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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La verdadera moderación: el voto

Josep Ramoneda

En el carrusel de la política catalana, de pronto ha irrumpido una consigna: moderación. Después de varios intentos de configurar terceras vías entre el centralismo y el soberanismo, frustradas por la incapacidad del gobierno español de ofrecer la más mínima complicidad, llega ahora la campaña de la moderación. Es una consigna de buen ver, porque, conociendo el país, es fácil presuponer que una gran mayoría de catalanes, sea cual sea su posición respecto al debate actual, desea que el proceso transcurra por medios civilizados y democráticos. Por tanto, abunda en el sentir general de los ciudadanos. La mayoría de independentistas también quiere moderación.

Pero, ¿por qué lanzar ahora una campaña sobre la moderación? La explicación es muy sencilla: por fin los dirigentes políticos españoles y los poderes fácticos (económicos, mediáticos, institucionales) se han dado cuenta de la dimensión y del calado social del proceso de independencia abierto en Cataluña. Durante un año, desde el 11 de septiembre de 2012, se agarraron al discurso del soufflé: no tiene recorrido, va a deshincharse por sí solo, el tiempo volverá las cosas a su sitio. Así han perdido muchos meses en un ejercicio de confusión de sus deseos con las realidades.

Para ganar tiempo, se apela al consenso pero no como proceso de construcción, sino de neutralización de la política

Por fin, tanto en la política como en el dinero, han entendido que en Cataluña hay un problema que no se resuelve mirando a otra parte. Y se han dado cuenta de que la dinámica de las cosas, que ellos habían despreciado, ha convertido el problema en binario: status quo o independencia. El presidente del gobierno ha incorporado la cuestión catalana a su agenda, e incluso habla de ella con el líder de la oposición. Pero ha optado por mantener el principio de negación y jugar la carta de la confrontación que cree puede darle réditos electorales. Pero de pronto, algunos sectores económicos y mediáticos han descubierto la piedra filosofal: es la hora de la moderación.

Sáenz de Santamaría, en un acto organizado por Fomento del Trabajo.
Sáenz de Santamaría, en un acto organizado por Fomento del Trabajo.m. Minocri

La palabra moderación contiene, evidentemente, una defensa del status quo, que da por supuesto que aquellos que proponen alterar democráticamente el sistema constitucional no son moderados. Es la cultura del consenso entendido no como proceso de construcción política sino de neutralización de la política. La apelación a la moderación tiene un objetivo inmediato: ganar tiempo, que es la expresión más repetida tanto en medios políticos como económicos y empresariales. Esperando que la dilación del proceso independentista actúe en su contra y confiando erróneamente, en mi opinión, en que una mejora de la situación económica reste fuerza al soberanismo (ni la recuperación está cercana, ni el dinero lo arregla todo, en este caso). Por eso, la consigna aparece justo cuando Artur Mas ha confirmado que antes de fin de año se conocerá la pregunta y la fecha del referéndum. Y cuando se especula con un gobierno de coalición CiU-Esquerra con alguna personalidad de la izquierda socialista para enero. Algunos avisan que cuando estas dos cosas ocurran la tensión en Madrid se disparará. Moderación para frenar el proceso en curso.

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La única apelación a la moderación es convencer al gobierno y a los partidos políticos que el referéndum es la respuesta moderada al conflicto existente

La apelación a la moderación permite dibujar un espacio equidistante entre la intransigencia y la independencia, colocando a estas dos en el mismo plano. E invita a los dirigentes políticos que se han movido o que son susceptibles de moverse por este territorio a que den el paso. Se interpela al Gobierno español para que deje de parapetarse en el fundamentalismo constitucional y se avenga a introducir ciertas reformas y al gobierno catalán a que vuelva la mirada hacia atrás y recupere el pactismo pujolista. Pero sobre todo el objetivo del discurso de la moderación es situar la independencia del lado de la radicalidad, como modo de eliminar de la escena cualquier hipótesis de consulta o negociación por la independencia. Es decir, se trata de que el problema deje de ser indivisible —sólo resoluble mediante el voto— para alejar a la ciudadanía de la solución y dejarla en manos de los dirigentes políticos.

Y, sin embargo, en una sociedad democrática la forma moderada de resolver un problema de calado es precisamente el voto: que da la última palabra a quién corresponde, a los ciudadanos. De modo que a mi entender la única apelación a la moderación que responde a las exigencias de la situación actual es convencer al gobierno y a los partidos políticos españoles que el referéndum es la respuesta moderada al conflicto existente.

La única que evita la principal tentación radical que hay en escena: la de que el gobierno español lleve al límite las atribuciones constitucionales e intervenga (o suspenda) la autonomía catalana. Tratar de excluir como opuesto a la moderación (radical) un movimiento de amplia base social que no utiliza otros instrumentos que los mecanismos de expresión de una sociedad democrática y que pide el voto como vía para conseguir sus objetivos, no sería precisamente un dechado de moderación.

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