Interpretar la complejidad
Era preciso consultar a los ciudadanos, pero hacerlo con unas elecciones al Parlamento no era la mejor opción
Entre septiembre y noviembre, los catalanes hemos expresado nuestros deseos y preocupaciones como pocas veces lo habíamos hecho. Primero, en la calle, con la manifestación más concurrida de esta etapa democrática, y luego, en las urnas, con la mayor participación registrada en todos los comicios autonómicos. En ambos casos, la afluencia y sus resultados, han supuesto una sorpresa, incluso para quienes las habían convocado. Sin embargo, me atrevo a decir, porque lo escucho a mi alrededor, que seguramente tenemos algunas cosas más claras que el día 10 de septiembre, pero también las tenemos más complicadas.
Sin deseo de culpar de ello a nadie, hago una reflexión sobre algunas de las causas de esta paradoja: no se pueden interpretar de forma simple las realidades complejas, y hacerlo tiene consecuencias peligrosas. No olvidemos que las voluntades y los sentimientos de las personas son realidades formadas por componentes diversos y no unidimensionales.
Empiezo por la manifestación. El debate, irracional a veces, sobre si la presencia en la manifestación suponía defender la independencia, reclamar el derecho a decidir nuestro futuro, apoyar la negociación del pacto fiscal, protestar contra las consecuencias de la crisis, o todas estas cosas juntas, impidió un análisis de su significado que, por otra parte, sí que se desprendía de los resultados de algunos estudios de opinión. Abundaron excesivamente las interpretaciones simples. Yo me quedo con la evidencia de una explosión de indignación ante la incomodidad y la dureza de una situación que pone en peligro el futuro personal y colectivo, y la voluntad de que se cambie. A partir de aquí, correspondía a los gobiernos dar respuestas. Unos no quisieron oírlo, y lo calificaron de pura algarabía. Otros lo recogieron y cambiaron sus objetivos, pero con una interpretación que se ha demostrado equivocada.
Convertir unas elecciones en plebiscito margina otras posibles razones del voto, favorece las posturas extremas y debilita las moderadas
Sigo con la consulta. Creo que fue un acierto del Gobierno pensar que era necesario consultar a los ciudadanos, para que lo que se vio y oyó en la calle se manifestara en las urnas. Pero creo que hacerlo con unas elecciones al Parlament no era la mejor opción, existiendo como ya existía, una mayoría suficiente para preparar la consulta sin interrumpir la legislatura. Mezclar en un mismo voto unas elecciones autonómicas para formar Gobierno, con un plebiscito sobre la voluntad de decidir el futuro (que además muchos se cuidaron de interpretar como un plebiscito sobre la independencia), nos introdujo en un escenario confuso en el que, de nuevo, se simplificó la complejidad.
Como ya lo dije antes del día 25, puedo repetirlo ahora sin que se me pueda tachar de “listo”: creo que convertir unas elecciones en plebiscito margina otras posibles razones del voto, favorece las posturas extremas y debilita las moderadas. Los resultados electorales lo han demostrado, y aunque han aclarado bastantes cosas, van a producir nuevos problemas de gobernabilidad.
Un amigo me preguntaba ayer, preocupado: ¿Podemos rebobinar la historia hasta el día 10 de septiembre? No. Tal vez se harían las cosas de otra manera, pero es imposible. Miremos pues, con realismo, el futuro.
Algunas cosas están más claras: 1. La voluntad de poder decidir es ampliamente mayoritaria, aún más de lo que lo era hace un mes. Solo hay dos partidos que sigan oponiéndose. 2. La opción independentista ha dejado de ser minoritaria, pero no parece mayoritaria. 3. El proceso hacia una consulta no debe interrumpirse, pero su progreso será más lento y mucho más difícil de lo que algunos pensaron. Sigo creyendo que habrá que forzar un pacto con el Estado. 4. ¿Cuál es el objetivo final? Aunque cada uno tenga sus ideas no hace falta que lo discutamos ahora en abstracto. Ya llegará el momento de que lo decidan los ciudadanos, espero que con argumentos más rigurosos sobre el qué y el cómo, y con menos ruido que el que hemos visto estos dos meses. 5. Y, sobre todo, reconozcamos que se ha complicado la gobernabilidad del país en el corto plazo, cuando la situación económica y social pide urgentemente políticas imaginativas y valientes.
¿Veremos este mes de diciembre un escenario político más responsable, más riguroso, más generoso, menos partidista y menos crispado, y enfocado sobre todo a resolver los problemas de los ciudadanos?
Joan Majó, ingeniero y exministro.
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