y Llorente puntúan la acción dramática con paréntesis musicales desenfadados (a la manera de los espectáculos de Brecht), inspirados en la rondalla creada en Mauthausen por los promminenten españoles (los presos de mayor jerarquía), con permiso de los oficiales. El espectáculo, que solo por lo que cuenta ya vale la pena, tiene, además, una trama bien hilvanada, un dúo protagonista masculino con caracteres contrapuestos definidos vigorosamente por José Luis Patiño y Marcos León; un papel secundario, el chico del kommando Poschacher, que irradia una ingenuidad mágica en la interpretación de Jorge Varandela, y un trabajo coral convincente y equilibrado, en el que se singularizan la gitana luminosa, tierna y sensual de Elisabet Altube, y el monstruoso capitán Brettmeier, trasunto del schutzhaftlagerführer Bachmayer, que interpretado por Mariano Llorente es un cruce entre Mussolini y Alexander Muzhychko, líder caído del Pravy Sektor, organización ultraderechista ucrania cuya violencia catalizó las protestas del Maidán este invierno y cuyo distintivo es el wolfsangel de la poderosa División Panzer Das Reich, azote del Ejército Rojo en la 3ª Batalla de Járkov.
Dos objeciones: la recreación bufa, hiriente, del martirio de Hans Bonarewitz —¡que parte del público acompasa con palmas!— es prueba de que representando la crueldad se banaliza la crueldad. Sería conmovedor y catártico si lo relatase Ricken (Paco Obregón), como Marguerite Duras relata el calvario de su marido en La Douleur. Las fotos y filmaciones proyectadas son más elocuentes que la alegoría de la tortura de Toni. Afortunadísima, la canción que comparte título con este espectáculo tan revelador y restallante.
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