Vida y aventura en el fondo del mar
Apunte del buzo e inventor Pep Beltrán, creador de una empresa de éxito que rastreó las profundidades a pulmón y luego con botellas
Un exniño de frontera, de es Molinar, al que le gustaba el mar, habla de él como “una especie de Neptuno, un tipo sorprendente, aventurero loco”. Relata que este nativo insular fue descubridor y valiente ante lo desconocido porque habitó media vida vestido de buzo o con lentes y pies de pato, en aguas profundas y entre peces.
Aquel isleño alargaba su historia y el mapa de las islas en las profundidades, se retrataba con ristras de capturas de gran talla, meros de metro, y trofeos de pecios de naufragios, ánforas del comercio colonial antiguo que hacía aparecer. Atlético, disimuló un renqueo, su cuerpo ladeado tras retar riesgos y una mala descompresión. Pero se fue viejo con sudario de misterio y exceso, en un suceso en tierra adentro, en una explosión casual en un sótano de una casa en la plaza de toros de Palma, en 1989, a punto de sus 80 años
Toni Llarg, con apodo extraído de una novela de bucaneros y argucias de documentalista buhonero, descubre al personaje apenas escrutado, Pep Beltrán Adell, provisto de las credenciales de quien resolvía incógnitas e inventaba negocios sólidos, sin límites apresurados de la espuma del turismo.
En los años 50 Beltrán transformó su pasión en una industria de material de buceo y pesca submarina que ocupó a decenas de personas y llenó de maquinaria la iglesia de es Molinar. Mantuvo una fábrica de accesorios, caretas, aletas y fusiles de arpón y aire comprimido, con diseños propios patentados.
Para ahondar el misterio sus instalaciones tenían salida directa al mar por un túnel, una cueva húmeda en s’Areneta, en la calle Vendaval. El campeón de submarinismo Pep Amengual, trabajó con Beltrán que armó y patrocinó equipos que ampliaban su pasión y clientela.
Exportó, surtió cientos de souvenirs y decenas de miles de playistas; abrió locales de juguetes y deportes con su marca Casa Beltrán con logo (un anfós arponeado) de otro buzo, Arpo, el dibujante Arturo Pomar, autor del libro Mallorca bajo el mar en 1973. Al legendario olvidado lo ha sacado a flote Rubén Castrillo en un ilustrado trabajo en la red, en Calaméo.
Beltrán se sumergió repetidamente con su grupo entre Cabrera y sa Colònia para extraer todo el aluminio de los restos del fuselaje de un avión accidentado que allí se precipitó. Fundía el material para armar sus fusiles ligeros, en una acción útil de reciclaje.
El raro buzo-empresario rastreó casi todos los fondos a pulmón y luego con botellas. Hasta que en 1985 la ley del Patrimonio no vetó los saqueos que expoliaron (aún hoy) los rastros históricos. El nativo, al decorar vida de litoral, exigía tener detalles de piratería, exvotos, ánforas de más de 2000 años. Antes de la modernidad eran extraídas por casualidad de su cementerio por las redes de arrastre o algún pescador de pulpos a pulmón.
Otro buzo, Noguera, navegó años con Tomeu March, para la cocina y su colección de hallazgos. Pep Malleu iba con el gobernador de Franco a bordo. Tomeu Enseñat creó una entidad privada de excavaciones y Pep Mascaró Pasarius otra en Menorca. Los restos de naufragios no se agotan.
Una parte de la narración de Baleares está escrita en piezas sin contexto, en barcos hundidos con tráfico de gentes y bienes con destino. Guillem Rosselló rastreó la primera escritura (púnica) que llegó a las islas, incisa en cerámicas del pecio de El Sec, que la dictadura denominó “Almagro”, por un alto comisario. La excavación de lo que quedaba de aquella nave afloró en un libro del Ayuntamiento de Calvià, época Paco Obrador.
Antes que los historiadores Beltrán sacó de el Sec “espuertas repletas” de cerámica negra, griega, un cúmulo de objetos de cobre agarrados entre sí por tres milenios de sal y agua, lingotes “de plata sulfatada”, plomo, collares de ámbar, ánforas, calderos. Veinte años tras la piratería, los restos de los restos fueron excavados.
El actor Errol Flyn adquirió objetos a Beltrán que lanzó can Penasso en su tierra Bunyola. Vivió en un barco y usó lancha 'Riva' de película, políglota, ejerció la seducción, y se rodeó de fieras y delfines. Fracasó en su intento de vender su colección de hallazgos a la Caixa y después de la Junta de Andalucía. Acabó en otro naufragio, intervenida, dispersa y en las profundidades de pleitos y olvidos.
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