Filmar en Gallecs, atrapar la vida
‘La plaga’, de Neus Ballús, es una película sobre la belleza moral y el coraje de representarse a uno mismo
Para cerrar esta semana de emociones colectivas de calado, llenas de anécdotas que van a trascender, propongo ir al cine. A ver La plaga, hermosa película que firma Neus Ballús, 33 años, cineasta que en este su primer largometraje, tras algunos cortos documentales, aparece ya como bastante más que una promesa. No se lo piensen más y acudan al cine, no dejemos que esta peli dure poco. En Barcelona la echan en el Verdi y en el Aribau. Podemos completar la experiencia visitando o volviendo a ver la exposición dedicada a Pasolini en el CCCB, que termina este domingo. La plaga tiene algo profundamente pasoliniano: confía en la belleza moral de sus personajes, gentes del fronterizo mundo de Gallecs que se interpretan a sí mismas.
Cuando las gentes se interpretan a sí mismas en el cine con un equipo atento a captar la vida, suceden cosas sensatas y alegres. Todo lo contrario que en tantos programas de la tele que más bien quieren decorar la vida, cuando no soliviantarla al máximo, causando destrozos y cosas peores. Cuando el cine filma la vida, la dignifica en algunas ocasiones. Así sucede en La plaga. Tras cuatro años de conversaciones y de conocimiento mutuo, primero con Neus Ballús y luego con su equipo, el agricultor no sólo ha logrado sobrevivir sino que ahora sabe que sus experiencias cuentan. La prostituta de carretera ha ganado por fin ser vista sin aditamentos, viva sin más. Y la cuidadora de la residencia de ancianos ha conquistado lo que sabe que es lo único que cuenta, un mundo propio cuando estás rodeada de muerte inminente. Una transformación más sutil siguen los otros dos personajes, el luchador de lucha libre que se gana la vida ayudando al agricultor y la lúcida nonagenaria que debe abandonar su casa en el campo para ingresar en la residencia de ancianos y lucha por dejar y a la vez no dejar de pensar. El pan de cada día, personas invisibles casi siempre.
La hermosísima lluvia intensa, gran catarsis del film, ayuda a respirar y a esperar lo bueno que la vida difícil puede dar
Pero el cine da vida. Lo vemos en pantalla, vemos cómo da entidad y fuerza a los protagonistas el hecho mismo de ser filmados y de participar en la narración de su vida y del cruce de sus historias. Al salir, sentí que esa fuerza vital les sigue acompañando. Neus Ballús no ha hecho una película ingenua, al contrario: no cierra el relato, eso en todo caso corresponde al espectador. Una se sorprende de desear un final feliz, esa historia de amor que parece empezar. Bueno, quien sabe. La hermosísima lluvia intensa, gran catarsis del film, ayuda a respirar y a esperar lo bueno que la vida difícil puede dar. La plaga hace referencia, en una primera instancia, a la mosca blanca que se lleva los cultivos ecológicos del agricultor, que naturalmente se niega a sulfatar. Y, con delicadeza, se va constituyendo en alegoría de la precariedad contemporánea, de indígenas o de migrantes, de una edad o de otra, cuando se vive en los márgenes, y casi todo hoy son márgenes para la mayoría. Esto es Gallecs, uno de los últimos espacios sin urbanizar en las comarcas del Vallès, en la frontera entre el mundo industrial y el rural, vidas que resisten en medio de polígonos y autopistas.
Jordi Costa ha definido este film en este mismo periódico como un “western lírico”, crepuscular. El retrato del mundo rural suele ser así, no es extraño. El western ha sabido captar la épica y el desconcierto rurales. Aquí la directora juega con esa luz de crepúsculo, cálida y al tiempo firme, así como con la música, de David Crespo, que remite a estos mundos de frontera, que son también los de la crisis: algo está muriendo y algo está naciendo.
Mezcla de géneros, entre el documental y el relato construido como una ficción, La plaga llega cuando el cine de lo real vive un momento de inflexión más. En Venecia ha ganado por primera vez el máximo galardón un documental sobre Roma, Sacro Gra, de Giancarlo Rossi. Este film de Neus Ballús fue bien acogido en el festival de Berlín y se estrena en buenas salas. Y si a actores no profesionales nos referimos, la última de Albert Serra ha sido galardonada en Locarno. Ah, y mañana llega a las salas Bajarí, documental de Eva Vila, sobre la Barcelona flamenca de toda la vida. Al cine, pues. Donde las personas, a veces, se cuentan a sí mismas. Importante.
Mercè Ibarz es escritora
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.