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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La productividad en el sistema de investigación científica española

La calidad de nuestros investigadores no era en absoluto mediocre cuando, con recursos escasos se alcanzó una presencia digna en el conjunto de la ciencia internacional

A través de diversas fuentes, mesas redondas, artículos de prensa, enlaces informáticos, se está discutiendo en los últimos tiempos la situación a que ha llevado en España la política de recortes en financiación de la investigación, tanto a través de la financiación de la universidad (que genera el 80 % de la investigación de calidad) y el CSIC. Existe la opinión uniforme entre los implicados (investigadores, docentes, observadores sociales, etc.) de que la política de recortes aplicada por el actual gobierno es la peor decisión para hacer frente a la crisis económica y social que están viviendo muchos estados europeos como consecuencia de la política ultraliberal asumida y defendida por los gobiernos conservadores.

Los protagonistas de esta historia, investigadores y profesores de cierta edad, recuerdan que, hace treinta años en los foros internacionales eran escasas las presencias de españoles. La investigación que se desarrollaba poseía calidad suficiente para presentarse a los mejores congresos, sin embargo la presencia era cuantitativamente escasa. En tres decenios las cosas cambiaron lo suficiente para que la investigación española, en términos cuantificables, alcanzaran el nivel que correspondía a la importancia de España como país en relación con su población y potencial económico. Y eso a pesar de que la asignación de recursos era proporcionalmente más baja que la que aportaban los países más punteros. Hasta hace pocos años la asignación del % del PIB a investigación (directa o indirecta) siempre han sido escasos. Lo que viene a demostrar que la calidad de nuestros investigadores no era en absoluto mediocre cuando, con recursos proporcionalmente escasos se llegaba a alcanzar una presencia digna en el conjunto de la ciencia internacional.

Otra cosa es la relativa mediocridad del conjunto de nuestras universidades que, en los diferentes baremos internacionales no alcanzan el nivel que debería corresponder a nuestro peso relativo internacional como país. Quizás conviniera entender que esos baremos dan una importancia relativa mayor que lo que se entiende en España a la investigación. Al I+D producido en las universidades, y a la productividad científica general que hoy es posible intentar objetivar a partir de indicadores objetivos como son la importancia en el rango de los artículos o en sus citaciones internacionales, etc.

En nuestro país se ha seguido la política de "cualquiera puede estudiar cualquier carrera en su provincia" y la creación de centros, departamentos y consecuentemente grupos de investigación creció de manera aleatoria sin ninguna planificación seria que lo justificara. Lo cierto es que a mediados de los noventa la creación de los incentivos para profesores e investigadores que se basaban en la exigencia de publicar trabajos en revistas de prestigio internacional constituyó un revulsivo importante que propició el cambio de objetivos en muchos profesionales. Las universidades de tipo tradicional, que tenían mayor tradición de publicar en ese tipo de revistas vio premiada su forma de trabajo; las universidades politécnicas, en general, se vieron algo sorprendidas: los ingenieros y arquitectos hasta ese momento habían considerado que la tecnología estaba para producir inventos, construcciones y proyectos, y las publicaciones eran, entonces, consideradas casi como un lujo secundario. A partir de entonces, sin embargo, la investigación científica y tecnológica se consideró como actividad prioritaria en universidades y centros de investigación. Quien no publicaba no solamente quedaba fuera de los incentivos (que por otra parte no eran muy generosos) sino que en los departamentos y grupos de investigación académicos, la "presión inter pares" empezó a constituir una especie de persuasión moral para cambiar los estilos y programas de trabajo dentro de los propios grupos y entre diversos grupos de las diferentes especialidades y universidades.

Las investigaciones científica y tecnológica son unas actividades que, en general, son ejercidas con un cierto espíritu a la vez generoso y vanidoso. Los investigadores orientan su actividad en ver sus trabajos publicados en revistas de "alto impacto". El número de publicaciones en esas revistas, el valor numérico de su "índice de impacto" así como el número de citas y referencias de otros autores que reciba cada artículo son indicadores de calidad de la investigación de cualquier profesional, grupo o incluso universidad. En España existen grandes investigadores y excelentes grupos de reconocimiento internacional; sin embargo el conjunto de universidades aparece por debajo de lo que debiera corresponder al tamaño, nivel económico e importancia relativa del país. Resultaría interpretable esta circunstancia como que, en universidades en las que existen grupos muy prestigiosos y productivos su brillo se ve atenuado por la coexistencia en el mismo centro de otros grupos poco o nada productivo que "diluyen" la productividad de aquellos y en conjunto, hacen que como universidad o institución en bloque quede fuera de los rankings internacionales. Muchas universidades españolas han mostrado su reticencia a aceptar la validez de esos rankings que las excluía entre sus primeros centenares de puestos; un gran numero de claustros se han manifestado expresamente en contra del llamado " informe de los sabios" que se marcó como objetivo el realizar un análisis independiente sobre el sistema universitario. La iniciativa en los últimos años de crear "campus de excelencia" va en la buena dirección, sin embargo sería necesario abordar los problemas con mayor atrevimiento y corregir tradicionales defectos de nuestras instituciones.

La lamentable política universitaria que está desarrollando el actual gobierno ya está causando un daño irreparable en el doble sentido de disminuir los recursos en I+D+I en universidades y CSIC y al mismo tiempo poner más barreras a los estudiantes con menos recursos; el país solo se podrá recuperar si se produce más y mejor conocimiento y si la juventud está suficientemente preparada para sacarle rendimiento. Además, por supuesto, debería contarse con empresarios que sean capaces de descubrir y arriesgar en campos de negocio diferentes a la simple especulación inmobiliaria; y esa no es una cuestión que se pueda resolver desde el mundo de la investigación sino de la política económica de los gobiernos. Las universidades necesitan, en todo caso, reformas serias y ya es hora de replantearse que no resulta lógico que los universitarios puedan estudiar cualquier carrera sin moverse de su provincia; los equipos docentes e investigadores de las universidades deben disponer de unas estructuras, recursos y dimensiones acordes con la disciplinas respectivas y los departamentos no tiene que estar concentrados en un único campus (algunas experiencias entre universidades valencianas están ya dando buenos frutos). La supresión de títulos (carreras) en algunas universidades se hace inevitable si la demanda de alumnado desaparece, pero no es sino consecuencia de una política torpe de falta de previsión la que lleva a que, por oleadas, los jóvenes se orientan hacia titulaciones que aparentemente ofrecen buenas perspectivas de futuro empleo pero que realmente nadie ha estudiado rigurosamente sus expectativas de futuro.

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