Un futuro viejo
La extinción del derecho laboral conquistado nos devuelve a una nueva Edad Media electrónica
Un niño de siete años trepa por la torre de un castillo, oye voces que salen de una ventana, se asoma: un hombre y una mujer están trabados en lo que parece una pelea cuerpo a cuerpo, contra una pared, desnudos. Abre los ojos la mujer y descubre al niño en la ventana. Chilla. El hombre se vuelve. Son dos bellos gemelos, la reina y su hermano, amantes incestuosos. El instinto del niño lo empuja a huir y, aunque casi se precipita al vacío, lo salva el brazo fuerte del hermano de la reina, que inmediatamente lo deja caer para que no cuente lo que ha visto. “¡Las cosas que hago por amor!”, dice el asesino. Ése es el momento que conquista para siempre a los seguidores de la serie de televisión Juego de tronos, o eso cuentan John Lanchester y los amigos a quienes he consultado sobre el asunto, adictos hasta el punto de que celebran cenas en honor de la serie frente a la pantalla televisiva, devorando pasteles de carne y bebiendo vino caliente con especias dulces como los héroes de la fábula.
No he visto ningún capítulo de Juego de tronos. Por un defecto en mi aprendizaje, no tengo costumbre de ver la televisión. En la casa de mis padres, en los años sesenta y setenta del siglo XX, estaba prohibido encender el televisor durante la comida y la cena, únicos momentos en que nos recluíamos en la sala de estar, y el veto se extendía al tiempo de la sobremesa. Tengo recuerdos de programas musicales y de alguna serie nocturna, pero he visto muy poco la televisión en mi vida. El otro día me llamaron de una cadena de pago a la que estoy abonado para preguntarme cómo era el servicio. Tuve que reconocer que hacía semanas que no encendía el televisor. Sólo sigo algunos partidos de fútbol y me voy a verlos a un bar inglés, donde, cuando marca el Málaga, un inglés grita: “¡Viva la Costa del Sol! ¡Vamos a la playa!”.
Me he perdido la moda de las últimas series televisivas, a las que he oído comparar con Shakespeare. Por lo que sé, parecen útiles para entender el mundo vigente. Por ejemplo, 24 empezó en 2001, la época del presidente Bush II, defensor de la tortura, y trataba de la urgente necesidad de torturar a los sospechosos de terrorismo para que no llegaran a cometer sus crímenes masivos. No he visto ni un capítulo, sólo repito lo que he leído, lo que me dicen. He sabido así de muchas películas, desde que mi madre me contaba las historias que veía en el cine. Ahora estoy leyendo el primer libro de Juego de tronos, de George R. R. Martin, más de 850 páginas en la edición de bolsillo que manejo. En la página 85 tiraron al niño desde la torre.
John Lanchester, en su artículo ¿Cuándo te enganchaste?, explica el triunfo y la fama de Juego de tronos por los rasgos de ese mundo fantástico en el que suceden crímenes y prodigios. Los personajes, que pueden morir en cualquier momento como ese niño que cae al vacío, habitan un mundo inestable, sin equilibrio, inseguro. En ese mundo el futuro es angustioso, y se avecina un largo invierno que quizá dure décadas. Los amigos que me hablan de las excelencias de Juego de tronos, jóvenes, profesionales brillantes, formados aquí y en el extranjero, han ido cubriendo con éxito las etapas más exigentes de su formación, las que superan pocos, y por el momento están en ejercicio, pero poco firmes, con el porvenir muy incierto, en el aire.
Hasta los ahorros
Es el resultado de aplicar teorías compartidas hasta ahora por los jerarcas del bipartido único que ha gobernado España desde hace más de 30 años, más o menos exaltados o tibios, pero todos fanáticos de los mercados salvajes, incluidos el mercado de capitales y el de trabajo, fanáticos del dinero, fuente y única garantía de los derechos humanos: a más dinero, más derecho a la educación, la sanidad, la vivienda, la libertad de movimientos. Hasta los ahorros en el banco están en precario: te los pueden quitar en todo o en parte a cualquier hora, socializándolos entre los pocos que dominan el gran dinero, o reprivatizándolos, no sé. Los trabajos son informales, sin horarios fijos: flexibilidad laboral, pregonan los vendedores de ideas obligatorias. La extinción del derecho laboral conquistado a lo largo de más de un siglo nos devuelve a una nueva Edad Media electrónica. Juego de tronos transcurre en un Medioevo que no sabemos si está en el futuro o en el pasado, y en el que resucitan los dragones. Aquí la facción del bipartido en turno de Gobierno parece empeñada en alcanzar el neotardofranquismo desde el posfranquismo nunca antifranquista que ha cultivado hasta hoy.
Justo Navarro es escritor.
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