Cataluña y España
De todas las entrevistas que he ido leyendo sobre la Constitución, sobre la necesidad de reformarla o dejarla tal como está, que fue publicando este diario con motivo de los 35 años de su promulgación, dos me han invitado a la reflexión y, sobre todo a un relativo optimismo, las realizadas a Miquel Roca Junyent y a Felipe González. Sé que este debate puede llevar al agobio de la ciudadanía, a un callejón sin salida. No obstante, no dejo de ver la situación actual como una encrucijada histórica de la que todos podríamos salir beneficiados. Una encrucijada apasionante, si me apuran.
Las respuestas de Roca Junyent me parecieron a la altura de quien colaboró grandemente a dejar atrás cuatro décadas de dictadura. Nada más ni nada menos. Respuestas de un expolítico que nos hace más evidente la carencia de prudencia, inteligencia y capacidad de análisis de la realidad en la clase política que nos gobierna: la estatal y la autonómica. Su análisis de la Transición me pareció sencillamente impecable. Sólo me llamó la atención que no vea ahora las condiciones de acuerdo en todo el espectro político español para reformar la Constitución. Me extrañó que en ese escepticismo respecto a la falta de consenso coincidiera con Mariano Rajoy.
La otra intervención, la del expresidente del gobierno Felipe González, me pareció la de un estadista. Cuando se le pregunta si la reforma de la Carta Magna es la única vía para resolver el encaje de Cataluña en España, incluyendo en esa reforma sus singularidades y contando con recibir más competencias que el resto de comunidades, el expresidente responde: “Como estoy proponiendo el comienzo de un diálogo en profundidad, no quiero atribuir la responsabilidad del conflicto al Gobierno de Artur Mas, porque me dirían que ellos han reaccionado a la sentencia del Tribunal Constitucional de 2010. Se reformó el Estatuto, se sometió a referéndum en Cataluña después de un largo proceso parlamentario y el tribunal constitucional anuló algunos artículos de ese Estatuto. Fue la consecuencia de un recurso del PP, que incluyó esos mismos artículos en la reforma del Estatuto de la Comunidad de Valenciana y hoy resulta que no están vigentes en Cataluña y sí lo están en Valencia…La aceptación de la singularidad de Cataluña, con sus hechos diferenciales y las correspondientes competencias derivadas de ellos, no hubieran exigido necesariamente una reforma de la Constitución. Sin embargo, como ocurrió lo que ocurrió con el Constitucional, es probable que la salida de una reforma constitucional que recoja la singularidad sea ahora necesaria”. A esto yo le llamaría un ejemplo de visión empática. Y más adelante, agrega: “España ha sido y es plural en las ideas y diversa en las identidades, en los sentimientos de pertenencia. Quienes no sean capaces de aceptar esa realidad se deslizan hacia un centralismo autoritario y unificador o hacia una ruptura imposible del territorio”.
Vivimos una encrucijada histórica apasionante, de la que todos podríamos salir beneficiados
Me va a perdonar el lector la extensión de las citas, pero creo que eran imprescindibles dado el calado de lo que en ellas se dice. En el mismo cuestionario, Felipe González incluso se orienta sin ambigüedades hacia un federalismo asimétrico (“Cataluña, aunque algunos obtusos no lo vean, tiene lengua propia, una identificación con una policía propia o sus diferencias históricas en el derecho civil que son singularidades que tienen que ser reconocidas en su autogobierno, y no en el autogobierno de Castilla-La Mancha”). No hace falta comentar la claridad meridiana del expresidente. Una claridad de la realidad social, lingüística e histórica de Cataluña, tan lejos, ya no digamos de Mariano Rajoy, sino de su mismo exvicepresidente Alfonso Guerra, que en el mismo espacio, unos días antes, abogaba sin lugar a ninguna matización por la aplicación automática del artículo 155.
Las palabras de Felipe González sería bueno que no sonaran a vacío. No solo entre sus adversarios políticos, sino incluso entre sus compañeros de filas, y entre los barones más veteranos y los de nueva generación, como la secretaria general del PSOE andaluz y muy probable futura candidata a la llamada de las urnas del 2015 Susana Díaz. También debería tenerlas en cuenta Artur Mas. El encaje de Cataluña es posible. ¿Qué ocurriría si en caso de poder celebrarse, con permiso del gobierno central, el derecho a decidir, el resultado fuera no a la independencia, una circunstancia harto posible? ¿No habría que tener listo un plan B, no habría que estar preparado para exigir (y ceder) una nueva negociación para reformar la Constitución y hacer posible para unas cuantas generaciones futuras (de catalanes pero también de españoles) el encaje de Cataluña en España?
Mientras tanto, Rajoy espera. Cree que la pelota solo está en el tejado de Mas. Y no sabe o no quiere saber que la misma pelota está también en el suyo.
PD: 1) Sobre el informe Pisa: muy bien por Singapur, Corea del Sur y Shanghai. Pero no quisiera estar en la piel de esos pobres niños asiáticos, diez horas al día, resolviendo ecuaciones para ser más competitivos. 2) Me alarma sobremanera que la preocupación por el ruido de los vecinos entre la población haya pasado del 27,4% al 14%. Dicho esto, estoy absolutamente en contra de que se dispare contra las/los pianistas.
J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario.
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