Páginas en suspensión
Díaz de Rábago instala en el Círculo de Bellas Artes su ‘Biblioteca de Babel’ para El Quijote
Aún quedan artistas luchadores. Son aquellos que se enfrascan en sus talleres para pelear a contracorriente y frente a sí mismos hasta alumbrar la expresión de un impulso o de un concepto que, por respeto libérrimo al público, se niegan a definir. Es el caso de José Ignacio Díaz de Rábago, nacido en el barrio de Cuatro Caminos hace 62 años. La estela artística de sus instalaciones de abstracción espacial ha brillado en Estados Unidos, Uruguay, Francia, Suecia, Noruega y Dinamarca. Ahora quiere verla deslumbrar plenamente en la ciudad donde nació con Babel de los libros,la instalación que el próximo 23 de abril acompañará la tradicional lectura continuada del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha en el Círculo de Bellas Artes.
Quienes acudan a leer y escuchar el fulgurante legado cervantino comprobarán que la propuesta de Díaz de Rábago es un homenaje singular al doliente alcalaíno: ha acopiado más de 2.000 libros que, sujetos por 5.000 metros de cable galvanizado y, en ocasiones, trenzados por driles, penden verticalmente de la cúspide de la magna escalinata de mármol del Círculo de Bellas Artes de Madrid. ¿Metáfora del destino que aguarda al papel impreso? El artista lo desconoce. Pero el soporte de su instalación es la espléndida rampa declinante que ideara el arquitecto gallego Antonio Palacios Remilo.
Díaz de Rábago, hijo de ingeniero vinculado a la hidráulica y ahijado del arquitecto Miguel Fisac, tiene algunas deudas con la arquitectura. Son quizá las mismas que le han llevado a plantearse como bóveda de su arte “la creación humanizada de nuevos espacios”. Y la alcanza mediante la selección o bien de un lugar del cual el vacío se enseñorea o bien de todo otro paraje donde la energía inmanente del enclave, el genius loci del que hablaran los romanos, admita la intervención de sus manos. “Una vez localizado ese lugar, colocó pequeños hitos en su interior y tensionó el espacio creado a través de procedimientos sencillos como un simple hilo de dril, para así generar energía y hacer surgir desde dentro la potencia que allí permanecía adormecida”, explica.
Muestra Díaz de Rábago una profunda contención a la hora de definir qué es lo que preside su impulso creativo, pues parece pertenecer a la generación que sacralizó la mirada del público hasta extremos que llevaban al artista a desaparecer —casi por completo— de la escena de su obra. Pero se aviene a admitir rasgos de su quehacer como “la generación de espiritualidad que anida bajo una verticalidad monumental” —vertical fue su instalación dedicada en Copenhague a ese emblema nacional danés que llamamos bicicleta— o bien su titánico propósito de “enmarcar el infinito”, como se propuso conseguir en la misma capital con su instalación de “ventanas volanderas”. En la Universidad estadounidense de Berkeley ideó una instalación que sería aprovechada posteriormente por un candidato al Premio Nobel, Saul Perlmutter, para ilustrar sus concepciones sobre la disposición planetaria en el Universo. “Son coincidencias con las que a menudo me encuentro”, comenta a propósito del caudal de intuiciones premonitorias que en ocasiones le asedia.
Al Círculo de Bellas Artes acude con el ánimo dispuesto a ganar un espacio vacío —“pero lleno de historia”, puntualiza— como el hueco de la majestuosa escalera marmórea, “y conseguirlo a través del caos que generan las tensiones obtenidas gracias a los cables de los que penden los dos millares de libros suspendidos”. La espectacularidad de su instalación surge cuando el observador descubre esos mágicos artificios que, seis siglos atrás y de la mano de Johannes Gutenberg, llenaron la vida de palabras y de sueños desplegados desde casi 50 metros.
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