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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Oneroso mito

"La longevidad en el cargo es prueba inequívoca de acierto electoral pero no es traducible por bondad o eficiencia"

Hace algunos días que nuestra alcaldesa, sacando pecho, espetó a los periodistas: ¡¡el mito continúa!! Estaba eufórica porque le habían llegado noticias de que el fiscal no veía motivos para imputarla en el affaire de Nóos. Evidentemente, con tan rotunda afirmación contestaba al sesudo reportaje de Cristina Vázquez que EL PAÍS publicó el pasado 24 de marzo con el título de Rita Barberá: el mito se tambalea.

Dejaré para otro momento, o para otros, el análisis de la feliz confluencia electoral entre el mensaje emitido (populista, agresivo, virtual...) y las características del público receptor (los deméritos de la izquierda pero también la psicosociología colectiva del complejo de inferioridad y otros demonios familiares). Aquí y ahora lo que me interesa es llamar la atención del lector sobre lo que para mí es una evidencia: se tambalee o no, continúe o no el mito, no nos ha salido a cuenta. Es, en muchos sentidos, excesivamente oneroso. Es bastante más difícil encontrar biografías que hagiografías (término que significa “historias de las vidas de los santos” y que, por extensión, también es válido para personas que gozan de legenda aurea) pero, en cualquier caso, ya se ocupará la historia de tal menester.

Mientras llega el momento, es lícito, sin embargo, preguntarse sobre la rentabilidad del negocio de haber delegado desde 1991 (democráticamente , eso sí) las riendas del gobierno de la ciudad a tan longeva alcaldesa. Y si pienso honestamente que no, no es por aguar la fiesta a nadie, sino por seguir pautas de razón. La longevidad en el cargo es prueba inequívoca de acierto electoral pero no es traducible por bondad o eficiencia. Por otra parte, la aparente prueba del algodón (¡¡cuánto ha cambiado Valencia y qué bonita está!!) es fácilmente rebatible como argumento de la defensa. Sirvan dos sencillas argumentaciones.

La primera es que si después de 22 años de gobierno y, por tanto, de 22 años de inversiones en la ciudad tanto del Ayuntamiento (con nuestros impuestos) como de otras Administraciones (también con nuestros impuestos), la ciudad no hubiera cambiado a mejor, estaríamos hablando de tropelía. En mi retina está la Valencia de D. Ramón Izquierdo y la que había cuando se inició el mandato de nuestro mito particular. Les puedo asegurar que el gobierno democrático de izquierdas de esta ciudad no frecuentó el reino de Morfeo por muy mal que le pese al constante memoricidio.

La segunda argumentación va por lo de bonita. El cliché es fácil juntando cuatro o cinco elementos espectaculares, especialmente nuestra adorada y carísima ciudad de las Ciencias y las Artes. Pero si ustedes son de buen pasear encontrarán mil y una carencias. Nuestra ciudad, todas las ciudades, son duales. Todas gozan de tejidos urbanos nuevos y viejos, de áreas residenciales donde impera el todo por la pasta y zonas de una humildad perenne. Y es estúpido afirmar: "Hemos obtenido la mayoría absoluta en todos los distritos y es falsa la idea de una Valencia dual mantenida por grupos de la Universidad y el PSPV" (31 de Mayo de 2007). Confundir legitimidad democrática y razón es cosa de churras y merinas. O de arteras y aviesas malas artes.

Un repaso sistemático del haber de tan longevo mandato tiene la virtud de diluir el exceso de almíbar. Solo citaré algunos elementos de muestra salvo que a instancia de parte se me reclame mayor precisión y exhaustividad. Haberlas, haylas, pero no caben en un artículo de opinión. La desaforada costumbre de adosar nuevos PAI a viejos tejidos urbanos periféricos es una práctica urbanística que sorprende por su ineptitud. Al igual que enrocarse en una estúpida prolongación (la de Blasco Ibáñez) como si los higienistas del XIX se hubieran transmutado en walking dead. De cómo generar un conflicto innecesario convirtiendo en internacional un asunto local de consenso y sentido común.

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Tiene también indudable mérito que tras 22 años de gobierno hayamos mantenido virgen la taifa de Valencia sin rastro de contaminación metropolitana alguna. O que en el gran timo de la revisión / adaptación del Plan General no hubiera ni un sólo folio de análisis sobre la base económica de la ciudad. Ordenar (siendo Rita Barberá alcaldesa y Francisco Camps delegado del Gobierno) que la policía nacional desalojara la ZAL ("desde el máximo respeto") aduciendo razones de urgencia, y que una década más tarde el ocre de la tierra domine el paisaje, produce una gran risotada y es, como mínimo, una afrenta para los desalojados a la fuerza.

¿De verdad creen usedes que en la fachada marítima "cabemos todos" y que los usos terciarios y de ocio son perfectamente compatibles con un Puerto en expansión que debería haber reorientado a Puerto de Sagunto su crecimiento? ¿Y qué me dicen del regalo envenenado de la Fórmula Uno? ¿O de los 500 millones que todavía debemos al ICO por la America´s Cup? ¿Quién usará los contenedores...? ¿Alguien estimó la demanda? A todo esto, la deuda por habitante es la segunda de España tras Madrid. Lástima. Casi somos también la vanguardia. Y de la Generalitat, (socio privilegiado), no hablemos. Se busca coste-beneficio de las inversiones o la aplicación de cualquier técnica de gestión empresarial en una empresa que como el Ayuntamiento tiene 6.000 trabajadores y más de 700 millones de euros de presupuesto.

Viviendas vacías in memoriam de la burbuja inmobiliaria, descampados sin uso previsible, un 50% de paro juvenil, ninguna política efectiva de colaboración con otras ciudades, ausencia de Europa. ¿La dependencia? Bien, gracias. Eso sí, ya estamos en el mapa sea por la Nueva Valencia o por su corolario de imputados o por ambas cosas. A un coste, económico y social, elevadísimo y desviaciones presupuestarias de primera. ¿El mito sigue? No sale a cuenta.

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