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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La socialdemocracia fuera de la ciudad

Esta ideología ha tenido problemas en Cataluña para penetrar en el mundo rural y ha sido percibida como un proyecto urbano

Explica Tony Judt en Posguerra, en un capítulo titulado “El momento de la socialdemocracia”, cómo el proyecto socialdemócrata devino prácticamente hegemónico en los países escandinavos en la segunda mitad del siglo XX. Los partidos socialdemócratas encuentran, históricamente, su granero de votos en la clase trabajadora urbana y en la clase media reformista, pero igualmente urbana. En los países escandinavos, aquello que hizo de estos partidos auténticas máquinas de ganar elecciones y ocupar el poder fue que, además del granero tradicional, apuntaron hacia la población rural. Es esta alianza entre el mundo rural y el mundo urbano una de las razones que permite a la socialdemocracia ocupar un espacio casi hegemónico en esos países. Según Judt, si los socialdemócratas hubieran dependido sólo de su voto tradicional, habrían quedado en minoría.

¿Cabe recoger alguna idea de este episodio para el contexto catalán? En Cataluña el proyecto socialdemócrata ha tenido problemas para penetrar en el mundo rural o semi-rural y ha sido entendido como un proyecto urbano; es decir, en el área metropolitana de Barcelona aparece como algo atractivo y fuera de ella apenas puede competir con otras propuestas alternativas. Algunos dirán, sin embargo, que esto no es del todo exacto, que la socialdemocracia ha gobernado en algunos municipios de fuera del área metropolitana. Esto es cierto y falso a la vez. Es cierto porque, en efecto, en muchos ayuntamientos pequeños los socialdemócratas alcanzaron el poder y lo mantuvieron durante años. Pero es falso en el sentido de que ganaran únicamente porque fueran socialdemócratas. En algunos pueblos de Cataluña ganaban, en parte, porque uno de sus grandes caladeros de votos provenía de las gentes venidas de otros lugares de España. Esas gentes encontraban en la mayor de estas fuerzas, el PSC, su partido, pero no necesariamente porque estuvieran particularmente comprometidos con el ideal de la redistribución de la riqueza, sino porque el PSC —y, por un periodo, también el PSUC— ejerció durante décadas de partido transversal desde el punto de vista de la identidad, de forma que en él esas gentes encontraban también a su gente. De esta manera, aquellos que provenían de otros lugares de España votaban socialdemócrata siempre o casi siempre y con independencia de las circunstancias políticas del momento.

Dicho con otras palabras: el voto español no era condición suficiente para vencer, pero sí condición necesaria. Sin embargo, muchas de esas personas están empezando a desaparecer, simplemente por una cuestión de senectud. Y sus hijos y sus nietos ya no les votan siempre o casi siempre, al menos no con independencia de las circunstancias políticas del momento. Durante años, los socialdemócratas del PSC no tuvieron que esforzarse demasiado —estoy exagerando, por supuesto— para ganar en esos lugares porque les votaban fielmente. Cuando esas gentes empiezan a desaparecer, la socialdemocracia queda confinada a las grandes urbes.

Esto, en realidad, no es una excepción; más bien es la situación escandinava la que constituye la excepción. La izquierda europea ha mirado siempre al campo desde la atalaya de la ciudad y en no pocas ocasiones lo ha hecho con un injustificado sentido de superioridad cultural. Judt nos recuerda que Marx, por ejemplo, hablaba de la idiotez de la vida rural y Lenin sentía desprecio por los kulak. En Cataluña, por suerte, no ha habido demasiado de eso. Pero en cualquier caso, y dado que la socialdemocracia ya no atraerá votos fuera del área metropolitana por inercia, como ocurría antaño, hay que abandonar toda miopía y empezar a darse cuenta de que la socialdemocracia no volverá a gobernar, en la Generalitat o en los ayuntamientos fuera del extrarradio barcelonés, hasta que su proyecto deje de ser percibido como un proyecto perteneciente exclusivamente al área metropolitana.

Por otro lado, el actual clima soberanista tampoco ayuda a la socialdemocracia, sobre todo porque, cuanto más lejos de Barcelona, más acentuado es aquél. Sin embargo, y contra el actual sentir mayoritario, no todas las cuestiones políticas en Cataluña están necesariamente ligadas al famoso procés: la socialdemocracia seguiría siendo percibida como un proyecto urbano aunque no existiera tal clima. De hecho, es lo que ocurre en otros lugares donde la cuestión nacional pesa menos.

Un último apunte. Algunos pensarán que no he tenido en cuenta otros partidos socialdemócratas. Por partido socialdemócrata entiendo aquella organización que, a través de políticas públicas, hace de la lucha contra las patologías sociales derivadas del modelo de producción capitalista su prioridad política. No creo que para ERC tal proyecto constituya a estas alturas su prioridad —su apoyo a los últimos presupuestos desmiente cualquier intento de refutar mi afirmación—. Respecto de ICV, su misterioso empeño en ir de la mano con el nacionalismo parece sugerir una inversión de prioridades que tiene algo desorientados a algunos de sus votantes. Ciutadans y CiU no califican, ya que su ambigüedad deliberada impide cualquier juicio concluyente al respecto; y CUP y PP, por razones diametralmente opuestas, ni ejercen ni aceptan el rótulo socialdemócrata.

Pau Luque es investigador en Filosofía del Derecho en la Universidad Federico II de Nápoles

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