Se buscan respuestas a lo incomprensible
¿Qué está pasando? Algunos no nos reconocemos en esta Cataluña incómoda y agria para el resto de España
Un encadenado de generaciones se fusiona hoy en una pregunta: ¿Qué está sucediendo? A esta le siguen: ¿Por qué nadie entiende nada? ¿Por qué esta aparente unanimidad en el desprecio a las personas, a los ciudadanos? ¿Por qué este empeño en dorarnos el daño con ensueños en los que ni confían los zombis que lo anuncian subidos en su bicicleta? Preguntas abiertas, estimulantes. ¿Qué otra cosa puede decir un periodista? He visto bastante, pero pocas veces tanto estupor ante el espectáculo diario y tanto hartazgo ante los déjà vu, errores disfrazados de buenas intenciones. ¿Qué está pasando? Pese a observar cuidadosamente el gran puzle de la realidad, solo existe el atar cabos con la ayuda del saber ajeno en materias variopintas que afectan a nuestra vida colectiva e individual; que hoy, para mayor desconcierto, se funden. Veamos.
Cita que sitúa la congoja contenida que nos define: “Tanto en lo humano como en lo político la ambigüedad es la forma más desdichada porque confunde los espíritus e intranquiliza el mundo”. Así se expresa Stefan Zweig en su magnífica biografía de María Estuardo, recién publicada (Acantilado). Y sigue: “¿Cuál es la tarea del político más que construir, en situaciones delicadas, pretextos y evasivas, hacer algo de nada y de nada algo?” Hay cosas que asombran desde el siglo XVI. Espíritus confundidos, mundo intranquilo, evasivas, pretextos, humo.
En tal caso, ¿quién tiene legitimidad? ¿Quién es responsable de qué? ¿Cómo orientarnos? ¿A quién sirve el espíritu de catástrofe y el miedo? El historiador Xavier Casals, experto en extrema derecha, se pregunta “¿Qué está sucediendo?” y su respuesta (en un libro espléndido: El pueblo contra el parlamento. El nuevo populismo en España, 1989-2013 (Pasado&Presente)) es: “Que los mecanismos políticos que teóricamente sirven para auscultar la voluntad popular, heredados del siglo pasado, son cada vez más ineficaces y poco funcionales ante los retos actuales (redes sociales y tecnología)”.
Enrique Ucelay, en el prólogo, señala que “el inmediatismo (de la nueva comunicación) mata la representatividad”. Cierto. Casals habla del “difuso anhelo de reinventar la democracia”, pero “las grandes formaciones políticas muestran escaso interés en cambios que no les beneficien”. Este conflicto de intereses, antiguo como la sociedad misma, trae “inmovilismo que transforma el círculo virtuoso (de la democracia)… en círculo vicioso que genera derivas populistas más acentuadas”. Algo así como ¡los frikis al poder! en respuesta al descrédito. Populismos variados.
Saskia Sassen, flamante premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, ve la situación “como un mutante, cambia constantemente” (Barcelona 2011). Empeñada en desvelar lo que ocultan estereotipos, provoca: “Debido a esta globalización económica corporativa (…) el poder ejecutivo gana poder, no lo pierde. Pero otras partes del Estado sí lo pierden (las tierras). (…) Se han generado condiciones nuevas que dan lugar a una situación que no es ni nacional ni global”. Datos: entre 2006 y 2010 se han vendido más de 200 millones de hectáreas de países del Sur a países ricos como China o Arabia Saudí. Existe una 'lógica de la exclusión' como claro negocio: 15 millones de personas sin casa sólo en EE UU por las sub prime y siete millones en las prisiones privatizadas. Todo lo cual, cierto, está oculto tras cómodos estereotipos. Ya lo explicó Walter Lippmann: “Ningún modelo de estereotipos es neutral. (…) Los estereotipos arrastran la carga de los sentimientos que llevan asociados”. Las tribus de zombis en bicicleta, queda claro, no tienen ni un gramo de creatividad, cultivan lo homogéneo, son endogámicos.
También los catalanes nos preguntamos ¿qué nos pasa? Algunos no reconocemos esta Cataluña hoy incómoda y agria para el resto de España y acaso también para sí misma. ¿Son ellos o nosotros los rencorosos? ¿Qué estereotipos, prestigios, prejuicios, fabricamos? Cabe sacar lecciones. Pasqual Maragall habló, en los ochenta, de ser “catalanes simpáticos”: todos lo entendieron. Simpatía y empatía es la receta del marido de Saskia, el gran Richard Sennett. Hay que leer.
Margarita Rivière es periodista.
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