El averno aquí y ahora
Swans fue el plato fuerte de la segunda jornada del festival
Fue como si el averno se hubiese personado en la sala en busca de adeptos. Aspiraban a ello un nutrido grupo de espectadores, muchos de ellos varones, casi todos ataviados con prendas oscuras y por lo general con un gesto conspicuo en el rostro, cuyos ojos apenas retiraban del escenario. Allí quedaba claro que el averno no había enviado en tareas de proselitismo a demonios convencionales, sino que unos músicos, varios de ellos bastante maduros, ejecutaban el ensalmo con aire científico y actitud escasamente física. Ellos eran Swans, el Sant Jordi Club, el centro de reclutamiento y el Primavera Club el flautista de Hamelín que allí a todos había convocado.
Y Swans era el plato fuerte de la primera jornada de festival. El grupo de Michael Gira, dispuso de dos horas para construir una especie de mantra con música que se explayaba en canciones de generoso minutaje, la mayor parte de las cuales, además, iban unidas sin solución de continuidad. Pasó una hora antes de que se produjese el primer silencio, un silencio tan aparatoso que los oídos de los allí presentes se descomprimieron ante la falta del empuje que los había acosado los anteriores 60 minutos. El concierto había llegado a su mitad.
La segunda mitad, otra hora, tomó los mismos derroteros. La música de Swans es como una marcha fúnebre de la sociedad industrial. La banda de Michael Gira se exhibió con piezas como To be kind, She loves us o The Seer, composiciones donde un sonido mantenido de fondo era pautado por un ritmo pesado que da lugar a una catarsis expresable mediante muchísimos decibelios. Swans sonaron más contemporáneos que nunca.
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