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El reconocido aroma de Benet i Jornet

El dramaturgo, que debutó en 1963 con ‘Una vella, coneguda olor’, y autor de series como ‘Poble Nou’ recibe el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes

Carles Geli
Benet i Jornet, galardonado con el 45º Premio de Honor de las Letras Catalanas.
Benet i Jornet, galardonado con el 45º Premio de Honor de las Letras Catalanas.marta pérez (EFE)

“No he sabido nunca, y moriré sin saberlo, si lo que he hecho está bien o mal; pero a buen seguro, es de una calidad menor de la que habría querido”, declaraba ayer con su timidez y modestia compulsiva después de que Òmnium Cultural le hubiese concedido el 45º Premi d’Honor de les Lletres Catalanes el popular dramaturgo Josep Maria Benet i Jornet, Papitu para más de una generación de intelectuales catalanes. “Si dejo que me llamen Papitu es porque no soy una persona importante y así soy libre para escribir lo que me da la gana”, le dijo una vez a su amigo y también honorable de les lletres (en 2010) Jaume Cabré. Y con esa libertad ha escrito una cuarentena de obras, mayormente teatrales, “de innovación constante, de reflexión sobre la realidad cambiante”, obras de "teatro de texto", muchas críticas con la realidad sociopolítica y que han acabado construyendo un friso de “una calidad, extensión, variedad y coherencia” que “expresa la conciencia cívica y social de un país”, según el acta de un jurado que apostó por la combinación calidad y popularidad y que leyó un miembro del mismo y amigo de Papitu: Joaquim Maria Puyal.

Benet i Jornet dio muestras de seguir siendo, en el fondo, el niño modesto nacido en la ronda de Sant Antoni de Barcelona en 1940: mirando hacia abajo en un punto fijo lejano, las manos entrelazadas, quitando valor a su trayectoria, el autor de montajes como Desig (1989, Premi Nacional de Literatura) o Testament (1996), pero padre pionero también de los grandes seriales de la televisión catalana (Poble Nou, en 1993; Nissaga de poder, en 1996 o Ventdelplà, en 2005), no negó que su vocación surgiera de esos tebeos que con dibujos y diálogos construía él mismo, en una casa de pocos libros y menos teatro... todo en un contexto personal de un niño al que le costaba leer para preocupación de sus progenitores, pero que era su pasión. Tampoco aprendió mucho en la universidad, donde se apuntó a Filosofía y Letras. “Es que no iba a clase; fue una pena no acudir a las magníficas que impartía Martín de Riquer, pero me daba pereza; mis maestros fueron mis compañeros: ‘piensa antes de hablar’; ‘lee eso y eso no’, ‘pásate por ahí…”.

“La lengua está muy empobrecida, pero no veremos la muerte del catalán”

Y en una de esas recomendaciones —imposible no recordar el año, 1962—, la de que se pasara por la Compañía Dramática Adrià Gual porque estaban ensayando Primera història d'Esther, de Salvador Espriu, y necesitaban gente sensible. “Siempre me acordaré, allí en la Cúpula Coliseum, una Maria Aurèlia Capmany de entonces 40 años, escote y pechos notables, con tres jovencitas más: Maite Lorés, Pilar Aymerich y Montserrat Roig; es gente a la que quise muchísimo... Y me quedé”.

Y ahí conoció a Ricard Salvat, Fabià Puigserver… Puro teatro. “Es lo que ha dado sentido a mi vida; en cualquier caso, moriré haciendo teatro”. De nacer, nació con él y ha sido reconocido como tal: hace ahora 50 años obtuvo ya el premio Josep Maria de Sagarra por Una vella, coneguda olor, obra de corte realista con la que debutó. Tampoco quiso olvidar al catedrático de Literatura Joaquim Molas, a quien conoció por otra de esas indicaciones de compañeros, aquí de Joan Lluis Marfany. “Sí, fui un moletes: fue mi padre de conocimientos de literatura catalana, pero también de pensamiento y de vida, en esas charlas que no acababan hasta el amanecer”.

Desde entonces, el primer premiado genuinamente dramaturgo (Joan Oliver y Feliu Formosa lo eran más a tiempo parcial) ha atesorado más de 40 obras, en parte traducida a nueve lenguas y con un notable impacto, resultado de una facilidad para contar historias que llegan a la gente y reflejan el devenir del mundo, algo que se ha constatado masivamente en sus historias televisivas. “Con la tele hacemos de Folch i Torres: pensaba en un público popular y llevó a un amplio sector a la lectura en catalán que no lo hacía; nosotros intentamos algo parecido con la lengua”. Otra prueba: ayer mismo cuando, vitalista (“me gustaría vivir hasta los 124 años para aprender de todo”), encandiló a los presentes relatando su última aventura en Etiopía, dando de comer... a unas hienas.

“En España, salvo algunos, muestran menosrecio y odio; esto así no va”

Y a pesar de esa capacidad narrativa, vacila. “Cuando escribo sufro mucho; soy inseguro; en los últimos meses, he tirado dos obras porque mis amigos me han dicho que no funcionaban”, admitió quien en 1995 recibió el Premio Nacional de Teatro por E.R.

Su humilde modestia (“son los autores jóvenes como Sergi Belbel y otros los que me dejan marcas a mí y no yo a ellos; ahora, escribo una obra que es un plagio de muchos de estos jóvenes de un teatro en catalán muy vivo y tiene mucho sentido fuera de nuestras fronteras”) es, sin embargo, antitética a su fuerte compromiso sociopolítico que ha marcado buena parte de su obra. “La lengua catalana está muy empobrecida; con una sola palabra se quiere decir todo; estoy harto de fites, escenari, excel·lència... Aunque tiendo al pesimismo, no veremos la muerte del catalán: esto aguantará porque hay una gente joven que trabaja con una alegría y una locura que hasta hace poco no se daba”.

Benet i Jornet reconoce sin tapujos que está por la independencia. “Si España realmente hubiera apoyado y querido y difundido las cuatro culturas del Estado, hoy Hispania continuaría y a nosotros no nos importaría ser España; pero, salvo excepciones, partidos e instituciones nos han mostrado odio y rabia y menosprecio… Así, esto no va”. Lo dice con la pasión de un infante que recibirá el galardón, dotado con 15.000 euros, el 11 de junio en el Palau de la Música Catalana. “Me sentiré siempre como el niño de la ronda”, reafirma. Sí, el viejo y conocido olor. Pero ahora, honorable.

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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