Andreu Nin y Hannah Arendt
Un homenaje y una película recuerdan los esfuerzos por la dignificación de la política y del pensamiento
La semana pasada empezó y terminó de manera inquietante en bastantes asuntos delicados, entre ellos el inicio de las vacaciones escolares y el vacío que conllevan para tantos escolares desnutridos y sus familias. ¿Cómo atajar este vacío? Entre pesares y dudas, tal vez para que no perdamos completamente la memoria ante los actuales descalabros, la semana acompañó con el recuerdo de dos personas que dignificaron el pasado siglo, ese que hasta hace poco parecía el más difícil de la historia y que de momento lleva camino de no ser el peor. Me refiero a Andreu Nin y a Hannah Arendt. Un político revolucionario, dicho sea en palabra vintage o retro o como prefieran, y una pensadora política sin asideros ni muletas.
Andreu Nin (1892 - 1937) lograba el lunes 17 de junio entrar de nuevo en el Parlament y salir en los periódicos en titulares agradecidos a su memoria. Setenta y seis años han transcurrido desde que fuera secuestrado en la Rambla, ante el mercado de la Boquería que, preciso es repetirlo, está completamente entregado a la mercadotecnia turística. Estupendo ha sido que a nadie se le haya ocurrido recordar a Andreu Nin allí, sólo hubiera faltado ese circo. Todavía no se han recuperado sus restos, donde sea que estén. Para los lectores jóvenes que se pregunten de quién hablo, valga decir que Nin fue un exponente de la modernidad política: vivir el presente, estudiar y actuar, viajar, hablar lenguas, conocer de primera mano los movimientos sociales (en su pueblo, El Vendrell, como en Barcelona o Moscú, donde fue uno de los líderes de lo que pudo haber sido y no fue), traducir del ruso al catalán y en versión completa Crim i càstic o Anna Karènina cuando otras lenguas europeas sólo se atrevían con la versión reducida de estas novelas, no perder el entusiasmo de la acción.
Por no ceder al totalitario Stalin, Nin fue secuestrado en 1937, cuando ya había dejado de ser consejero de Justicia de la Generalitat en guerra, y liquidado por agentes soviéticos. Con su desaparición, tantas cosas fueron a peor. La historia llama a sus hijos por si nos queremos enterar de algo, o sea que no sigo con la vida y muerte de Andreu Nin: que cada cual atienda a lo que le reclame, hay unos cuantos libros que lo explican y un montón de datos en la red. Y ahí está Maria Teresa Carbonell, 87 años, viuda de Wilebaldo Solano, que apelaba en el Parlament a la presencia en la sala de los veteranos del partido de Nin, el POUM: Josep Colom, 98 años; Teresa Rebull y José María Moratalla, 95 años. Qué duraderos, qué presencia. Si no te matan, la revolución al parecer rejuvenece…
¿Qué diría Nin de lo que nos sucede hoy? La izquierda parlamentaria catalana, de un extremo a otro de su recorrido, ha decidido recordarlo porque Nin fue también un pensador sobre los lazos entre nacionalismo y socialismo. Sí, volvamos a leerlo, seguro que también da elementos de juicio y acción ante la actual desnutrición de las criaturas. ¿Qué hacemos ante eso, caridad o qué?
Les aseguro que no soy nostálgica. A veces retomo ancestros libertarios o poumistas que me han informado de algunas cosas, como también informaron a George Orwell. Eso cuenta. Permite aflorar lo sensato. Orwell enseñó así a escribir claro y decente en la prensa por encima de todo y no ceder ni al cliché ni a la propaganda (su texto sobre el uso del inglés escrito sigue siendo una guía formidable, búsquenlo si no lo conocen).
Con similar independencia, Hannah Arendt (1906 - 1975) optó por el pensamiento sin fórmulas preconcebidas. Ni sobre el sionismo ni la revolución ni la violencia ni la democracia parlamentaria. Abogaba por la democracia de consejos. Pensar sin barandillas, sin asideros, sin muletas. A riesgo de ser mal comprendida pero sin temor a ser la primera en hablar de lo que no se quiere oír. Centrado en el juicio al nazi Eichmann y su informe por parte de Arendt, el filme que le ha dedicado Margarethe von Trotta rememora a quien afirmaba: “Nadie tiene derecho a obedecer”. ¿Qué diría Arendt hoy?
De momento, el filme llena bastante las salas del Verdi y del Boliche. Parece que una parte del público está dispuesto a seguir yendo al cine (como a seguir comprando libros) pero no a ver cualquier cosa. ¿Cómo es que no tenemos todavía una peli sobre Nin?
Mercè Ibarz escritora
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