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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Oye, patria, mi aflicción

A los ciudadanos nos parecía que nada podía ir tan mal, que no podíamos estropearnos más.

Hacia julio de 2012, el Gobierno español nos parecía un organismo impotente, un repertorio de chistosos y malcarados con Cristóbal Montoro a la cabeza. A sus ministros se les acumulaban los problemas o ellos mismos ocasionaban problemas. ¿El principal? Aparte de la crisis española, que no es poca cosa, el suplicio era y es aguantar a un presidente tan escaso, tan escueto, tan romo. Y me sobran adjetivos. Nadie atisbaba solución alguna. Y Mariano Rajoy menos que nadie. A los ciudadanos nos parecía que nada podía ir tan mal, que no podíamos estropearnos más.

Un año después, las circunstancias no son peores. Son equiparables. Sólo notamos una triste resignación entre los parroquianos, un fatalismo leve, un lastre o desastre. Vemos al presidente del Gobierno y nos preguntamos, otra vez, si hay alguien ahí, si contamos con un líder. No. No contamos con un líder, pero que al menos sea héroe durante un solo día, un solo día, cantamos. Y cómo desafinamos.

Esto es lo que hay: todo lo que era sólido se evapora. Como dice Antonio Muñoz Molina en un libro homónimo, las cosas que nos parecían obvias se marchitan. Mientras tanto, el partido del Gobierno, el PP, arrastra una crisis mayúscula, un escándalo morrocotudo. Si es cierto aquello de lo que se le acusa, dicha organización no da una a derechas. ¿Es posible que circulara tanto parné para tanto listo? Dios y la justicia ordinaria los castigarán.

¿Y qué decir del PSOE? El partido opositor se desvanece por falta de crédito: su organización, con un aparato tan férreo, está amenazada de extenuación. Eso sí: hay militantes instalados que esperan repetir una cómoda hecatombe con ellos dentro.

En Cataluña, CiU puede volatilizarse, arrasada y arrastrada por el abrazo del oso, ERC, tras una política suicida de los conservadores: eso sí que es un auténtico hecho diferencial. En Galicia, ya no resta mucho: un PP marchito y poco más. Los preferentistas parecen encabezar la oposición gallega. ¿En el País Vasco? Cualquiera sabe lo que queda allí aparte de los sensatos. ¿Quizá unos machotes, alegres y combativos, que despliegan banderas y viven como Dios, con cupo y con cupones? En Andalucía, los pobres aumentan, mientras al partido de los trabajadores se le encausa por el presunto desvío de fondos, que es cosa fea y delictiva. Se pongan como se pongan.

¿Y en Valencia? Esto es trama aparte, una postración. En la Comunidad Valenciana podemos desaparecer todos a una. Como en una pieza de Lope de Vega. Es un portento posible. O, mejor, un apocalipsis provinciano, propio de Calderón de la Barca. Pero no: en Lope y en Calderón hay severidad y algo de efectismo. Aquí sólo hay sainetes, picardías, demagogia y billetes de quinientos euros. Aquí hay avispados que aún se salvan y delincuentes que todavía se mofan.

Vuelve el paletismo de las lenguas inventadas, la política gallinácea, de vuelo corto y rasante; y miramos de soslayo los restos materiales del delirio: el cascarón o esqueleto de tantos edificios malogrados.

Mientras esto escribo ignoro la suerte de Mariano Rajoy y de Alberto Fabra. Lo que sí sé es la decepción que me causa un partido calamitoso y comatoso al que no voté. Ánimo, ciudadanos, que ya queda menos. No sé qué es peor: si un desastre sin fin o un fin con desastre.

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