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La nueva cantera de Cáritas

La entidad ve crecer el número de personas que se convierten en voluntarios tras recibir ayuda “Es mejor dar que recibir”, explica Genni, una mujer colombiana que coopera con la entidad

Centro de distribución de alimentos en la parroquia de Camp Clar.
Centro de distribución de alimentos en la parroquia de Camp Clar.josep lluís sellart

Mina, José, Najat, Genny, Decai y Omar están dinamitando barreras. José es español. Najat, marroquí; Genny, colombiana; Decai y Omar, senegaleses, y Mina tiene doble nacionalidad. Con excepción de José, todos han traspasado las fronteras de sus países de origen en busca de una vida mejor. O, sencillamente, de una vida. Pero no es solo el límite geográfico el que han traspasado. Los seis forman parte de ese colectivo que está sufriendo la crisis en caliente. Carecen de lo más esencial. Por eso, en un momento de sus vidas, recurrieron a Cáritas, que les hizo el boca a boca cuando ya no podían respirar. Y al recobrar el aliento, volvieron a cruzar otra frontera y se ofrecieron como voluntarios de una organización que tiene más de medio millar de sedes en Cataluña en las que está apareciendo de forma cada vez más frecuente un nuevo perfil de usuario-voluntario, un colectivo cosmopolita y solidario, tal vez germen de una nueva humanidad con más futuro.

La presidenta de Cáritas de Cataluña, Carme Borbonés, atribuye este fenómeno a “las nuevas circunstancias”, que han ido forjando un voluntariado “más amplio y más diverso”. Explica que se ha dado el caso, del gerente de una empresa que quebró y tras recurrir a Cáritas, se ofreció a colaborar en el papeleo. Compartir es la palabra en la que más insiste Borbonés. Aclara que todos tienen algo que ofrecer, “aunque sea una sonrisa”. Y que ese toma y daca se asimila perfectamente a la esencia de Cáritas: “Nosotros mismos”, dice en relación a los directivos de Cáritas, “somos usuarios y voluntarios porque nuestra labor nos ha hecho mejores personas”.

La presidenta de Cáritas dice que la crisis ha forjado un voluntariado más amplio y diverso

Algo parecido explica Genny, de 33 años. Llegó a España buscando un futuro para su niña, de 9. Trabajó como camarera. Ahora sufre una displagia congénita que le deforma los huesos, pero también tiene un “don de gentes” que le permite “dar ánimos” aun con sus muletas. “No puedo dar más de lo que tengo pero mi carisma sí, mi positividad”. Lleva dos años recibiendo ayuda y uno como voluntaria, en el ropero y distribuyendo comida. “Como yo he padecido lo mismo que ellos me pongo en su lugar. Me voy a casa muy contenta. Me gusta muchísimo: es mejor dar que recibir”.

Mina, de 43 años, llegó a España desde Marruecos con sus padres y siete hermanos en 1988. Su padre era transportista de pescado de Ceuta a Cádiz. En España estudió la primaria. Ha trabajado de ayudante de cocina y camarera hasta que quedó en el paro hace dos años. Separada y con un hijo de 15 años, vive en un piso de alquiler. Sus ingresos se reducen a 425 euros, que dejará de percibir en octubre. No tiene nada a la vista. Cáritas le ayuda desde hace un año, proporcionándole dos veces al mes alimentos básicos mediante un nuevo sistema de puntos que le permite elegir: “Es un regalo de Dios. Estoy muy agradecida. Esta es como mi segunda familia”.

"¡Por Dios! Lo que hace esta gente es muy grande", dice Mina, musulmana, que colabora con Cáritas

Explica que siempre le ha gustado ayudar, y ya antes, cuando trabajaba, había acompañado al médico a compatriotas suyas que no hablaban español. Cuando se quedó sin empleo y fue a buscar ayuda le sorprendió ver a tanta gente de su país y se ofreció como traductora. Una vez a la semana va a la sede de Cáritas en Cambrils para colocar alimentos: “Si me necesitaran más, vendría más”. Es musulmana y cuando se le pregunta si sintió algún recelo por ser Cáritas una organización católica exclama: “¡Por Dios! Lo que hace esta gente es muy grande. Yo celebro la Navidad y el Ramadán, la Semana Santa, la Nochebuena, las uvas... Lo celebro todo”. Está claro que Mina ha superado también la barrera religiosa, a veces una de las más difíciles de saltar: “Aunque hay gente fundamentalista que no lo sabe, el Islam dice que entres en una iglesia si no encuentras donde rezar”.

José Dorado, de 55 años, es albañil y pintor. Ha cotizado 37 años. Nunca había estado en el paro. Ahora lleva ya cinco. Cuando agotó el subsidio se quedó con 426 euros, que mantendrá por su edad, pero que le resultan insuficientes para vivir, ni siquiera con la aportación de su mujer que hace algún trabajo de limpieza. También tuvo que acudir a Cáritas y llevaba tiempo con depresión, de tanto “no hacer nada”. Hasta que se ofreció a ayudar. Su mujer le dio la idea: ‘Diles a ver si ellos quieren algo’. Empezó transportando ropa en su furgoneta. Y la semana pasada pintó un almacén de muebles. “Me encuentro muy bien”, dice aliviado. Najat, de 37 años, con dos hijos de 11 y 5 años, trabajó como ayudante de cocina, pero el año pasado se quedó en el paro. Ayuda clasificando ropa para las tiendas de segunda mano de la marca Filigrana. “Un día fui a buscar alimentos y algo dentro de mí me dijo que yo también podía hacer alguna cosa”.

Asida a sus muletas, Genni dice que no puede dar más de lo que tiene: ánimos a quienes lo necesitan

Por último, los senegaleses Decai y Omar llegaron a España en 2006: Decai lo hizo en patera y Omar con visado. Su llegada coincidió con una huelga de transporte que impedía a Cáritas distribuir 6.000 litros de un contingente que acababa de recibir. Empezaron colaborando en el reparto. Ahora siguen repartiendo comida en el barrio de Camp Clar, en Tarragona, que asiste alimentariamente a 240 familias con los excedentes del Banco de Alimentos, la Unión Europea y las aportaciones de un gran supermercado. Decai simplemente se ríe cuando se le pregunta por posibles recelos religiosos. Paquita, una monja vedruna de 82 años, responsable del reparto, que los considera como sus hijos, responde por él: "¡Pero si a veces hacen hasta los carteles de la iglesia!".

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