Un país de listillos
Hay que cortar por lo sano y castigar a quienes nos han hundido, pero también desenmascarar a los que se dejaron mecer por los señuelos del “país de las oportunidades”
Ha pasado más de una semana desde el cierre de RTVV y la sociedad valenciana todavía anda conmocionada. ¿Por qué nosotros?, se preguntan entre cabreados, estupefactos y resignados. Se lo diré: por la misma razón que somos la comunidad autónoma peor financiada, por la misma razón que hemos perdido nuestro sistema bancario, por la misma razón que nuestras infraestructuras ferroviarias son una vergüenza, por la misma razón de tantas y tantas desgracias que nos aquejan: por listillos. No jueguen a la caza de brujas. Claro que el presidente Fabra ha atentado seriamente contra la lengua y la cultura valencianas y se le deben pedir responsabilidades: pero todos sabemos que se lo han ordenado en Madrid bajo amenaza de cortarle el grifo y que ensayan en este político quemado sus cierres proyectados de televisiones autonómicas. Claro que lo de RTVV es la gota que colma el vaso de una serie de decisiones políticas equivocadas: pero si no se hubieran volatilizado nuestros impuestos en todo tipo de corruptelas, inversiones megalómanas o simples peloteos a la pomada regia, los medios públicos valencianos seguirían siendo sostenibles.
No me digan que todo esto no lo sabían. ¿De verdad son tan despistados —por decirlo suavemente— que no se daban cuenta de que, mientras atronaban los bólidos de fórmula uno, mientras estallaban las mascletades por doquier, mientras el Papa congregaba a las multitudes, nos estaban robando la cartera y, en el caso infamante de las víctimas del metro de Valencia, hasta la vida?
Todo esto ha sucedido por nuestra culpa, no fue la ira divina ni las fuerzas de la naturaleza. Simplemente, miramos para otro lado. ¿Quiénes? Todos, por acción u omisión. Corría el dinero fácil y no solo votábamos a los corruptos, sino que encima los admirábamos por haber sabido forrarse con menos escrúpulos que nosotros, con mayor desvergüenza —aún— que el listillo que compraba un piso y lo revendía al poco tiempo por el doble, con mayor inconsciencia suicida que el listillo que cambiaba los campos de sus antepasados por un plato de coches de lujo y viajes exóticos, con mayor insolidaridad que el listillo que practicaba el pluriempleo de cargos públicos. Y no dejen de contar entre los listillos a todos esos líderes (?) de la oposición que calentaban tranquilamente su poltrona y se entretenían en disputas bizantinas mientras todo se derrumbaba a su alrededor. Es una historia tan vieja como la humanidad. En la antigua Grecia circulaba la leyenda de Diógenes, quien anduvo por Atenas buscando un hombre justo con un candil y lo vio consumirse sin lograrlo: aquí tampoco lo habría encontrado.
Aceptémoslo: lo de RTVV, lo de Gürtel, lo de Bancaja y lo de la CAM, lo de Brugal, lo de Emarsa, tantas y tantas cosas, han sido culpa nuestra. Por supuesto que hubo colaboradores necesarios, que ya pertenecen a la historia valenciana de la infamia, siendo indiferente que ahora estén escondidos, vegetando de diputados o aferrados a sus cargos. Da lo mismo: tienen los días contados. Lo malo es que, cuando caigan, nosotros seguiremos aquí con las vergüenzas al aire. La nuestra es una emergencia y no caben los paños calientes. Hay que cortar por lo sano y castigar a quienes nos han hundido, pero también desenmascarar a los listillos que se dejaron mecer por los señuelos del “país de las oportunidades”. Sin esta catarsis colectiva previa, todo lo que se intente, será inútil.
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