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EXTRA 9 D'OCTUBRE

“Nos obligan a una vida muy precaria”

Los jóvenes que se quedan oscilan entre el pesimismo de la realidad y el optimismo de seguir viviendo

Miriam, Adrián, José, Rosella y Omar, jóvenes que han elegido no emigrar.
Miriam, Adrián, José, Rosella y Omar, jóvenes que han elegido no emigrar.TANIA CASTRO

Rondan los 30 años. En otra época estarían teniendo hijos, pagando casas y yéndose de vacaciones. Pero ese tiempo pasó, y ahora no tienen ninguna de esas cosas. “Afortunadamente”, piensan algunos. Se dedicaron a formarse, seguir los pasos que la sociedad les marcó para conseguir la prosperidad y ahora, para poder construir una vida propia, emigran. Pero no todos. Algunos de los jóvenes valencianos que se han quedado aquí están planeando la huida, otros no se han ido porque prefieren resistir y otros no se van porque, sencillamente, no pueden.

Omar (32 años) no terminó la secundaria porque no le gustaba estudiar. “Mi madre me dijo: Pues entonces aprende lo que es trabajar”. Empezó en una empresa de energía solar, fue camarero, trabajó en discotecas y finalmente se subió a la ola de la urbanización empezando por la construcción de piscinas. Pero la rueda del trabajo, con 32 años, ya le ha dejado fuera. “En mi sector somos muchos en la misma situación. Ahora no se busca alguien que lo haga bien sino alguien que lo haga barato, aunque el cliente no salga satisfecho”. Joven y con experiencia, hace reparaciones, que cobra en negro, y vive con sus padres, que prácticamente le mantienen: “Es imposible pagar autónomos con los ingresos que tengo. Además, los autónomos están toda la vida trabajando para luego no tener nada”. Omar ha pensado en emigrar. Pero no puede. “¿Qué te vas a plantear cuando tu limitación es el dinero? Por un lado digo: ¿dónde voy a ir si no puedo pagar ni siquiera aquí dos meses de alquiler? Y por otro lado digo: ¿y por qué me tengo que ir yo de mi tierra?”.

Silvia Martín, miembro de la PAH.
Silvia Martín, miembro de la PAH.TANIA CASTRO

Si hay una zona en la que ha afectado el estallido de la burbuja inmobiliaria es la Comunidad Valenciana. “El 90% de mis compañeros arquitectos han emigrado”, explica Miriam, arquitecta de 32 años. Acaba de abandonar su trabajo en una academia universitaria de clases de repaso. “¿Que cuánto cobraba? ¿En blanco o en negro?”, se queja. Miriam ha encontrado un hueco en el mercado de la educación y está montando una pequeña academia propia. “Ahora a los universitarios les importa mucho ir a curso por año porque, si pagar una matrícula es difícil, repetir, y pagar dos, lo es más”. Cuenta que prefiere quemar todos los cartuchos antes de emigrar. “En dos ocasiones he tenido encargos de proyectos para acondicionar espacios para abrir negocios y al final no los he hecho porque los emprendedores no han conseguido el crédito”.

Contra el discurso oficial, que anuncia planes de apoyo a emprendedores, los jóvenes que se embarcan ahora en esta aventura se sienten casi héroes. ¿Las principales dificultades? “¡Los impuestos!”, dice rotundo José (32 años) que montó una pequeña empresa con tres amigos en 2005 para la cual, asegura, nunca han necesitado un crédito. “Ahora, después de ocho años, muchos trabajos paralelos y bastantes calamidades, hemos empezado a cobrar: 540 euros al mes”. Su empresa, dedicada a actividades de ocio y formación para extranjeros, ha salido adelante porque sus clientes internacionales cada vez vienen más. Empezaron organizando actividades para Erasmus y ahora gestionan un hostal en la ciudad. “Sientes una gran frustración porque por parte de la Administración nadie te ayuda. Es una pelea, es ridículo”, cuenta Isabel (34 años), su socia y pareja. “Conocemos mucha gente de otros países que nos cuenta, por ejemplo, que las empresas nuevas no pagan impuestos hasta que no tienen beneficios. Aquí empiezas pagando más de 3.000 euros para montar una SL, dándote de alta como autónomo y pagando 250 euros cada uno. Tengas o no beneficios. Así entiendo que la gente joven no sea capaz de emprender ningún tipo de negocio”.

“¿Dónde voy a ir si no puedo pagar un alquiler ni aquí?”, dice Omar, obrero

José Manuel (30 años) acaba de traspasar su participación en una pequeña empresa: una academia de clases de repaso. “Las pymes somos los recaudadores del Estado. Y al final dices, no tengo por qué pagar alquiler, ni IVA, ni IRPF, cuando hay quien está declarando fuera y evadiendo impuestos. No estoy dispuesto a entrar en la rueda de la recaudación cuando es injusta”, critica. Con una carrera y media, un máster y un doctorado cum laude en tiempo récord, José Manuel da clases de inglés y es músico. “Es paradójico que de mi hobbie esté ingresando más dinero que de mi trabajo”.

Con 30 años, ha participado en ocho pequeñas empresas relacionadas con la comunicación y la docencia. Se ha planteado emigrar, pero se niega a hacerlo porque, asegura, prefiere aportar aquí su conocimiento y experiencia. Confiesa, sin embargo, que alguna vez ha llorado por la impotencia de ver que aquí no se valora el mérito. “Soy la primera tesis doctoral sobre el 15-M en España y sobre comunicación en redes sociales. Si fuera holandés, estaría rechazando trabajos. Con 30 años, carrera y media, un máster y un doctorado cum laude, te sientes imbécil. Te sientes el tonto de la clase”.

José Manuel Martín, doctorado en Lingüistica.
José Manuel Martín, doctorado en Lingüistica.TANIA CASTRO

Los testimonios de muchos jóvenes emigrantes se parecen: estudiaron toda la vida para dedicarse a algo que no tiene nada que ver a cientos de kilómetros de distancia. “La gente que se está yendo a la aventura está condenada al fracaso porque no hacen un análisis de lo que necesita el país y de si tú ofreces lo que el país está demandando. Para estar allí limpiando baños, ¿de verdad no te compensa más estar aquí dando clases de repaso?”, explica José Manuel que, después de seis años de independencia, hace unos meses que volvió a vivir en casa de su madre. Para él no es un problema volver, pero hay quien todavía no ha podido salir.

“Tengo un minijob que se compone de dos superminijobs: uno de 15 horas en un Ayuntamiento y cuatro horas en una escuela de adultos. Estoy en casa de mis padres y no veo el momento de irme”, explica Rosella (27 años). Esta licenciada en Ciencias Ambientales con dos másteres lleva años estudiando para optar a un puesto en la función pública. “Siempre he querido trabajar en el Ministerio de Medio Ambiente y aquí estoy: esperando que algún día se mueva la bolsa de trabajo y salga la plaza de la oposición del Estado que aprobé hace un año”. Aunque solo tiene 20 personas por delante, Rosella es realista: “Plaza para toda la vida, ahora mismo, no hay. Pero obligarme a estudiar y estar al día también me está ayudando a encontrar un trabajo en una empresa privada, porque la entrevista me saldrá mejor”. Conoce tres idiomas, eso no supone una limitación, pero reconoce que se niega a emigrar porque le costaría estar lejos de su tierra y su familia. Rosella llora cuando recuerda que su hermana, hace dos años, le animaba a emigrar.

Miriam, arquitecta, ha montado una academia de repaso para universitarios

“Sigo haciendo lo mismo que cuando tenía 12 años. Entre semana iba a la escuela, ahora voy a trabajar. El fin de semana me voy al pueblo en el coche de mis padres porque no puedo permitirme mantener un coche propio. Y me he adaptado a eso…”, dice con la garganta en un puño. “La situación actual está afectando mucho a las relaciones sociales. Yo he tenido una pareja durante nueve años y al final la situación ha podido con nosotros. Yo nunca tenía un trabajo que me permitiera dar el paso de ir a vivir juntos y no poder avanzar ha acabado terminando con nuestra relación”, cuenta emocionada. Como ella, miles de jóvenes han tenido que reformular su modelo de vida para tratar de ser felices.

Alberto Ordóñez, miembro de la Federació Valenciana D'Estudiants.
Alberto Ordóñez, miembro de la Federació Valenciana D'Estudiants.TANIA CASTRO

“A veces tengo miedo de adaptarme a esta nueva forma de vida tan miserable”, dice Adrián, diseñador gráfico de 32 años. “Nos están obligando a vivir una vida muy precaria. A veces pienso que me gusta haber aprendido a desear menos cosas materiales, ir en bicicleta o consumir menos. Pero por el contrario pienso: ¿Me viene impuesto? ¿Me estoy conformando porque no puedo hacer otra cosa? ¿Han conseguido lo que pretendían?”. Hace un par de semanas que Adrián está en paro. Ha trabajado en varios estudios, el último en el de su padre, que fue perdiendo volumen de trabajo hasta que sus manos fueron prescindibles. “Los últimos dos años solo me daba de alta como autónomo unos meses para facturar todo lo del año”.

Adrián no puede evitar enfadarse: “¿Por qué siguiendo todos los pasos correctamente, como me han dicho que había que hacer, ahora esta sociedad me trata como un inútil?”.

“Después de ocho años cobro 540 euros al mes”, dice José, emprendedor

Atribuir la emigración juvenil al “impulso aventurero” de los jóvenes, o llamarla “movilidad exterior”, ofende a muchos de los entrevistados. José Manuel es explícito: “No sé cómo gente que no ha trabajado en su vida se permite hacer afirmaciones tan banales sobre una situación que es trágica. Tenemos unos gobernantes que son una casta que vive en una burbuja completamente ajena al sufrimiento de la gente”.

Cuando piensan en el futuro, su horizonte temporal cada vez es más corto, a veces, 24 horas. “Vivir el hoy puede parecer muy hippie, pero es lo más cauto”, dice José Manuel.

Todos comprenden a los emigrantes y tienen claro cómo está el mercado exterior. “Por la experiencia de las personas que conozco, Europa está saturada”, cuenta Adrián. “Me da rabia pensar en verme obligada a emigrar. Parece que emigrar está de moda y parece que si los que no encuentran trabajo de lo suyo se marchan, aquí molestan menos”, explica Miriam.

“Tengo un ‘minijob’ compuesto por dos ‘superminijob”, dice Rosella, licenciada

Los jóvenes que se quedan se balancean entre el pesimismo de la realidad y el optimismo de quien no tiene más remedio que seguir viviendo. “Ideas hay de sobra para intentar llevar adelante otro tipo de economía. Los que podamos, seguiremos tirando adelante para intentar vivir. Simplemente”, cuenta Omar. Rosella seguirá peleándose por avanzar: “La situación se arreglará y llegará nuestra oportunidad. Posiblemente llegará el momento en que dejaré los minijobs y tendré un trabajo decente. Pero igual es demasiado tarde porque he dejado de viajar y de hacer muchas cosas por estar siempre pendiente de si me llamaban de una entrevista”.

José Manuel es más rotundo: “Para mí, Tener un puesto de trabajo o un sueldo fijo es Steven Spielberg: ciencia ficción”.

Quedarse, pero luchando

P. A.

Desde el florecimiento de la primavera árabe, a finales de 2010, muchos son los movimientos de protesta que han surgido en Europa. La Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), el 15-M y la primavera valenciana, los más mediáticos en la Comunidad Valenciana, han dejado poso y algunos jóvenes han decidido seguir nadando porque no se conforman con tener el agua al cuello para siempre.

Silvia Martín (34 años), miembro de la PAH, se diplomó en Terapia Ocupacional y, cuando consiguió trabajo, decidió comprarse una casa con una hipoteca del Sabadell-CAM. Pero cuando el trabajo menguó, Silvia dejó de poder pagar. Sus padres, que le avalan, pueden perder la casa si ella no se pelea por defender la suya y la de sus compañeros. “La plataforma para mí ha significado empezar una vida nueva. Derruir todos los valores antiguos para construir una mentalidad totalmente distinta. Ahora lo comprendo todo perfectamente. Sé lo que defiendo y sé lo que quiero”, explica. Cuenta que no se plantea emigrar porque no puede marcharse abandonando su problema y la lucha por el derecho a una vivienda.

“Esto es una estafa en la que se socializan las pérdidas y se privatizan las ganancias”, dice Albert Ordóñez (22 años), estudiante de un grado superior, y una de las cabezas más visibles de las protestas de estudiantes de primavera valenciana. Presidente de la Federació Valenciana d’Estudiants en 2012, se reunió con la delegada del Gobierno, Paula Sánchez de León, para llegar a una solución ante la violencia de las protestas. Detenido durante las movilizaciones, está a la espera de juicio. “Nuestra generación solo será “perdida” si nadie se queja contra quienes están haciendo de esto el cuento para ganar más dinero. Seguiremos luchando hasta que tengamos las riendas para tomar las decisiones en nuestro propio país”.

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