Lejos del frente
Tarragó transformó un almacén como sala de baile y lo convirtió en la famosa Parrilla del Ritz
Las efemérides suelen deparar extrañas sorpresas. Este mes se cumplen 71 años de la llegada del submarino francés Iris al puerto de Barcelona, en plena Segunda Guerra Mundial. Su periplo comenzó en noviembre de 1942, cuando los aliados invadieron el norte de África. Las tripulaciones de la armada estaban divididas: ¿Debían unirse al gobierno colaboracionista de Petain o a la Francia libre? Ante la duda, el día 27 de ese mismo mes Hitler envió a su ejército al puerto de Toulon para hacerse con la flota gala. En el combate un tanque disparó contra el acorazado Strasbourg obligándole a rendirse, pero en la confusión varios submarinos lograron escapar. El Casablanca y el Marsouin se fugaron a Argel, el Venus se hundió frente a Toulon y Le Glorieux puso rumbo a Oran. El Iris, sin apenas gasolina, pudo navegar hasta el puerto de Barcelona, donde entró a mediodía del sábado 28 de noviembre. En aquella ciudad aburrida y en plena posguerra, la llegada de una nave tan moderna provocó una gran agitación en el vecindario. Aunque la prensa franquista no lo publicó, la población supo de inmediato de la presencia del submarino y acudió a verlo. Fondeado frente al paseo Colón, se convirtió en una atracción para niños y mayores. Pocas horas después, la oficialidad bajó a tierra y se fue a su consulado (pro-aliado), donde solicitó poder repostar combustible y huir a Gibraltar. Para sorpresa de todos, el agregado naval de la embajada en Madrid (pro-Vichy) ordenó que la nave fuese internada por las autoridades españolas. Pero los tripulantes del Iris no fueron los únicos en arribar aquel otoño, esa misma semana llegaba un músico francés que también se había fugado de las autoridades nazis.
Aunque su verdadero nombre era Bernard Levitski, todos le conocían por el alias de Bernard Hilda. Era un judío francés de origen ruso y criado en los Estados Unidos, famoso por su maestría con el violín y por su temperamento al frente de una famosa orquesta de jazz, en la que compartía protagonismo con su hermana Irene Hilda. En 1942 actuaba en Cannes, en la Francia Libre que los alemanes acababan de ocupar. Las nuevas autoridades clausuraron todas las salas de baile, y a Hilda le acusaron por judío y por contratar músicos negros. Ante la inminente deportación a un campo de exterminio, él, su mujer Flora y cinco de sus músicos pasaron los Pirineos con una carta en el bolsillo para Ramón Tarragó, el propietario del hotel Ritz de Barcelona. La misiva era una petición de ayuda, de quien durante la Guerra Civil había ayudado a escapar de zona republicana al empresario. Aquel papel surtió su efecto, pues Tarragó transformó un almacén como sala de baile y lo convirtió en la famosa Parrilla del Ritz, el local más exclusivo de la capital catalana durante la posguerra.
La ciudad que encontraron los Hilda estaba llena de refugiados, como la compañía de Los Vieneses que acababan de presentar su primer espectáculo en el Paral·lel. El estreno de la orquesta de Bernard Hilda no fue tan apoteósico, sólo acudieron tres parejas. El azar quiso que una de aquellas personas fuese el famoso Alberto Puig (el "Tío Alberto" de Joan Manuel Serrat). Con tan inesperado encuentro el violinista francés pasó a colaborar con el espionaje aliado (bajo la autoridad de Puig y del coronel norteamericano Jack Forrester), mientras la sala se abarrotaba cada noche con un público muy selecto, integrado por las mejores familias del franquismo local y el personal consular de todos los países en guerra, muchos de los cuales vivían en el Ritz. Entonces representaba la cara más melódica del jazz, con una orquesta integrada por músicos franceses y catalanes especializada en temas lentos y románticos. Como escribió Joan de Sagarra, era una copia "más bien coja e insípida" de Jean Sablon, el gran crooner francés de J'attendrai o C'est ci bon. Los temas de Hilda eran menos populares —canciones como Le vagabond, Infiniment o Oh, la, la (dedicada a Barcelona)—, pero aquí causaron sensación. Mi madre recuerda perfectamente haberle seguido en la radio, y haberle visto actuar en alguna de las galas que dio en locales de la ciudad como Rigat o La Rosaleda. Incluso apareció con su orquesta en la película de Ladislao Vajda Te quiero para mí, un filme para el que se organizó un concurso para que el público pudiera escoger el título. No obstante, la fama no le libró de toparse con la numerosa comunidad nazi que habitaba entonces la noche barcelonesa. Una vez le obligaron a tocar Lili Marlen, y la tocó catorce veces seguidas (nunca más se la pidieron). Otra vez, un desconocido subió al escenario, le puso una pistola en el pecho y le dio tres días de plazo para marcharse del país. En el Pasapoga de Madrid le quisieron apalear unos falangistas, afortunadamente aquella noche estaba el general Moscardó en el local y le dejaron en paz.
El Iris permaneció en aguas barcelonesas hasta febrero de 1943, cuando fue remolcado hasta el puerto de Alicante por el cañonero Dato. Allí, el submarino General Sanjurjo acudió a recargarle las pilas para que pudiera seguir viaje hasta Cartagena donde permaneció fondeado hasta noviembre de 1945, cuando fue devuelto al gobierno francés. Ramón Tarragó se casó con la bailarina Mercedes Mozart de Los Vieneses, y poco antes de acabar la guerra los hermanos Hilda se reencontraron en Portbou (Irene trabajaba en el ejército USA). Un año después Bernard regresó a París, aunque volvió a Barcelona en diversas ocasiones, acompañado de artistas como Josephine Baker o la Patachou. La última vez fue hace diez años —en 2003—, cuando el gran Jordi Pujol Baulenas recopiló los tres CD's de Bernard Hilda y su Orquesta en Barcelona (1942-1947), con sus canciones remasterizadas. Poco después murió.
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