La asignatura pendiente
Si el PSC hubiese hecho efectiva la soberanía que le reconocían los estatutos, ni el partido ni Cataluña estarían en el punto en que se hallan hoy
Por mucho que esté sufriendo un verano de tantas convulsiones internas, sería prematuro dedicarle al Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC-PSOE) una nota necrológica. Lo que sí resulta razonable es consagrarle un balance de final de ciclo. Porque, acaben como acaben las cosas dentro del partido y fuera de él, aquel PSC que habíamos conocido desde 1978, la teoría y la praxis política que había detrás de aquella sigla, eso sí se ha ido para no regresar.
Cuando se contemplan con ánimo valorativo las tres décadas y media transcurridas desde la unificación de julio de 1978, suelen subrayarse —y con toda justicia— la enorme cuota de poder municipal que los socialistas acumularon de entrada y conservaron hasta anteayer; su formidable éxito como vehículo de integración sociopolítica de amplias franjas de población inmigrada, sobre todo en la región metropolitana; su papel crucial a la hora de exorcizar aquel fantasma de Lerroux que a tantos inquietaba allá por 1976-77…. Y en la columna del debe acostumbran a figurar la impotencia para hacerse con la Generalitat; los devaneos con un barcelonismo hanseático; incluso las liaisons dangereuses que tejió en su agónico afán por alcanzar la presidencia del Gobierno autonómico.
Se habla bastante menos del papel del partido en la gobernación del Estado y en la política española de los últimos siete lustros. Sin embargo, ha sido un papel muy relevante, al menos cuantitativamente: si incluimos en el grupo a Pepe Borrell, el PSC ha tenido nueve ministros y ha estado presente en el Ejecutivo central durante 21 de los apenas 35 años de parlamentarismo constitucional. La gestión de cada uno de los nueve en su ramo merecería un juicio individualizado; pero, siendo todos ellos catalanistas —esa era, al menos, la doctrina oficial— no parece que, caso de intentarlo, consiguieran ningún fruto significativo en orden a modificar el carácter unitario de la cultura política estatal, a introducir en el establishment madrileño una concepción realmente plural de España, a encontrar para Cataluña un acomodo más confortable y respetuoso en el seno del Estado.
El PSC ha sumado 197 escaños en el Congreso, un promedio de casi 20 por legislatura, imprescindibles para sustentar las mayorías socialistas
De algunos de esos ministros cabe intuir que ni se lo plantearon. Otros sí: en 2004 el titular de Industria, José Montilla consiguió el traslado a Barcelona de la Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones (CMT), imponiéndose a la resistencia feroz de Esperanza Aguirre y de unos funcionarios que se consideraron “deportados”. Pero ese modesto intento de desmadrileñizar el Estado era tan frágil, que acaba de ser liquidado por el nuevo regulador único, la omnipotente Comisión Nacional de los Mercados y de la Competencia (CNMC).
Con todo, sería injusto hacer recaer sobre sus ministros la responsabilidad exclusiva de la impotencia del PSC para modificar, al menos, las concepciones territoriales e identitarias del PSOE. Desde 1979 acá, el PSC ha sumado 197 escaños en el Congreso español, un promedio de casi 20 por legislatura, imprescindibles siempre para sustentar las mayorías socialistas. Sin embargo, esta crucial fuerza política no ha servido para empujar gradualmente al PSOE hacia el girondinismo, para hacerle digerir poco a poco los conceptos de plurinacionalidad y pluriligüismo, para enfrentarse con contundencia a las tesis de los Guerra, Bono, Ibarra... o Susana Díaz, para que Ferraz entendiese que Pasqual Maragall no era un excéntrico peligroso.
No ha servido, porque el PSC no quiso nunca ejercer la fuerza que poseía, no lo ha considerado necesario. Para una sola y tardía vez que sus diputados votaron distinto del PSOE, pareció que iba a desplomarse sobre ellos la bóveda celeste. En el Parlamento británico, según acabamos de comprobar, votar en conciencia al margen de la disciplina de partido es, en cambio, una sana rutina.
No se trata de especular con contrafactuales. Pero es razonable suponer que, si el PSC hubiese usado del poder que le daban sus resultados en las generales, si hubiera hecho efectiva la soberanía que le reconocían los estatutos, ni el partido ni Cataluña estarían en el punto en que se hallan hoy, cuando esa asignatura pendiente es ya irrecuperable.
Joan B. Culla es historiador
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