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Mal de pies

Callicidas, linimentos y crecepelos se vendían en la vía pública por charlatanes de feria

Cartel de la farmacia Bru, antes de la familia Gras, en la plaza de la Vila de Gràcia.
Cartel de la farmacia Bru, antes de la familia Gras, en la plaza de la Vila de Gràcia.

Ahí lo tienen, un señor con aire de obrero, sentado en una banqueta y con los pies en remojo dentro de una palangana. ¿Viene de trabajar? Por su aspecto no parece que haya estado paseando. Con una mano se está quitando un zapato, mientras en la otra sujeta una botellita. El mensaje es directo y sin sutilezas: “Mal de pies. Callicida Gras, quita callos y durezas”. Y debajo en un recuadro: “Sales Gras. Quitan el dolor, la inflamación y el cansancio de los pies”. Cualquiera que haya pasado alguna vez por la plaza de la Vila de Gràcia (antes dedicada a Rius i Taulet) ha visto esta publicidad adosada a la fachada de una farmacia. Con los años se ha convertido en una de las señas de identidad del barrio. Lo que quizás no sepa tanta gente es que los callicidas fueron un producto extraordinariamente popular entre la clase trabajadora, frecuentemente vendido en la vía pública por charlatanes de feria que le dieron a este preparado la pátina que poseían los linimentos para los dolores musculares, el crecepelo, o las lociones contra la sarna.

La gran época de este medicamento fue el primer tercio del siglo XX. Entonces todo lo relacionado con la higiene dental, los purificadores de la sangre y el cuidado de los pies era propio de embaucadores y charlistas. En su biografía del Paral·lel, Luís Cabañas —seudónimo desde el exilio mexicano de los periodistas Marius Aguilar y Rafael Moragas— explicaba que en la famosa avenida barcelonesa nunca faltaban: “Los charlatanes, exaltando el ungüento maravilloso de la ballena de los Pirineos o el Elixir Geraldine”. En aquel libro recordaban a cierto charlatán que recomendaba con vehemencia un callicida presuntamente norteamericano. Y mientras voceaba su mercancía, iba golpeando el retrato del supuesto inventor del específico: “El charlatán seguía dando punterazos al cartelón, en donde aparecía como sabio norteamericano, destructor de callos y duricias, el compositor Rossini”.

En 1922 la familia Gras se hizo cargo de la farmacia de Gràcia con laboratorio en la trastienda

En aquellos años, los callicidas fueron uno de los remedios más valorados por la gente de a pie, que muchas veces debía recorrer largas distancias para ir al trabajo y apenas podía sentarse en toda la jornada laboral. Público tan modesto y vendedores tan peculiares hicieron que la publicidad de estas marcas fuera muy directa y sencilla. Por ejemplo, el linimento Sloan se patrocinaba como el remedio que: “Quita el dolor del mundo”, o el dentífrico Kolynos aseguraba que: “Iluminará su sonrisa”. En la misma línea, el Callívoro Marthand se anunciaba como: “El rey de los callicidas, y el callicida de los reyes”. Los Salitratos Rodell desarrollaban: “Oxígeno naciente, comunicando al agua un aspecto lechoso”. El callicida Abras Xifra decía curar segura y radicalmente a los cinco días de su primera aplicación. La marca Escrivá advertía: “Desconfíese de los imitadores que no solo intentan imitar el producto, sino que copian nuestro nombre”. Y la marca Lluch aseguraba matar los callos sin dolor ni molestia: “De venta en farmacias, droguerías y zapaterías”. Los había con nombres extraños, como el Cura-Callos Heil indicado para: “Callos, ojos de gallo, durezas y verrugas”. La marca Gets-It que fabricaban los hermanos Busquets en la Gran Vía, anunciada como un: “Líquido maravilloso”. Los parches Zino del Doctor Scholl: “En el extranjero no usan otra cosa”. O el callicida Japón de la farmacia Miserachs, cuya publicidad mostraba a dos amigos que se encontraban en la calle y uno le preguntaba al otro: “¿Cómo andas tan ligero, Juan?”. Y este respondía: “Porque he encontrado el verdadero callicida, y me he quitado los callos de raíz”. Incluso los había cuyo único reclamo era el nombre del producto, como el escueto: “Callicida Obrero, a peseta el frasco”.

La marca fue vendida en la posguerra y todavía se fabrica, pero el cartel de los polvitos sigue en su sitio

La marca que nos ocupa pertenecía a la familia Gras, que en 1922 se hicieron cargo de esta antigua farmacia. Disponían de laboratorio en la trastienda, y como era común en aquellos años publicitaban en su escaparate los productos de su propia fabricación. En el verano de 1933, este apotecario fue víctima junto a otros comercios de Gracia de una banda de gamberros que cuando veían una fachada recién pintada la ensuciaban con grandes bolas de alquitrán. Acabada la difícil limpieza de la pared colocaron este anuncio, una propaganda que inicialmente era en catalán y que se tuvo que trasladar al castellano por orden del vecino Ayuntamiento. Aquel 1934 se iniciaba la nueva línea de productos Gras, cuya estrella eran estas sales podales. La marca fue vendida en la posguerra y todavía se fabrica, mientras la farmacia acabó en manos de la familia Bru que son sus actuales propietarios. Pero este cartel sigue en su sitio, dispuesto a ofrecer remedio a los pies cansados diluyendo unos polvitos en una palangana.

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