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Tras el rastro de una rehabilitación

El programa pionero contra la infravivienda de Cádiz cambió la ciudad pero aún no se ha completado y quedan muchas fincas en ruinas

Carmen Cortés en su apartamento en el Campo del Sur (Cádiz).
Carmen Cortés en su apartamento en el Campo del Sur (Cádiz). eduardo ruiz

Hubo una época en la que en cada edificio había varias tapas, cada una de un vecino, pero solo un inodoro. Años en los que la gente rodeaba algunos barrios para no cruzar calles inhóspitas. Noches en las que se dormía con miedo mientras las paredes y los techos crujían amenazas. También hubo una época en la que empezó a llover dinero y las ruinas se transformaron en viviendas nuevas. Cádiz fue símbolo de lo peor, del que tenía una casa indigna de llamarse hogar. Y también de lo mejor, cuando la política sirvió un día para cambiar las cosas y transformar toda una ciudad.

Pablo Lorenzo vivió en primera persona esa transformación. Había sido concejal de vivienda durante el gobierno del socialista Carlos Díaz. Después había vuelto a dar clases hasta que recibió una llamada en la que le proponían ser el director de una oficina de nueva creación que pretendía aglutinar inversiones para eliminar la infravivienda del casco antiguo. “Fue una decisión política”, recuerda. Una decisión del PSOE en una ciudad que entonces había empezado a gobernar el PP de Teófila Martínez. Lorenzo cita a Francisco Vázquez Cañas, Fermín del Moral, María de la O Jiménez, Luis Pizarro o Francisco Vallejo como los auspiciadores de aquel plan de la Junta y recuerda también a técnicos como Eladio García Castro o José Luis Suárez, esenciales para que aquello comenzara a andar.

Había habido una experiencia previa en la mejora de un barrio conflictivo, el del Cerro del Moro. Los primeros pasos en el centro histórico no fueron sencillos. “Hubo reticencias y cierta incredulidad de los vecinos”. Sin ellos, sin la colaboración de las asociaciones, hubiese sido imposible hacerlo porque, según Lorenzo, sus representantes eran los que conocían los rincones de cada barrio, aquellos sitios donde se compartía cuarto de baño, se sufría entre puntales o los sueños se estremecían con las grietas. En 1999 nació el primer plan integral de rehabilitación de un casco antiguo en Andalucía. Y fue pionero en muchos cosas. En facilitar con ayudas públicas acuerdos para que los propietarios arreglaran sus casas, en contar con trabajadores sociales que atendiesen las necesidad más personales de los inquilinos, en incentivar el trabajo de arquitectos veteranos y jóvenes con cientos de contratos de proyectos. El Ayuntamiento colaboró expropiando viviendas a los dueños que se negaban a mejorar casas en riesgo.

Según los últimos datos aportados por la Consejería de Fomento, el Gobierno andaluz ha intervenido en 5.752 viviendas y ha invertido 148,3 millones de euros en Cádiz. Una de esas casas fue la de Carmen Cortés. Vivía en el barrio de Santa María, en Jabonería. “Tenía muy buenas vecinas. Era una casa muy pequeña, una habitación y poco más. Compartía baño con una señora ya mayor, que se murió la pobre”, recuerda Cortés. Una noche el techo crujió. Y tuvo miedo. Avisó a los técnicos. Hizo bien. Porque en cuanto inspeccionaron su casa decretaron el estado de ruina y le facilitaron un piso de realojo en la calle Sopranis. “No tuve suerte con los vecinos”. Y terminaron ofreciéndole un pequeño apartamento en el Campo del Sur con un luminoso salón con vistas al mar. Ahora, seis años después, abre las puertas de su casa como la que presenta un palacio. Para ella lo es. “Yo siempre le digo a la trabajadora social, a Blanca, que me cambiaron la vida”, cuenta.

Como la de Carmen, las vidas de miles de gaditanos dieron un vuelco gracias al trabajo de esa oficina que durante muchos años dirigió Pablo Lorenzo. Después siguió coordinándola como delegado de Obras Públicas hasta que se jubiló antes de las últimas elecciones autonómicas. “Evitamos la marcha de muchas personas que se hubiesen ido de Cádiz. El casco antiguo se estaba despoblando y lo frenamos. Revitalizamos zonas como el Pópulo. Antes daba miedo pasar por allí. Ahora es un referente turístico”, dice. “Puede que cometiéramos errores pero nadie puede negar lo que esa inversión supuso y sigue suponiendo. Y aunque todavía hay fincas en mal estado, no hay nadie viviendo en ellas”, sostiene.

La crisis, como muchas cosas, paró en seco, sobre todo desde 2010, cualquier nueva inversión. Pablo Lorenzo añade más razones. “El plan de Cádiz despertó muchas envidias. Todo el mundo quería la misma idea para su pueblo. De una sola oficina se pasó a más de 40. Hubo que repartir el dinero. Se puede decir que el programa de infravivienda de Cádiz murió de éxito”. Ahora apenas hay dinero para comprar nuevas fincas ni financiar nuevas ayudas a la rehabilitación pero la Consejería de Fomento, ahora bajo las siglas de IU, trabaja para potenciar el alquiler y llenar las casas que siguen vacías.

Carmen Cortés ha puesto un altar a Camarón junto a su ventana con vistas al mar. Tiene una foto de su hijo, su nuera y sus nietos, que residen en Alicante. Vive sola pero se siente acompañada por las olas que rompen en los bloques del Campo del Sur y el estruendoso rodar de los coches por los adoquines. Pablo Lorenzo recuerda todavía cuando un día le enseñaron una casa medio en ruina. Había unas niñas guapísimas que revoloteaban en una habitación donde había colgado un vestido de comunión. Y las pequeñas le señalaban los sitios por donde pasaban las ratas. Han pasado 14 años. Era otra ciudad.

Se puede decir que el programa de infravivienda de Cádiz murió de éxito

Pablo Lorenzo

Las chinchetas de Santa María

P. E.

En el barrio de Santa María hablan las chinchetas de Julio Sánchez, el vocal de vivienda de la asociación vecinal. Las verdes son casas dignas, el 75%. Las rojas, obras en ejecución. Apenas quedan. Las amarillas brillan como alarmas en el mapa colgado en la sede, las que aguardan una solución. “Hay 23 fincas vacías, cinco solares, siete infraviviendas parciales”, enumera. Y destaca una infravivienda total. Siete familias del número 17 de la calle Mirador viven entre vigas podridas, humedades y sin cuarto de baño propio. Existe una inspección técnica desfavorable. “Estamos esperando a que los realojen”, dicen. En otro tiempo ya tendrían una casa nueva. Hay chinchetas que pinchan y duele.

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