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la crónica
Crónica
Texto informativo con interpretación

La vocecita de la Goyita

A comienzos del siglo XX cantaba cuplés picantes y sugerentes, con una voz de falsa niña pequeña

La cupletista Pepita Ramos, 'La Goyita', recostada en un diván.
La cupletista Pepita Ramos, 'La Goyita', recostada en un diván.

Por azares de la vida, estas últimas semanas me he enganchado en Youtube a una cantante barcelonesa de quien lo ignoraba todo, y que era casi vecina mía. Estoy hablando de Pepita Ramos —más conocida como La Goyita—, que en las primeras décadas del siglo XX se especializó en el cuplé más picante y sugerente, con una vocecita de falsa niña pequeña capaz de soltar una procacidad con un mohín. La encontré por azar buscando cosas de la Demon’s Jazz Orquesta que dirigía el maestro Lorenzo Torres Nin, uno de los grandes pioneros de la música norteamericana en Barcelona. Alguien ha estado subiendo viejos discos de piedra a la red, recuperando así un puñado de melodías tan sicalípticas e inocentes como Agua que no has de beber, Yo quiero un blanco con el alma negra o Feo,canciones capaces de llevarnos a una época pretérita cuando las más rabiosas novedades entraban en nuestro país por el Paral·lel y el barrio Chino.

La Goyita era hija de padre argentino y madre valenciana —ambos artistas de teatro, él actor y ella cantante de zarzuela—, que nació en Barcelona en 1890. Su debut tuvo lugar a los 21 años de edad, en el teatro Gayarre, junto a los contorsionistas Trío Espinosa, Sevillita la cantaora, y la cupletista La Azulina. Un año más tarde daba su primera gira por Valencia, y a la vuelta triunfaba en el Moulin Rouge (rebautizado en la posguerra como El Molino). Su éxito fue tan inmediato que en 1913 ya le salió una primera imitadora, una cantante sevillana que también se hacía llamar La Goyita, y a la que denunció públicamente enviando una carta a los periódicos. Esto se convirtió en una de sus señas de identidad, pues fue una de las primeras artistas en comprender el peso de los medios de comunicación de masas en el ánimo del público. Ese mismo año insertaba anuncios en los diarios, aclarando que ella no era una vedette sino una canzonetista, y que no se había fugado de Barcelona sino que: “había salido un momento para triunfar en Palma de Mallorca y volver” (abuela tampoco tenía). Por aquellas mismas fechas se convirtió en una de las artistas preferidas del público barcelonés, que iba cada noche a verla al Arnau donde cantaba temas como La vendedora de plátanos, Penas gitanas o Yo pequé, piezas del compositor F. de A. Font.

La Goyita era hija de padre argentino y madre valenciana

El momento álgido de su carrera vino con el estallido de la Primera Guerra Mundial, cuando la ciudad se llenó de visitantes acaudalados que huían de los combates y tenían muchas ganas de diversión. En 1914, La Goyita estaba en el Gran Salón Doré, donde estaba tan peleada con el resto del elenco que las funciones fueron un desastre tras otro, aconsejando una gira por Andalucía. Aquellas antipatías tras el telón eran algo normal en los teatros de esos tiempos, con unas artistas que iban a todas partes acompañadas de sus mamás, y que en cuanto pisaban un escenario desplegaban una sensualidad nada infantil. A Pepita Ramos siempre la acompañaba su madre Concha Ramos, incluso vivían juntas en un piso abarrotado de muñecas de porcelana. En la década de 1920, La Goyita fue cabeza de cartel en los mejores locales del Paral·lel. Era una de las estrellas más conocidas del cuplé catalán, una autentica diva a quién se veía cenar o bailar en los establecimientos más lujosos de la ciudad. Llegó a residir unos años en Nueva York, donde no acabó de aclimatarse. Ángel Zúñiga decía de ella en su Historia del Cuplé que “cultivaba el cuplé melodramático con mujeres de la vida, madres que sufren y otras pamemas por el estilo”. Ella estrenó canciones como La dona de tothom o La Mare, que popularizaría mucho después el cantante melódico Dyango. Al mismo tiempo, esta artista tenía un lado cómico que desarrolló en canciones como Si vas a París papá, haciendo dúo cómico con el humorista Rafael Arcos con quien también estrenó Madre cómprame un negro, Al Congo, Al Uruguay o Ay, chata! Y después con Carlos Hidalgo Baldomerito, con quien cantaban al alimón remedando a Gracie Allen y Georges Burns en un estilo que las nuevas generaciones conocimos a través de Pimpinela, de réplicas y contraréplicas ingeniosas.

En la década de 1930 —y a pesar de ser un poco mayor para el cuplé—, La Goyita volvió a triunfar en el teatro Principal de la Rambla con Es mi Manuel, una canción dedicada al presidente de la Segunda República Manuel Azaña. En esa época hizo dúo cómico con Antonio Palacios y estrenó la canción Yo quiero un TBO, que versionarían después Sisa y Pascal Comelade. No obstante, su éxito no sobrevivió a la Guerra Civil, y durante la posguerra vivió en una pensión de Nou de la Rambla, al lado de otra estrella caída como fue Bertini, el transformista que imitaba a Raquel Meller y que había sido la gran figura de La Criolla. Sus últimos años fueron de penurias económicas y olvido. Aún en los años cuarenta hizo pareja artística con Lolita Medina, y en 1949 formaba parte del elenco de la exitosa La Gilda del Paralelo en el Arnau. Después de aquello su nombre se apagó para siempre, en los sesenta tan sólo era una presencia habitual en las entregas de aguinaldos navideños destinados a artistas arruinados, que organizaba Radio Barcelona. Hasta que murió a los ochenta años en 1970, tras un mes en estado de coma en el hospital de Sant Pau. A pesar de la trágica peripecia de sus últimos años y de haber sido ingresada de beneficencia gracias a la intercesión del periodista Ángel Zuñiga, oír la voz de La Goyita me lleva a una etapa más simple y jovial de esta ciudad, cuando el ocio era algo más inocente y todo tenía doble sentido. Sirva como recuerdo de tantos y tantos artistas fagocitados por el Paral·lel, y después abandonados a su suerte.

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