La fascinante y trágica historia de una chica de 16 años
Gregorio Casamayor y A. G. Porta crean a cuatro manos ‘Otra vida en la maleta’
A.G. Porta y Gregorio Casamayor tienen trayectorias literarias curiosas que ahora han coincidido en una estupenda novela, Otra vida en la maleta (Acantilado), escrita a cuatro manos. Porta (Barcelona, 1954) conoció a Roberto Bolaño en los años ochenta. Juntos escribieron Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, primera novela para ambos. Bolaño era el discípulo y Porta, el fanático. “Me gustaba escribir, pero no el mundo literario. Antes de que se publicara ya me di cuenta de que no era lo mío. Bolaño siguió enviándola a premios hasta que ganó el Ámbito Literario”. La publicó Anthropos en 1984. Acantilado la rescató en 2006 junto al cuento inédito, también de ambos, Diario de bar. Porta dejó de escribir; su amigo siguió a todo trapo. “Más adelante me propuso La literatura nazi en América, pero yo no tenía el hábito de escribir cada día. Roberto iba a 200 por hora; yo, a 15”.
Gregorio Casamayor (Cañadajuncosa, Cuenca, 1955), en Barcelona desde niño, empezó a escribir, como dice él “en la vertiente profesional”, dos libros de formación continua entre 1989 y 1993. En 2005, el libro de relatos Borrón y cuenta nueva, de “atmósfera negra”. Más negra es La sopa de Dios, que obtuvo el Memorial Silverio Cañada a la primera novela de la Semana Negra de Gijón. En 2011, sacó la excelente La vida y las muertes de Ethel Jurado.
Porta regresó a la literatura en 1999 con Braudel por Braudel a la que siguieron otras cuatro, entre ellas Concierto del No-Mundo.
La idea base de Otra vida en la maleta fue de Casamayor. Es la historia fascinante de África Bonal, de 16 años, y de su madre, Natalia Bonal, escritora de literatura infantil, administrativa y adicta a los juegos de azar. En 24 horas, entre el 12 y el 13 de julio de 1992, se desmorona la vida de África: descubre que su idolatrado y ausente padre, aventurero reportero gráfico, no lo es. Decide fugarse de casa y abandonar a su madre; empiezan esas angustiosas 24 horas, en las que, entre otras muchas locuras, mata a un hombre. Madre e hija no volverán a verse.
La novela empieza cuando África, ingresada en la cárcel y. muy enferma, decide contar su historia o mejor dicho la de su madre. ¿Venganza por el mundo imaginario que inventó para ella? ¿Necesidad de encontrar respuestas? El lector no tiene una certeza absoluta de lo que se cuenta. “Se superponen varios relatos, el que hace sobre su madre, el que hace sobre el tiempo transcurrido o el que está contando en tiempo real”, afirma Casamayor. “De ahí la incertidumbre”. “Ni la misma África sabe si pertenece al mundo real o al que su madre ha inventado para ella”, añade Porta.
Casamayor aporta a la novela una estructura similar a la que utilizó en Vida y muertes de Raquel Jurado: una historia contada a través de diversas voces que funciona muy bien y que consigue que el lector no sepa bien qué está pasando aunque nunca pierde el hilo.
Porta contribuye con un ritmo plástico, fragmentario. “Eso es de la época de Bolaño, hicimos muchos guiones juntos, aunque ninguno prosperó; a mí, lo que me interesa es la extraña manera de ser de África. No sabes si está loca o tiene una rabieta de adolescente. La niña cuenta las cosas de una manera muy veloz, no lineal. Se repite. Es un tipo de personaje narrativo atropellado”. También se deben a él las obsesiones de África, como la de un pez elefante.
“Quería proponer una reflexión sobre el peligro de crear mundos ficticios para los niños a veces postergando la verdad. Las relaciones son importantes, debería haber más contacto físico entre madre e hija”, afirma Casamayor. “Nada de abrazos; yo añado un poco de mala leche”, dice Porta, compañero de Casamayor en Graó, editorial para el profesorado. “Pero lo hemos escrito casi todo juntos”. Y se han divertido tanto que no descartan repetir.
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