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La magia del siete

Un número muy ligado a Barcelona da nombre al Set Portes, restaurante icónico

El Siete Puertas era un café con billares y timbas.
El Siete Puertas era un café con billares y timbas.CARLES RIBAS

Barcelona es una ciudad rodeada por siete colinas. En el año 777 el gobernador árabe se rebeló contra el poder califal y pidió ayuda a Carlomagno, dando inicio al dominio carolingio. La revuelta de los segadores empezó un 7 de junio, y la gran derrota catalana tuvo lugar en 1714. No hay como fijarse en una cifra y, por arte de ensalmo, esta se repite allí donde pongamos la vista.

En 1838, el viudo Xifré —llamado así porque su mujer le había abandonado para irse a París, primero amancebada con Stendhal y después con Prosper Mérimée—, llevaba dos años construyéndose una mansión. Conocida como los Porxos d’en Xifré, fue la casa más lujosa de la época, la primera que tuvo agua corriente y la única que disponía de un carro con bomba de agua traída de Nueva York, cuando en nuestra ciudad aún no existían ni los bomberos. Finca tan respetable, toda ella decorada con símbolos masónicos y alusiones al comercio con América, estaba obligada a tener un café de postín que en un principio debía llamarse Minerva. Pero en esas apareció Aben-Abulema —seudónimo del columnista Juan Cortada—, que un día pasó por enfrente, vio aquel nuevo establecimiento aún por inaugurar, contó los arcos a los que se asomaba su fachada y el día de Navidad de ese año escribió un artículo en el Diario de Barcelona donde lo bautizó como el café de las Siete Puertas. Para dar más valor a sus argumentos, Cortada recordaba que Dios descansó al séptimo día, que los egipcios bíblicos tuvieron siete años de vacas gruesas y otros siete de vacas flacas. Que Jesús pronunció siete palabras finales antes de morir (“Perdónales porque no saben lo que hacen”) y que la Iglesia católica tiene siete sacramentos y siete pecados capitales. Hay siete cielos y otros tantos infiernos, y a cada uno de ellos se accede a través de siete puertas.

El local había de llamarse Minerva, pero al contar los arcos de la finca un periodista lanzó el nombre

Cuando se inauguró el célebre café barcelonés hacía un lustro que había muerto Fernando VII, y faltaban dos para que terminara el primer conflicto carlista o Guerra de los Siete Años. En aquella época, entre sus mesas rondaba Crispín Gaviria, un vendedor ambulante que voceaba un supuesto elixir de la eterna juventud para tener siete vidas como un gato (Gaviria llegó a integrar la junta revolucionaria que dirigió brevemente Barcelona a finales de 1842, cuando el general Baldomero Espartero decidió bombardear la ciudad). Por aquellos años, el Siete Puertas era uno de los pocos locales públicos iluminados con lámparas de gas. En la esquina había un farol giratorio que servía de muestra al establecimiento, con escenas pintadas en el cristal que enseñaban el interior de algunos cafés de diferentes naciones europeas. Entonces era punto de reunión para navieros y comerciantes, y en todas las mesas había unos recipientes de latón con carbón encendido para que los señores clientes pudieran encender sus habanos.

Tal fue el éxito del negocio que pronto le surgieron imitadores en Reus, en Tarragona o en Valladolid. Incluso hubo un catalán que abrió un café del mismo nombre en Tetuán, una ciudad amurallada con siete portales. Una década más tarde de su apertura, a pocos metros de aquí, se inauguró la primera línea férrea entre Barcelona y Mataró. Los ingenieros y obreros especializados que vinieron de Gran Bretaña para hacer las obras se convirtieron en clientes asiduos del local, a quienes los parroquianos autóctonos conocían como “los ingleses del carril”. Ese mismo año se derribó el portal de Mar, comunicando por fin la ciudad con la Barceloneta. Con el coso taurino del Torín tan cerca, aquí se celebraron las primeras tertulias de toros que conoció la ciudad, en las que participó el picador Trigo o el matador Cuchares.

Hacia finales de la primera Guerra Mundial, una niña de siete años bailaba sobre sus mesas: Carmen Amaya

El anuncio que se ve en la fotografía corresponde a unos años más tarde, cuando el hoy Set Portes mudó en un café-cantante con billares y timbas de cartas. Mientras el ejército estadounidense embarcaba en siete puertos distintos de los Estados Unidos y el Canadá para cruzar el Atlántico y auxiliar a los franco-británicos —al final de la Primera Guerra Mundial—, en el Siete Puertas bailaba sobre las mesas una niña de siete años llamada Carmen Amaya. El local incluso fue testigo de un atentado en 1921, durante los peores momentos del pistolerismo. Frente a su puerta cayó asesinado José Antonio Samper, un ayudante de imprenta del rotativo El Noticiero Universal a quien mataron los sicarios del sindicato amarillo. A partir de 1929 los propietarios del café decidieron cambiar de negocio y transformarlo en un restaurante, desde entonces uno de los más prestigiosos de Barcelona. No obstante, en noches cerradas se oyen resonar las carambolas del billar y el taconeo insistente del flamenco, de cuando esto era un café canalla.

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