Cuentos chinos
Al punto que han llegado las cosas, el IVAM necesitará algo más que el nombre de Llorens para recuperar la confianza pública
El IVAM es noticia estos días por la compra de unas fotografías a Gao Ping, el ciudadano chino a quien la policía acaba de detener por diversos delitos. No creo que hayan sido muy numerosas las personas sorprendidas por el hecho. Hace tiempo que las acciones del Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) dejaron de extrañarnos, de modo que cualquier cosa que sobre él se diga la consideramos natural.
Apenas conocerse la noticia, se han producido las acostumbradas declaraciones oficiales, todas ellas exculpatorias, claro está. El museo emitió una nota donde, tras afirmar que todo estaba en orden, se señalaba a Tomás Llorens como responsable último de la compra. Al punto que han llegado las cosas, el IVAM necesitará algo más que el nombre de Llorens para recuperar la confianza pública. Aunque no sé si la confianza pública es, hoy en día, una preocupación para el IVAM.
Durante los pasados años, la corrupción alcanzó prácticamente todos los rincones de la política y la administración valenciana. Estos días, vemos desfilar por los tribunales a personas que ocuparon puestos de responsabilidad en el Gobierno durante ese periodo. Todavía hemos de ver algunas más, a medida que avancen las investigaciones.
La cultura no fue inmune a esa infección. No podía serlo porque siempre estuvo al servicio de los políticos, que la emplearon para favorecer sus intereses. La política cultural de la Comunidad Valenciana fue un apéndice de la política general del Gobierno, y pretendía los mismos fines. En ese panorama, el IVAM no fue una excepción, del mismo modo que no lo ha sido su pérdida de prestigio, paralela a la sufrida por la Comunidad Valenciana.
Consuelo Ciscar ha sido una
Decía antes que el escándalo provocado por la compra de las fotografías a Gao Ping no habría sorprendido en exceso, dada la trayectoria que ha seguido la institución. Consuelo Ciscar ha sido una política peculiar, a la que no le ha agradado pasar desapercibida. Lo demostró en la dirección general de Cultura, con aquella bienal que debía dar fama a Valencia en todo el mundo. Como en la mayoría de los proyectos culturales que sólo se sustentan en el dinero, el asunto acabó en una ruina fabulosa.
Aún debemos de estar pagando las facturas de aquella fiesta. Con Ciscar en la dirección del IVAM las cosas no han sido muy diferentes; durante un tiempo, sin embargo, el prestigio de la institución —prestigio logrado en sus comienzos— disimuló su caída a los ojos del público.
Digo a los ojos del público porque los especialistas advirtieron de inmediato la dirección que tomaba el museo y algunos así lo denunciaron. Exposiciones de peluquería, de moda, alejaron al museo de sus verdaderos fines y propagaron una imagen de venalidad. Al mismo tiempo, Ciscar, desde la dirección, tejía una red de contactos, favores mutuos y exóticas aventuras que acabó por convencernos de que cualquier cosa podía suceder en el IVAM.
Si el camino seguido por el IVAM no se explica sin el clima de corrupción y arribismo que se instaló en la Comunidad Valenciana, la situación actual merece una reflexión. Con la llegada de Alberto Fabra pudo pensarse que una etapa quedaba atrás y que se iniciaría un cambio de rumbo. Algún cambio ha habido, es cierto, pero este ha sido tan mínimo, tan leve, tan sustentado exclusivamente en las palabras, que apenas ha tenido efecto. La propia permanencia de Ciscar al frente del museo, o el anuncio de una exposición como ¡Viva Valencia! Indican que todo sigue igual. Con un presidente interino y vigilados por Madrid, quizá no cabía esperar nada más.
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