_
_
_
_
_
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La excepción y la regla

Los intereses particulares que han perjudicado la gestión del IVAM son los mismos que hemos visto en otros organismos del Consell

Se han cumplido estos días los veinticinco años de la inauguración del Instituto Valenciano de Arte Moderno. Como era de esperar, el aniversario ha producido una cantidad de información y comentarios muy notable. El IVAM siempre interesa. Los periódicos han vuelto a recordarnos las peculiares circunstancias de su nacimiento, la compra de la colección Julio González, o lo acertado de las ideas de Tomás Llorens, su primer director. Los artículos publicados han sido, casi todos ellos, críticos con el estado actual del Instituto. Era previsible que esto sucediera. Son muchas las personas que lamentan la situación del Instituto, su evidente decadencia, que achacan al comportamiento de su directora, Consuelo Ciscar. Para estas personas, Ciscar sería la responsable directa del deterioro del museo, de su pérdida de relevancia, tan acusada en los últimos años. No cabe duda de que la conducta de Ciscar, tan caprichosa a menudo, casi siempre errática, ha contribuido al descrédito del IVAM. ¿Podría haber sido de otro modo? Pero quizá el asunto requiera una mayor perspectiva. En uno de los artículos publicados estos días, el profesor Pau Rausell ha escrito que Consuelo Ciscar no es la causa sino el síntoma de la degradación del Instituto: quizá convendría mirar en esa dirección.

Admiro la perseverancia de esas personas que reclaman, desde hace tiempo, una dirección profesional y transparente para el IVAM. Tienen toda mi simpatía, pero me temo que se equivocan al limitar sus pretensiones al Instituto. La propia singularidad del IVAM ha hecho que lo consideremos una excepción en la cultura valenciana. El IVAM de la primera época nos mostró a los valencianos que éramos capaces de hacer las cosas bien y tener éxito. Aquella fatua aspiración de Eduardo Zaplana y Francisco Camps de convertirnos en la admiración de Europa, malgastando nuestro dinero, la había alcanzado años antes el IVAM actuando con inteligencia y modestia. Y de una manera mucho más económica. No es una casualidad que el deterioro del Instituto se haya producido al mismo tiempo que el de la Comunidad Valenciana. No lo es porque ambos responden a la misma causa: una forma de gobernar que considera lo público como una propiedad privada, en la que uno puede actuar como le venga en gana. Quien gobierna de ese modo no piensa en el interés colectivo, sino en el propio. Como pretende hacer dinero y triunfar rápidamente, no le importa el desprestigio de la institución que dirige si con ello obtiene un beneficio o satisface sus deseos.

La trayectoria seguida por el IVAM, y que le ha llevado a su estado actual, no es una excepción entre las instituciones del gobierno valenciano. Responde a un modelo repetido en varias ocasiones. Los intereses particulares que han perjudicado la gestión del Instituto hasta dejarlo irreconocible, son los mismos que hemos visto en otros organismos del Gobierno valenciano. No hay manual de buenas prácticas que pueda remediar esa situación. Mientras el Partido Popular no cambie su manera de gobernar es imposible que el IVAM tenga una dirección profesional. Un verdadero profesional exigiría una independencia que los gobernantes actuales no pueden permitirse, sin ir contra sus intereses. Más que gobernar, la aspiración de nuestros políticos es mandar. Todavía no han alcanzado ese punto de madurez democrática que se da en otras naciones.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_