El sueño del topógrafo
El proyecto para hacer de Montjuïc la “isla de los museos” brinda la oportunidad de poner orden y discurso donde no lo hay
Xavier Trias es un pragmático: ante cualquier pregunta sobre la ciudad contesta desde el sentido común, resolviendo problemas, tendiendo puentes, calculando presupuestos. Eso genera una gran proximidad y da confianza —que es lo que reflejan las encuestas— pero no deja de ser un mapa topográfico de Barcelona, es decir, líneas sobre un plano. Aquí pasa esto, aquí pasa lo otro. No digo que no haya sensibilidad en el resultado, que la hay, pero escuchando hace poco al alcalde en su cita anual con los periodistas, tenía la sensación de que no levantaba el vuelo.
Es, la suya, una Barcelona cotidiana, una Barcelona de horizontes cercanos y conocidos, por más que el alcalde insistía una y otra vez en que pretendía una “ciudad de referencia”. Hasta que inopinadamente Trias pronunció la palabra “sueño”. Es un sueño, dijo. Se refería a la construcción de la “montaña de los museos” en Montjuïc, que hace unos días se presentó como “la isla de los museos”, siguiendo el ejemplo de Berlín, y que consiste, nos dijeron, en reorganizar los espacios de exhibición en la parte baja de la montaña: el MNAC (Museo Nacional de Arte de Cataluña), dos palacios de la Fira y el CaixaForum como un trípode muy potente de arte y, se supone, turismo.
La Generalitat y el Ayuntamiento, más que colaborar en la patrimonialización de los museos, competían
La avenida de Maria Cristiana es, en efecto, el gran salón de Barcelona, un paseo notable, algo anacrónico, que se cierra con el ciclorama del Museo Nacional. La Fira más o menos secuestra este espacio durante algunas semanas con sus grandes fastos, pero este debate me imagino que ahora no toca. En cambio, es fácil desgajar los dos palacios simétricos que llevan nombre de rey y de reina para incorporarlos al circuito cultural, porque están situados del otro lado de la avenida Rius i Taulet, en la plaza que alberga la fuente mágica y, sin que nadie lo note, un algorrobo formidable, seguramente resabio de 1929 (y por cierto, ¿por qué Xavier Trias nunca jamás habla de naturaleza?). También está, mal estacionado, el que fuera pabellón de Italia, un ovni metálico que habrá que hacer desaparecer.
La cosa tiene, pues, sentido. Un palacio está, de momento, destinado a ampliar el contenido del MNAC y el otro, a una nueva aportación de la colección Thyssen. Esta franquicia es irrelevante, porque es una colección que pesa más por la cantidad que por la calidad, pero tampoco es ninguna molestia y la baronesa tiene sus padrinos. Lo importante es completar el MNAC y aquí es donde el alcalde se nos queda muy light al explicar la operación. Es el momento de corregir una anomalía: todavía no está bien resuelto el discurso de la modernidad, no digamos la fijación del cánon contemporáneo. La patrimonialización reciente de los museos de Barcelona se hizo en un momento en que el MNAC y el Macba (Museo de Arte Contemporaneo de Barcelona) dependían de instituciones enfrentadas, la Generalitat y el Ayuntamiento. Más que colaborar, competían. Son cosas que en este país pasan a menudo.
Ahora es el momento adecuado para poner orden y discurso allá donde no lo hay, porque los museos son generadores de conocimiento, o no son nada. Eso, Pepe Serra, director del MNAC, lo sabe; eso, el anterior director del Macba, Manuel Borja-Villel, se lo llevó al Reina Sofía de Madrid. Eso, alcalde, es lo que nos tendría que ofrecer.
El MNAC se va adelgazando a medida que avanza en el tiempo: le falta obra
Basta con ir a verlo, entonces se entiende todo, lo digo sin pedantería. El MNAC empieza en el románico, pero al final de las salas con las concavidades de las iglesias profanadas, cuelga un Tàpies. Es pura continuidad. Tàpies nos habla —hay una frase suya en la pared— del terror que le evoca la mirada de los dioses románicos: yo creo que más bien pasan de todo, que miran al vacío como si no hubiera nadie más. Ahora bien, ese Tàpies en esas salas es muy inteligente.
La última exposición del Macba, espléndida, empieza precisamente por el Tàpies incipiente de Dau al Set, año 1947: Tàpies es el gozne, el nexo con la tradición. En el Macba lo hacen dialogar con la expresión contemporánea: el día que fui, el museo estaba lleno de niños, de escuelas, alucinando con los lenguajes descarnados de hoy, un espectáculo precioso. Por eso intuyo que la vanguardia poética de Antoni Llena, o de Brossa, tendría que mudarse al MNAC: para contarnos de dónde venimos y dejar el adónde vamos para el Macba. Y porque el MNAC se va adelgazando a medida que avanza en el tiempo: le falta obra. Y, en efecto, el concejal Jaume Ciurana me dice que habrá que tender a la colección única, con piezas que se muevan entre los dos museos según la conveniencia expositiva.Entonces tendrá más visibilidad la complejidad arquitectónica de este enclave: el pabellón escueto de Mies van der Rohe al lado de la estridente pomposidad del MNAC, el perfil casi noucentista de los nuevos pabellones frente al modernismo de la fábrica Casaramona. Qué país. Cuánta materia para explotar con una buena política cultural. Con un alcalde que le dé a la ciudad, además de respuestas concretas, relato.
Patricia Gabancho es escritora.
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