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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Síndrome de Estocolmo

"La crisis ha destruido la economía de los ciudadanos, pero también su fortaleza psicológica y gran parte de la escasa confianza que les quedaba en su futuro"

Vivimos tiempos de confusión. Mire uno hacia donde mire, casi todo parece ausente de sentido común, contradictorio, esperpéntico, irreal. La crisis ha destruido la economía de los ciudadanos, pero también su fortaleza psicológica y gran parte de la escasa confianza que les quedaba en su futuro. Por eso, al tiempo que se rebelan interiormente contra los recortes que les llevan a la ruina, creen, en cierto modo, a sus dirigentes políticos cuando les escuchan decir que no hay más salida que el sufrimiento y la humilde solicitud de perdón por los pecados cometidos. Un gigantesco síndrome de Estocolmo se ha apoderado de las bloqueadas mentes de una buena parte de ciudadanos europeos, y de una mayoría de españoles, que esperan perplejos, pero resignados, la llegada de un rescate improbable de sus propios secuestradores, a quienes, con el paso del tiempo, han aprendido a querer. En el fondo de su corazón confían, como confiaba M. Panella, en que, a la postre, la mejor forma de vencer al enemigo es acostándose con él.

De no ser así, sería muy difícil entender con qué estoicismo asistimos todos los días, a espectáculos totalmente surrealistas en los campos de la economía y la política, mucho mas propios de los tiempos de André Breton que de la era de la información en la que supuestamente militamos. Solo hace falta echar una mirada a los titulares de los periódicos, sin necesidad de especificar la fecha, para constatarlo. Allí podremos enterarnos, por ejemplo, de cosas tales como que la Eurozona aumenta la presión sobre Grecia, a pesar de que en Grecia no queda ya nada sobre qué presionar, o de que Merkel sube en las encuestas alemanas por castigar como es debido a los “indisciplinados vividores del sur”, o de que Ana Botella, tan liberal ella de toda la vida, firma por la continuidad del hospital de Princesa. También de que el ministro De Windows vaya a Bruselas a explicar, “en persona”, las reformas a sus colegas, como si estos se lo hubieran pedido, o de que la ministra de Fomento ruegue a Iberia que aplique la reforma laboral “de manera flexible” para que el ajuste no recaiga solo sobre los trabajadores, tras aprobar una ley cuyo objetivo era ése precisamente.

A quién podría sorprender, en tales circunstancias, que la titular de Empleo, Báñez, dijera, textualmente, y con total impunidad que “estamos saliendo de la crisis”, y de que unas horas después, Cospedal, la de los tres sueldos porque-trabajaba-mucho, y decenas de asesores bien pagados, afirmara en los desayunos de Somoano, que Báñez “no había dicho que estamos saliendo de la crisis”. O que los grandes partidos se reúnan ahora para tratar el asunto de los desahucios, ¡400.000 desahucios más tarde!; o que, con la excepción de Kutxa Bank, los bancos prosigan impasibles su cruzada contra aquellos insolventes que no han tenido la misma suerte que ellos de ser rescatados.

A nadie, efectivamente. Y es que desde que la realidad, tal como la conocíamos, fue reemplazada, en algún momento de este proceso, por un mediocre culebrón televisivo, cualquier cosa, hasta la más estúpida, nos puede parecer de lo más normal y sensato. A mí, desde luego, me lo parece.

 

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