Territorios de excepción
Los arquitectos, ganadores del premio al talento emergente en los Mies van der Rohe, fijan su mirada en esos espacios que escapan a la regulación y que convierten la ciudad en imprevisible
1. Campo de Cebada. Es el punto de toda la ciudad con mayor vida en estado puro, sin normativas, abierto y al margen de lo previsto, un laboratorio de convivencia de ciudadanos activos. Fue un error tirar las piscinas, pero ese error ha generado un gran acierto. La idea funciona, está muy bien gestionada, ha crecido y se ha convertido en referente internacional gracias al Premio Ars Electronica. Esperamos que ese solar tan céntrico y tan apetecible no sucumba a la presión económica de vieja escuela, no tiene sentido otro centro comercial (plaza de la Cebada, 4).
2. Tipos Infames. Para nosotros es como el bar de Cheers, casi podemos oír la música de la serie al llegar. Es especial porque, a pesar de ser pequeña, tiene una buena selección de libros, está en una zona donde es difícil encontrar tranquilidad y es una librería pero no solo, es muchas cosas más, ninguna solo y un poco todas. Te puedes tomar un café, una copa, hacen presentaciones, se comentan libros, organizan exposiciones... Espacios así, poliédricos, son cobijos para el nómada urbano (San Joaquín, 3).
3. Estación Nuevos Ministerios. La estación no nos interesa en absoluto, es anodina, fea y desangelada, lo que nos gusta es ver cómo aprovechan los b-boys y breakdancers su suelo limpísimo, pulido y resbaladizo para hacer sus quedadas. Aparecen en grupos de 30 y ensayan sus coreografías abajo, junto a las taquillas de Renfe, o arriba, ante el Corte Inglés. El viajero que pasa, agobiado o feliz, asiste a un momento muy emocionante y arquitectónico, un fogonazo de absoluto engaño a la fuerza de gravedad. La cultura urbana madrileña no es muy visible, salvo en lugares como este (Paseo de la Castellana, 69).
Proyectos en el estudio
Tras convertir las antiguas Serrerías belgas en la nueva sede de Medialab y transformar la Nave 15 de Matadero en academia de música, el estudio de arquitectura de María Langarita (Zaragoza, 1979) y Víctor Navarro (Madrid, 1979) trabaja en proyectos de lo más diverso, desde reformar las oficinas de Red Bull en Torre Espacio, a levantar una casa en Alicante y a adaptar en espacio de coworking la Fundación del Colegio de Arquitectos en la calle Piamonte.
4. Pajamá. Es nuestro restaurante favorito. Lo descubrimos por casualidad y es mejor no describirlo, hay que verlo. En los setenta, la modelo de Terry puso un local de ambiente totalmente austriaco, entelado y con bancos alpinos, que acogió a la intelectualidad y al destape, y así se ha mantenido a lo largo de estos 35 años. Ahora lo llevan Jesús y su mujer y está impecable. Además de una comida casera española exquisita, tiene un ambiente íntimo y especial, de taberna de conspiradores. Recomendamos probar el entrecot, los huevos rotos y los espárragos. Y no te puedes ir sin la copa y las rosquillas hechas en el día, de abuela (San Mateo, 21).
5. Salas de conciertos. Nos da mucha pena que desaparezcan no solo por la música. Son lugares que tienen algo mítico, templos de fantasía que te embarcan en un viaje sorprendente en el que todo es posible... Nos acordamos de las que ya no están, como la sala Canciller, Revólver, Aqualung, y de las que siguen como La Riviera (Paseo Bajo de La Virgen, s/n), cuyas palmeras nos inspiraron para hacer la Nave de La Música de Matadero —proyecto con el que ganaron el premio internacional AR al talento emergente y el pasado abril el premio de la misma categoría de los Mies Van der Rohe—, del Circo Price (Ronda de Atocha, 35), de la Joy Eslava (Arenal, 11)...
6. La Galería de Magdalena. Es parte del Madrid que aparece y desaparece como un chup chup, como una seta, como los caracoles, de los lugares que emergen por puro voluntarismo y que se escapan al control en una ciudad tan ultrarregulada y vigilada. El proyecto, una galería de arte efímera y al aire libre, se les ocurrió a unas arquitectas, que decidieron usar las vallas de obra de esta calle para colgar los cuadros, que sus autores ceden gratuitamente y que la gente se puede llevar gratuitamente también. Una vez terminada la obra, se han mudado a La Cebada.
7. Big mamma. Es una tienda especializada en música negra, vinilos y joyitas, también puedes llevar discos y libros para intercambiarlos. Es uno de esos lugares amenazados y en peligro de extinción que se mantienen por amor. Merece la pena una visita y detenerse en el diseño gráfico de las portadas de los discos. Nuestra última adquisición fue un regalo, un vinilo de Yo la Tengo (Divino Pastor 22).
8. Tintorería Everest. En un lugar mínimo a nivel arquitectónico, de carpintería de aluminio, pero el cuidado que ponen sus dueños, madre e hijo, en lo que hacen, la delicadeza, el afán y precisión con la que trabajan, junto con los aparatos que usan y chorritos de agua a presión, lo vuelve bello y sofisticado. Es una auténtica clínica textil (Fernández de la Hoz, 50).
9. Piscina de la Complutense. Nos gusta el espacio pero, sobre todo, nos gusta la imagen plástica y bellísima que generan los bañistas, especialmente en la piscina de saltos, donde no se nada. Parece la legión romana en un día de descanso, esos cuerpazos jóvenes y perfectos que se exhiben al sol, posando despreocupada pero cuidadosamente... (Obispo Trejo, s/n).
10. Parque de Berlín. Articula en torno suyo barrios muy diferentes —desde Prosperidad, a la zona de Colombia y a la colonia de viviendas unifamiliares— y acoge una mezcla muy friki de personas, desde jóvenes fumando porros a señoras de pelo cardado que pasean a su caniche, a lo que se suma el trozo del Muro — ¿cuántos muros se habrán roto para participar en la diáspora por el mundo que emprendió el de Berlín?— y el cercano bar de copas Garaje Hermético (Eugenio Salazar, 56).
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