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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El problema valenciano

Basta de implorar, esperar el maná o recrearnos en la “deuda histórica”

El secretario general del PSPV, Ximo Puig, ha perorado esta semana en el Club de Encuentro Manuel Broseta, donde ha sacado a relucir el asunto de la deuda histórica y el maltrato que padece esta Comunidad en punto a las inversiones territorializadas del Estado. En respuesta a tan dilatado menosprecio el líder apuntó la solución de convertirnos en un problema, el problema valenciano, al modo como lo son otras autonomías belicosas que gozan de las complacencias de Madrid.

No es una fórmula novedosa, pero por estos pagos resulta del todo inédita. Aquí, como es sabido, ha primado la docilidad en consonancia con nuestra idiosincrasia. Somos “muelles”, que dijo aquel valido de Felipe IV, que nos caló bien, o “prácticos y segundones” según Joan Fuster y, en suma, no nos tienta la bronca, que a menudo sustituimos por el “lloriqueo y el discurso ratonil”, en palabras del expresidente José María Aznar, que el ostracismo tenga en su gloria.

Lejos de nuestro ánimo el deleitarnos con la autoflagelación y el masoquismo. Somos como somos y no parece que este talante vaya a cambiar mucho mientras se conciten este privilegiado clima, la falta de músculo político y la disposición —quizá mayoritaria— a ser tutelados, como lo estamos en estos momentos por el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, que nos mantiene con la respiración asistida mediante los millones que graciosamente nos dosifica cuando estamos —y no solo la Generalitat— al límite del síncope financiero. Se trata de una intervención política apenas encubierta que, si bien puede reputarse de mortificante, tiene la ventaja de impedir las ocurrencias, afanamientos y despilfarros a los que tan dados han sido nuestros gobernantes y buena parte de la tropa que los ampara.

Mediante este somero recordatorio pretendemos tan solo apuntar la dificultad con que puede tropezar el referido dirigente socialista cuando nos convoque a las armas que son la reivindicación y la protesta, pensamos que necesariamente contundentes y airadas para que constituyan un problema de orden público o político. El personal no parece estar por la labor, como se desprende de la prudencia o acoquinamiento con que está aguantando las calamidades del desempleo, la precariedad y la pobreza que nos afligen. ¿Qué más ha de ocurrir para que prendamos fuego a la calle y pongamos al poder, a todos los poderes que nos chupan la sangre, contra la pared?

No es ese el camino. Más pertinente se nos antoja la propuesta que el eminente profesor Andrés García Reche exponía el pasado día 14 en estas páginas y que, bien exprimida, se puede formular diciendo que debemos derribar “el muro de las lamentaciones” y ponernos colectivamente a trabajar a partir de nuestros recursos autonómicos materiales e institucionales, eliminando los tremendos errores cometidos por los gobiernos populares y acometiendo prioritariamente el saneamiento de la vida pública. Basta de implorar, esperar el maná o recrearnos en la dichosa “deuda histórica”. Para deuda, la que los valencianos —y otros— tenemos contraída con los moriscos, aquellos sufridos currantes que nuestros ancestros despojaron de sus tierras y echaron a la mar en embarcaciones a menudo desfondadas.

“Nosotros podemos”, podría ser el corolario del programa, que obviamente han de elaborar los partidos de la oposición, la izquierda de plural matiz, llamada a barrer electoralmente al PP y recuperar la dignidad de la política y la buena fama del país. Amén.

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