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opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Paciencia

El PP se muestra impotente y pretende salvarse gracias a la indiferencia de la ciudadanía y a que no tiene oposición

Josep Ramoneda

Dice Michael Sandel en “Lo que el dinero no puede comprar” que “La era del triunfalismo del mercado ha coincidido con un tiempo en que el discurso público ha quedado en gran parte vaciado de sustancia moral y espiritual”. En realidad este vaciado ha sido consecuencia de la mercantilización general de la sociedad. Como explica el propio Sandel la naturaleza de las cosas cambia cuando las toca el dinero y convierte en mercancía lo que no estaba para ser comprado. En el tránsito de una economía de mercado a la sociedad de mercado, la política, que debía regir la sociedad y limitar los abusos de poder del dinero, ha quedado demediada. Y ha ido perdiendo el alma, sin otra sustancia que la que la economía le suministra.

El gobernante se hace transparente: no ofrece nada porque no tiene nada que ofrecer. Hasta tal punto que el gobierno español, en un gesto sin precedentes, levanta acta pública de su fracaso. Nos presentamos con la promesa de reducir el paro, cuando acabe la legislatura habrá mucho más paro que cuando llegamos. Esta es la insólita declaración que el gobierno hizo el pasado viernes.

En situaciones críticas se necesitan, más que nunca, proyectos políticos y oposiciones fuertes. Y en este momento escasean ambas

Un reconocimiento de fracaso que, por pura coherencia, debería ir acompañado de la renuncia inmediata. La contaminación económica de la política ha dejado sin alma también a la oposición. No hay alternativa de gobierno. Y por eso Rajoy y sus ministros pueden columpiarse en su fracaso. El deterioro del sistema es generalizado.

El presidente Rajoy es el prototipo del político sin recovecos, es lo que parece: aguantar y aguantar. Ni una idea ni una propuesta: “en estos tiempos es muy difícil un proyecto político”, dijo ya cuando sólo era un aspirante. La política como resignación: estar por ahí, por si hay suerte y cae algo. “El Gobierno sabe adónde va, hay que tener paciencia y ser perseverantes”.

Efectivamente, el viernes se nos anunció que íbamos al desastre. Y para tranquilizarnos nos pide paciencia. Es el discurso de la impotencia. Cuando se han incumplido todas las promesas, cuando se reconoce el fracaso en el objetivo principal —reducir el paro— y sólo se puede ofrecer paciencia, ¿lo honesto no sería irse casa? El problema es que en la política oficial no hay nadie en condiciones de exigírselo y a la indignación ciudadana le cuesta mucho traducirse en política.

“La democracia no exige una igualdad perfecta”, escribe Sandel, “pero sí que los ciudadanos compartan una vida común”. Esta vida común se quebró ya antes de la crisis. Y la política está siendo incapaz de restaurarla. Rajoy es una estatua que se limita a verlas pasar, confiando en que la tormenta amaine. Y nos pide que los ciudadanos hagamos lo mismo. No ve amenazado su puesto porque no hay oposición en condiciones de quitárselo y porque no ve riesgo de explosión en la calle.

La contaminación económica de la política ha dejado sin alma también a la oposición. No hay alternativa de gobierno

El cálculo del PP es siniestro: hemos dado unos resultados dramáticos, si al final no lo son tanto parecerá que hemos mejorado, en 2015 podremos quizás bajar algún impuesto y cómo que el PSOE está peor que nosotros, Rajoy volverá a ganar. Miseria de la politiquería. La ciudadanía pide un cambio general de personas, modos y maneras en la política y el PP piensa en que Rajoy se vuelva a presentar. La derecha no quiere ver la realidad y sigue soñando con la utopía de la indiferencia.

La brecha entre política y ciudadanía se agranda. “Entiendo que estas previsiones puedan frustrar a mucha gente”, dice Rajoy. El paro es mucho más que una frustración, es un drama cotidiano, la apelación a la paciencia es una declaración de impotencia total y de insensibilidad manifiesta. El camino ésta escrito: próxima estación unas elecciones que darán un panorama de ingobernabilidad absoluta que sólo desean los que piensan que cuanto peor mejor. Por el camino, batallas ideológicas lamentables para distraer al personal, como la reforma de la ley del aborto con la que Ruiz Gallardón nos quiere hacer retroceder treinta años. Y bronca nacionalista como alpiste para las desconcertadas bases electorales conservadoras.

En cualquier caso, la lección es clara: en situaciones críticas se necesitan, más que nunca, proyectos políticos y oposiciones fuertes. Y en este momento escasean ambas. Buena parte del éxito del independentismo está en que es un proyecto político en un momento en que se carece de propuestas dignas de este nombre.

La falta de oposición es un problema en España, pero también en Cataluña, dónde no se vislumbra alternativa de gobierno y tenemos la grotesca situación de que el líder de la oposición forma parte de la mayoría de gobierno. Sin proyectos y sin oposición la democracia decae, la insolencia triunfa.

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