La loca Barcelona de los años 20
Una documentada biografía sigue los pasos Joan Viladomat, compositor de ‘Fumando espero’ y ‘El tango de la cocaína’
Las paellas valencianas se sirven en los restaurantes hasta el alba; los periodistas cierran las redacciones y los teatros y o se compran buñuelos y aguardiente o se dirigen directo a lo que se conoce ya como “la cuenca del Paralelo”, como si fuera la de las industriosas del Ter o del Llobregat. La cocaína la pasan los porteros de cabaret, las vendedoras de cerillas o los limpiabotas. Algún Rolls-Royce cruzará la concurrida avenida con un hombre y una mujer socialmente desparejos… Es la Barcelona de las dos primeras décadas del siglo XX. La música --cuplets, tangos y, al poco, jazz primerizo o fox--, la pondrá, por encima de muchos, Joan Viladomat, padre de piezas insustituibles en la galería melódica sentimental de la pasada centuria como Fumando espero o el Tango de la cocaína.
De entre los más de 150 cafés y cafés-concierto de la ciudad, Viladomat frecuenta el Royal, donde ameniza las veladas al frente de una orquesta, ataviado con una americana roja, la que permite al periodista Jaume Collell titular El músic de l'americana vermella (RBA-La Magrana), la completa y contextualizada biografía sobre uno de los personajes clave en la eclosión de la Barcelona más cosmopolita de antes de la guerra civil.
Viladomat ha nacido para esto casi desde su primer día, el 8 de febrero de 1885, en Vic. De forma innata, tira hacia la poesía, la música, también el dibujo y la pintura, pero eso lo acabará haciendo mejor su hermano 15 años más pequeño, Josep Viladomat, futuro significado escultor de la República. En Manlleu, donde viven, tomará sus primeras lecciones de solfeo en la escuela municipal, donde con 15 años tocará el flautín. El chico parece serio, introspectivo, como su primera composición, dedicada a la Asociación Catalanista Rafael Casanova. Nada más lejos: es un carácter alegre y expansivo, noctámbulo, con debilidad por las féminas, afición que le obligará a dejar sus estudios en el seminario de Vic con 20 años y a matricularse en el Conservatorio del Liceo para clases de piano.
Dotado también de buen olfato comercial, abrirá academia de canto en el principal del 106 de la calle Conde de Asalto (hoy, Nou de la Rambla). La Colosal, como la bautiza, llega en el momento justo: en una Barcelona acelerada hacia la industrialización y la sociedad de masas, reforzada por sus neutrales negocios durante la primera guerra mundial que no hacen más que enriquecerla a la vez que la destensan en costumbres, los espectáculos de variedades bullen. Los números fácilmente alcanzan el medio centenar de bailarines en el escenario; para ir bien, hay que estrenar canciones casi a diario.
Alegre y expansivo, dejó el seminario de Vic a los 20 años y estudió piano
El músico no da abasto: desde las tres hasta las nueve de la noche no deja de tener clientas, chicas del Poble-Sec, mayormente analfabetas, pero que pagan un duro de plata por las lecciones. El cuplé, con Raquel Meller como estandarte a principios de 1911, es lo último. Tanto que, amén de periodistas, nombres tan reputados como Guimerà, Rusiñol e incluso Carner, el príncipe de los poetas, escriben letras para el género. Aunque es hombre ilustrado, Viladomat prefiere o comprarlas o aliarse con letristas.
Por cuestión de horarios, no puede ponerse a componer antes de las nueve de la noche. Pero tiene una facilidad pasmosa, es la “Standard Couplet and Company” o “La Ford dels cuplets”, como le apodan en la satírica L'Esquella de la Torratxa. Y no es fácil destacar porque tiene rivales de altura como los vascos Zamacois (padre e hijo; éste último tocará con Pau Casals y estrenará con Lamote de Grignon), el almeriense José Padilla o, ya fuera de Barcelona, Jacinto Guerrero (Los gavilanes, El huésped del sevillano…). Pero pisa fuerte; tras el primer cuplé de gran éxito Carrer avall (pura temática Viladomat: una modista que acaba madre soltera en un cabaret de mala vida), el 8 de diciembre de 1923, siempre atento a la actualidad, estrena La nueva España, en el teatro Victoria, revista sobre los nuevos tiempos que demanda la dictadura de Primo de Rivera. De la obra (con letra de José Antonio Gaya Cardús, un periodista de El Progreso, de apodo artístico Félix Garzo), la crítica apenas destaca “un tango cañí”, el Tango del cigarro, que la gente identificará por la estrofa: “Fumando espero…”. El éxito es inmediato y transoceánico: toda cupletista que se precie la quiere en su repertorio y en Buenos Aires, la capital del tango, lo adoptan al instante. Será un éxito en 41 países; hoy tiene medio millón de entradas en Google.
El 29 de octubre de 1926, también en el Victoria y con libreto también de Joan Amich, Amichatis, otro redactor de El Progreso con el que ya ha colaborado en Carrer avall, llega El tango de la cocaína. El polvo blanco, la mandanga, la coco, como se la bautiza, está de moda y durante un tiempo a un precio asequible por la ciudad. Viladomat mismo y Amichatis y otros coquetean con ella en el marco estético de cierto decadentismo, donde el cóctel delincuencia, miseria, prostitución y bohemia dan juego. La obra, la vida de Cocot, “una flor caída del vicio fatal”, adicta, estará más de un año en cartel, dará para más de 500 representaciones, edición de partituras y colas infinitas en el Paralelo.
Pragmático, compuso
Hábil como pocos, Viladomat es un producto único hijo de la música y la canción popular y hasta religiosa sumada al toque de la banda de Manlleu y a su formación clásica en el Liceo. Quizá eso explique que cuando el Berlín de la época de Weimar el cabaret esté en su apogeo él les cuele El foxtrot de las campanas; o en plena resaca de la gran guerra haga sonar en París, la capital del cuplé, en 1919, uno suyo: El regreso, con toques de marcha militar; o en pleno conflicto entre España y Marruecos se suelte con dos nuevos éxitos: Novia valiente y La reina del batallón.
Se rige Viladomat más por reglas de mercado que sentimentales: por eso se mofa de Cambó o Ventosa como ministros en Madrid (La catalanista) como, sin pudor, lo hace de las costumbres de cierta menestralía (El vestir d'en Pasqual. Elàstics blaus), con letra del redactor de Papitu Joan Casas i Vila, Joan Misterio para el arte) o como crea La sardana republicana o Catalunya plora, por la muerte de Guimerà. Es el mismo que compondrá, sin tapujos, los pasodobles Raza torera o Leones de España. O el que prestará atención a esa mujer que va emancipándose (La corte del rey Assuero). Vedettes como Pilar Alonso, Mercedes Serós (la gran rival de la Meller) y Pepita Iris (de quien se especuló que era su amante) pondrán voz inmortal a sus melodías.
El cajón de sus partituras que Collell ha estudiado bien (ha consultado, además de una decena de archivos, 64 libros, 53 publicaciones y entrevistado a 19 personas) permite ver que Viladomat era un estudioso ecléctico: hay clásicos (Schuman, Chopin..), óperas (Verdi, Wagner i Puccini), zarzuelas (Luisa Fernanda, La verbena de la paloma…) y cuplés (María de la O, La bien pagá…). Pero también están contemporáneos como George Gershwin.
La vida de Viladomat tendrá algo de los cuplé que pergeña: dilapidador del dinero que gana y que invierte en ese mismo Paral·lel en el que vive, su mundo se va desmoronando lentamente. Una metáfora: en el teatro Arnau, capital del género, a principios de los años 30 triunfa ya el cine sonoro. La academia pasa del principal a una habitación del tercer piso, su casa. En 1935, por si fuera poco, la salud empieza a flaquear.
El 19 de diciembre de 1940, a los 55 años, Joan Viladomat morirá sin mucho ruido porque él es la música de otros tiempos y su hermano Josep, el escultor republicano exiliado en Andorra. . El mejor epitafio del universal Joan Viladomat, que no tiene entrada en la Gran Enciclopèdia Catalana, es que artistas como Mary Santpere, Sara Montiel o Lloll Beltran, más de medio siglo después, le siguieran cantando. Y un montón de gente anónima hoy, como mínimo, tarareándolo.
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