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bbk live

Marcas, porros y rocanrol

Muy buen ambiente y pocos incidentes en la primera noche del BBK Live

El público del festival durante el concierto de The Editors, este jueves.
El público del festival durante el concierto de The Editors, este jueves.Luis Tejido (Efe)

Con una asistencia de 34.922 personas que inundaron la explanada central para ver a Depeche Mode, protagonistas indiscutibles de la jornada, el BBK se ha reafirmado este año como uno de los grandes festivales del país. La octava edición arrancó el pasado jueves con un sol de justicia aun a última hora de la tarde, mucho calor, y ambiente de expectación entre los asistentes. 

En la cola para los autobuses desde San Mamés hubo que esperar más de 40 minutos, pero la gente lo sobrellevó de buen humor y bebiendo cerveza para combatir el bochorno. A esa hora predominaban las caras jóvenes. Angie, veinteañera venezolana, aguardaba paciente y risueña, explicando que está de viaje por España y ha visitado Bilbao, ciudad que le "encanta", solamente para ver a Depeche Mode, su grupo favorito.

El precio de la supervivencia

Brownie de cáñamo: 4 euros
Perrito caliente: 4 euros
Bocadillo de lomo con queso: 5 euros
Plato de paella con pan: 5 euros
Hamburguesa vegetariana: 5 euros
Plato de carne a la brasa: 7 euros
Botella de agua: 2 euros
Cerveza pequeña: 3 euros
Litro de cerveza o de kalimotxo: 8 euros
Cubalitro: 15 euros

Después de subir al monte en un autobús oloroso a sudor hubo que continuar el camino andando durante quince minutos, porque a partir de las seis de la tarde las lanzaderas dejan al público más abajo, cerca de la antigua fábrica de Beyena. Subiendo por Kobetamendi a las ocho de la tarde del jueves había un flujo interminable de personas que se concentran a las puertas del festival: cientos hacían cola para recoger su pulsera para los tres días y otros tantos estaban sentados en la entrada haciendo botellón, porque no se puede acceder al recinto con alimentos de fuera.

Al llegar llegan vaharadas de humo de marihuana y las marcas comerciales son omnipresentes. El festival tiene 19 patrocinadores, de los cuales 9 posee puestos promocionales que, junto con los carteles de publicidad repartidos por todas partes, dan un poco la sensación de estar en una feria de empresas. A los asistentes no parecía importarles: se formban colas delante de los puestos para rellenar impresos y conseguir los regalos publicitarios. El BBK Live ha contado este año con un presupuesto de 6,5 millones de euros, según la organización. Además de las compañías privadas, también colabora el Ayuntamiento de Bilbao.

Durante los conciertos la gente agitaba bastones luminosos proporcionados por una marca de alcohol. Entre el barullo se paseaban vendedores de cerveza ambulantes, con marca incluida. Iban vestidos con una especie de traje espacial: el bidón a la espalda, colgado con mochila, los vasos de plástico en las cartucheras y una antena que sobresalía por encima de sus cabezas con una luz azul en la punta, para que se les viera venir de lejos. Un litro de su bidón cuesta 9 euros, uno más que en las barras.

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'Stands' promocionales en el festival.
'Stands' promocionales en el festival.L. R.

Los precios no son bajos, pero tampoco parecen preocupar a los festivaleros. "No me parece muy caro", afirmó Ferrán tras pagar 4 euros por un perrito caliente y partirlo con su amigo. De todas maneras, algunos prefirieron colar la bebida: cerca del escenario principal, en preparación al gran concierto, un grupo de jóvenes se repartía el ron que trajeron dentro de botellas de plástico aplastadas.

A lo largo de la noche del jueves el ambiente fue mutando, aunque permaneció tranquilo y sin incidentes graves, exceptuando hurtos menores. Alguien tiró botellas de cerveza desde fuera del recinto, aunque no le dieron a nadie, según fuentes policiales. Varios grupos también trataron de colarse, lo que resultó en la típica estampa de miembros de la seguridad privada corriendo entre el público para ahuyentarlos.

No hubo incidentes graves y la noche fue "tranquila", según fuentes policiales

Los Editors calentaron los motores del público, atrayendo a gente mayoritariamente joven y gafapasta. Para cuando salió Depeche Mode a tocar, la zona habilitada para el concierto contaba con una mezcla mucho más ecléctica de gente: festivaleros disfrazados y con la cara pintada, gente de mediana edad que se movía poco pero lo cantaba todo, jóvenes con flores en el pelo bailando exaltadas, indies de gesto escéptico y turistas ingleses que se reían de la pronunciación de los españoles.

Al principio se oía poco a David Gahan, el cantante, que paró en mitad de la cuarta canción para pedir que le subieran el volumen. El fallo técnico fue superado rápidamente por los fans y los artistas, y la atmósfera resultó perfecta  durante toda la noche. El trío británico consiguió la felicidad máxima del público con clásicos como Personal Jesus y Just can't get enough. Exclamaciones de fervor por parte de los fans acérrimos, que obligaban a sus vecinos a apartarse ante los saltos y los codazos. "¡Qué voz tiene este hombre!", exclamaba Angie admirada.

Colas moderadas en los servicios.
Colas moderadas en los servicios.L. R.

Los baños, decorados con grafiti, tuvieron colas permanentes durante toda la noche. Un trabajador de ese sector del festival que prefiere permanecer anónimo afirmó que no hubo problemas, aunque muchos asistentes trataron de evitar las esperas: los hombres utilizando urinarios públicos, y las mujeres en los callejones traseros del recinto.

El olor a porro hacia las once de la noche se volvió generalizado, tanto entre el público del concierto como en las laderas donde se sentaron los más tranquilos. Los extranjeros disfrutaron al máximo: Duncan, un australiano sudoroso de veintiséis años, explicaba bastante intoxicado que ha venido al festival con amigos después de acudir a los Sanfermines de Pamplona a correr delante de un toro. "A los australianos nos gustan mucho los encierros. Yo ya había ido hace tres años y me gustó más este, porque el animal se dio la vuelta y no se acabó tan rápido."

A las dos de la madrugada, mientras comenzaban su actuación los ingleses Two Door Cinema Club, la gente de mediana edad -algunos acompañados de sus hijos pequeños- se fue retirando hacia los autobuses para hacer la última cola del día, alternando quejas de cansancio y caras de satisfacción.

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