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MERCÈ 2013

Hip-hop postnuclear para la fiesta

Dope D.O.D. puso espectadores hasta en las farolas de la plaza Reial

Dope D. O. D. durante el concierto en la plaza Reial.
Dope D. O. D. durante el concierto en la plaza Reial.MASSIMILIANO MINOCRI

Se notaba que era sábado de fiesta mayor ya en los metros, a última hora de la tarde. Llenos de jóvenes los convoyes convergían en el centro, donde la música les aguardaba para proponerles rock ruidoso con mucho músculo y palabras rimadas. Ya desde primeras horas los escenarios del BAM mostraban mayor ocupación que la víspera, pero lo que más denotaba el carácter festivo de la noche era el equipo que colgaba de muchas manos: bolsas con cerveza. La predisposición a la fiesta era notable. Y ésta, la fiesta con mayúsculas, estalló al final de la noche, con los recitadores holandeses Dope D.O.D, reyes de la Reial cuando la media noche quedó atrás. Lo que había comenzado con rock musculoso acabó con hip-hop anguloso. El BAM fue fiel a su espíritu aventurero.

Comenzando por el final, lo más reseñable de la noche fue el exitazo conseguido por Dope D.O.D. ya pasada la medianoche, cerrando un irregular cartel de hip-hop salvado precisamente por ellos. Porque fueron ellos quienes congregaron en la plaza Reial a una multitud que pobló de manos el aire del lugar, azotando el ritmo propuesto por este trío de recitadores de aspecto patibulario. Conocidos pese a su carácter underground por buena parte de la audiencia, que literalmente se subía a las farolas y árboles del lugar, los ritmos dubstep densos, profundos y sinuosos que impelían los recitados incendiaron el lugar. El momento álgido vino con What happened, saludada con un cabeceo multitudinario, una explícita aceptación de esta mezcla entre hip-hop y electrónica sombría, de ciudad postapocalíptica y paisajes de cemento agrietado. Fue un broche sombrío pero a la vez extraordinariamente excitante, una vía que el hip-hop europeo ya toma para salirse del carril central.

Pero pese a los vaticinios post-catastróficos de Dope D.O.D. la clave fue la fiesta mayor. Eso favoreció que mientras actuaban Cuello abriendo programación en la plaza Coromines, el director de su sello discográfico, B. Core, jugueteaba con su hijita, pertrechada con los normativos cascos aislantes, en un rincón apartado del lugar, fuera de la zona de influencia del poderoso sonido del grupo. El líder del cuarteto concluyó la actuación —rock nervudo y fibroso— diciendo que cosas como el BAM, hervidero de nuevas propuestas servido a la ciudadanía en fiestas, "debería pasar en todos los sitios".

La plaza Reial fue el siguiente destino del programa, que allí ofrecía hip-hop. La propuesta del sello inglés High Focus no pasó de anecdótica, con la plaza aún vacía y varios recitadores dándose la alternativa en una fiesta de palabra rimada que no llegó a conectar con la escasa audiencia. Más participativo se mostró el público con Natos y Waor, madrileños en cuya actuación pudo comprobarse que a pesar de lo que se pueda pensar, recitar bien no está al alcance de todos.

De hecho resultó mucho más entretenido asistir al paso de las comparsas de Dracs i Bésties que circulaban por las inmediaciones y quedarse pensando en cómo la batucada ha desplazado a las demás músicas de acompañamiento callejero. Sólo una comparsa exprimía en sus gralles una pieza popular local, La presó del Rei de França, quizás reivindicando un sonido tradicional que se difumina empujado por el estruendo de los tambores. ¿Debemos agradecimiento a Carlinhos Brown? Los turistas, ajenos a todo, sonreían y fotografiaban todo lo que se movía. La batucada les debe sonar catalana en este mundo global.

Poco tiempo después la historia parecía volver a los noventa en la Damm. Allí el enésimo artista inglés de pop que añora los gloriosos años del Imperio Británico del Brit, actuaba ante una público más bien ajeno, que poblaba con timidez una calle donde los activos basureros contemplaban la inanición de papeleras vacías. Mirar al escenario y recordar pretéritos Benicàssim era todo uno —a todo esto, Miles Kane ha actuado allí este año—.

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Fue sintomático que el público, mucho menos numeroso que en años anteriores, demostrase con su ausencia que no todo cuela, por bien que suene el grupo. Por cierto, en un lateral del escenario se podía comprar cerveza en un bar auténticamente mestizo: se llamaba Machín y lo regentaban chinos. Había media docena por cliente, lo que sugiere la capacidad de convocatoria de Miles Kane.

Tras el paseo por el pasado, Miles Kane incluso hizo una versión del Sympathy for the Devil, la plaza Dels Àngels ofrecía más revisionismo, en este caso a cargo de los Triángulo de Amor Bizarro, grupo que disimula la ternura de sus melodías con una muralla de distorsión y ruido que recordaría a Caperucita disfrazada de Lobo. La plaza, llena, acogió con satisfacción el masaje propuesto por los gallegos, ruidosa antesala de los triunfadores de la noche, esos Dope D.O.D que devolvieron la fiesta a nuestros días.

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