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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

“Tiempo habrá”

Para Rajoy solo es perentorio cumplir con las recetas de la troika para superar la crisis

Basta echar un vistazo a la hemeroteca para llegar a la conclusión de que no hay que hacer caso de lo que diga Mariano Rajoy en un acto público, sobre todo si se celebra en Valencia. Ya no hablo del candidato que prometió lo contrario de lo que luego haría. ¿Recuerdan aquello de que estaría siempre al lado, delante o detrás de Francisco Camps? Lo que ocurre es que el sábado pasado vino a un acto del PP, de nuevo, pero habló como presidente del Gobierno. Y presumió de estar resolviendo la crisis. “Sé que muchos lo están pasando mal”, concedió, para hacer una lectura triunfalista de su gestión, ajena a las fracturas sociales y políticas que se abren en la sociedad española.

En respuesta a la reclamación del presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, de una mejora de la financiación autonómica, Rajoy dijo que “tiempo habrá” para abordar “problemas antiguos pero importantes”, mientras el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, y su secretario de Estado, Antonio Beteta, descartaban dos de las principales expectativas de la parte valenciana en la materia: el reconocimiento de la deuda histórica y la aplicación retroactiva del nuevo modelo para poder hacer frente a las necesidades de la Administración autonómica este mismo año. Hay pocas cosas más sinceras que ese “tiempo habrá” en el discurso del presidente del Gobierno. Pocas cosas más definitorias de su actitud ante el escenario histórico en el que actúa.

Para Rajoy solo es perentorio cumplir con las recetas de la troika para superar la crisis. Unas recetas que se resumen en recortes, privatizaciones y devaluación interna. Y cuyos efectos se miden en contención del déficit, reducción del sector público y crecimiento económico, todavía precarios. También, aunque solo como un efecto inducido, en que empiece a bajar la fiebre del desempleo, una tendencia raquítica, por ahora. Poco parece pesar en esa política la dualización social, el aumento imparable de la deuda pública y sus consecuencias sobre la posibilidad de sostener el modelo social europeo a medio plazo. El aumento de las desigualdades, la exclusión social y la brecha entre ricos y pobres no son factores a tener en cuenta en la ecuación que manejan los conservadores españoles. Y aunque de momento mantienen las prestaciones a los parados, tiempo habrá de que empiecen a quejarse desde sus think tanks de la perversidad de hacerlo cuando sus beneficiarios, expulsados de un mercado laboral al que muchos jamás podrán reincorporarse, se enquisten en el subsidio.

Sin la más mínima autocrítica hacia la sacralización del mercado y la cultura del “todos ganamos” que justificó el derroche, la especulación, la opacidad, el clientelismo y el ambiente corrupto de la época de los excesos (toda la culpa fue de los Gobiernos socialistas, sostienen), los dirigentes de la derecha afrontan otra era con el argumento de las últimas décadas: “No hay alternativa”. Ese determinismo neoliberal ya no engrasa la dinámica social más que para justificar la mano dura y amplios sectores de la opinión pública se alejan de la política y se descuelgan del consenso general con exigencias de transparencia, democratización, ejemplaridad, justicia, sostenibilidad y auténtica austeridad. Pero eso importa poco en los confortables despachos del poder, aunque en la calle el descontento crezca. Los fundamentos morales del discurso del mercado son pura ceniza pero el paradigma, o dogma, está plenamente operativo. Tiempo habrá de asistir a las convulsiones que nos depara.

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