Más hambre que un becario
La resistencia heroica de las universidades públicas valencianas llama la atención
España era el país que tenía el triste privilegio de haber acuñado la frase “pasar más hambre que un maestro” y ahora lleva camino de adaptarla a los tiempos que corren en la forma “pasar más hambre que un niño de escuela”. Lo que ambas expresiones implican es suficientemente vergonzoso como para que la falta de becas casi parezca un lujo del lenguaje y la frase del título, una provocación. Alguno pensará: hombre, con esta oleada de recortes en la que se deja en la calle a los dependientes, en la que los padres de familia rebuscan en los cubos de la basura y en la que la gente se muere de cualquier tontería mientras repasa la lista de espera del hospital, qué importancia tiene que el uno no pueda estudiar, digamos, Traducción, o que la otra no pueda dedicarse a investigar, supongamos, alguna enfermedad rara de las gallinas. Pues que se dediquen a otra cosa, que en este país somos muy señoritos y todo el mundo no tiene que pasar por la universidad; el que quiera caprichos que se los pague.
España tenía uno de los porcentajes más altos de población universitaria del mundo, bastante más que EE UU, y ya ven de qué nos ha servido. Pero no se llamen a engaño. Uno de los aspectos más irritantes de la ideología que propagan los voceros del Gobierno es su pretensión de que está inspirada en los EE UU. Como si dijesen: ¿os creíais que siempre iba a durar ese cuento socialista (casi nada que ver con el PSOE) de vivir a costa de papá Estado?; pues se acabó, a cada uno según su capacidad, pero no según sus necesidades. Es cierto, la trayectoria de EE UU es una historia de éxito. ¿Acaso no representa el american way of life un ideal digno de encomio y de imitación? Pues ya saben cómo lo han conseguido: impuestos, los menos; sanidad, para el que pueda pagarla; educación, ídem y, si no llega el presupuesto, se pide un adelanto sobre las ganancias futuras. Lo malo es que esta comparación esconde una falacia. Porque las becas universitarias americanas son como las hipotecas, se conceden en función de las expectativas de devolución del beneficiario, pero esto ocurre en un contexto en el que, bueno o malo, siempre se encuentra trabajo. En España no es así. Ningún becario de Arquitectura, Biología, Ingeniería —sí, han leído bien—, y ya no digamos de Letras, tiene ninguna posibilidad de trabajar a no ser en Australia. Resultado: se les niega la beca y un gasto menos. En EE UU cuando hay problemas económicos recurren a la iniciativa privada, que es quien salva los muebles. No obstante, este razonamiento vuelve a ser falaz porque allí las universidades privadas son las mejores y solo permiten ingresar a los superdotados, no unos chiringuitos coladero de medio pelo, pensados para niños bien, que es lo que —salvo honrosas excepciones— suele ocurrir por estos lares.
España era el país que tenía el triste privilegio de haber acuñado la frase “pasar más hambre que un maestro” y ahora lleva camino de adaptarla a los tiempos que corren en la forma “pasar más hambre que un niño de escuela”. Lo que ambas expresiones implican es suficientemente vergonzoso como para que la falta de becas casi parezca un lujo del lenguaje y la frase del título, una provocación. Alguno pensará: hombre, con esta oleada de recortes en la que se deja en la calle a los dependientes, en la que los padres de familia rebuscan en los cubos de la basura y en la que la gente se muere de cualquier tontería mientras repasa la lista de espera del hospital, qué importancia tiene que el uno no pueda estudiar, digamos, Traducción, o que la otra no pueda dedicarse a investigar, supongamos, alguna enfermedad rara de las gallinas. Pues que se dediquen a otra cosa, que en este país somos muy señoritos y todo el mundo no tiene que pasar por la universidad; el que quiera caprichos que se los pague.
España tenía uno de los porcentajes más altos de población universitaria del mundo, bastante más que EE UU, y ya ven de qué nos ha servido. Pero no se llamen a engaño. Uno de los aspectos más irritantes de la ideología que propagan los voceros del gobierno es su pretensión de que está inspirada en los EE UU. Como si dijesen: ¿os creíais que siempre iba a durar ese cuento socialista (casi nada que ver con el PSOE) de vivir a costa de papá estado?; pues se acabó, a cada uno según su capacidad, pero no según sus necesidades. Es cierto, la trayectoria de EE UU es una historia de éxito. ¿Acaso no representa el american way of life un ideal digno de encomio y de imitación? Pues ya saben cómo lo han conseguido: impuestos, los menos; sanidad, para el que pueda pagarla; educación, ídem y, si no llega el presupuesto, se pide un adelanto sobre las ganancias futuras. Lo malo es que esta comparación esconde una falacia. Porque las becas universitarias americanas son como las hipotecas, se conceden en función de las expectativas de devolución del beneficiario, pero esto ocurre en un contexto en el que, bueno o malo, siempre se encuentra trabajo. En España no es así. Ningún becario de Arquitectura, Biología, Ingeniería —sí, han leído bien—, y ya no digamos de Letras, tiene ninguna posibilidad de trabajar a no ser en Australia. Resultado: se les niega la beca y un gasto menos. En EE UU cuando hay problemas económicos recurren a la iniciativa privada, que es quien salva los muebles. No obstante, este razonamiento vuelve a ser falaz porque allí las universidades privadas son las mejores y solo permiten ingresar a los superdotados, no unos chiringuitos coladero de medio pelo, pensados para niños bien, que es lo que —salvo honrosas excepciones— suele ocurrir por estos lares.
En este contexto tan desalentador la resistencia heroica de las universidades públicas valencianas, que este año han aumentado espectacularmente el número de becas a cargo de sus propios recursos, llama la atención. ¿Se han vuelto locas? Tal vez. Se atienen a las razones de Don Quijote, el loco por antonomasia: “Sábete Sancho que no es un hombre más que otro si no hace más que otro”. No quieren que nadie les saque los colores como al Centro Príncipe Felipe con la historia de Nuria Martí hace unos días. Porque nuestros becarios —¡ay!— son de los que hacían más que otros, eran lo mejor que teníamos.
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