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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

A tontas y a locas

El corruptor, o las redes de corrupción, requieren antes que otra cosa del concurso activo de los corrompidos

No deja de ser curioso que llevarnos a la más completa ruina parezca el decidido propósito de este Gobierno mientras sus responsables (¡incluido José Ignacio Wert!) sonríen a las cámaras en los informativos (no se descarta que en los apartes se carcajean entre ellos) asegurando que la crisis va cada día un poco mejor. Tanto que hasta la eterna Rita Barberá ha manifestado en estos días que tiene la intención de presentarse de nuevo a las elecciones municipales. O somos tontos o ella nos toma por imbéciles. Y otro tanto con Rafael Blasco, quien, pillado in fraganti intercambiando cromos con sus colaboradores en la Casa de los Caramelos, tal vez aprovechando el alboroto de la salida de los niños del colegio que hay justo enfrente, aduce como pretexto las dificultades de aparcar para explicar una irregularidad de muchos cromos en juego. Ese tipo no es ya que nos considere imbéciles, es que, a la vista de lo visto, tiene resuelto no considerarnos para nada. Pero qué le importarán a Blasco, tan listo él, los insultos a la inteligencia que con tanta frecuencia ha prodigado, si el cabo reconoce el pobre que no es más que una desvalida víctima de una conjura mediática. Es casi lo mismo que le ocurre a su querida esposa (supongo que querida por él), Consuelo Ciscar, que aparece así como presuntamente entremezclada en un mangoneo de gran calibre de una trama china (casi exacta a muchas de las páginas de lo que describió Saviano en Gomorra ) que curiosamente tenía o tiene como líder a un tal Gao Ping, tan interesado en el arte de sobrevivir con un cierto pasar como nuestra más modesta Consuelo.

Pasando de presuntos acosos mediáticos que muchas veces se confunden sin éxito con el derecho a la información de los ciudadanos, parece fuera de toda duda que el corruptor, o las redes de corrupción, requieren antes que otra cosa del concurso activo de los corrompidos, de manera que el intercambio de cromos o de fotografías o de cintas grabadas a las puertas de un colegio y frente a un escaparate de caramelos va precedido de un cierto tanteo, de un cierto análisis de las consecuencias posibles, el temor de ser observado de reojo por los gorrillas (que, como todo el mundo sabe, en ocasiones son ansiosos colaboradores de la policía), de la seguridad de estar dispuesto (pese a la eventual presencia de los niños) a consumar una tropelía marcada por una indignidad política que debe ser ocultada, o disfrazada, o negada de plano. Son muchas, y a veces disparatadas, las precauciones que es preciso adoptar, de modo que no es raro que los más tontos del oficio acaben por ser cazados, aunque no siempre juzgados, como demuestra el caso de Zaplana, entre tantos otros.

Por lo demás, no está claro cuándo empezó la debacle de los socialistas ni tampoco, como ocurre con la crisis, cuando tendrá su fin, y su desplome en las elecciones gallegas y vascas no hacen prever nada bueno, antes al contrario. No hay una fecha determinada a partir de la cual pueda afirmarse que ahí empezó a joderse el PSOE y sus sucursales periféricas, y eso hasta el punto de que ni siquiera sus protagonistas principales serían capaces de fijarla. En este momento ¿hay alguien capaz de vaticinar la fecha, o mejor la época, en que esa resurrección podría producirse? Ni por asomo. Una mezcla de cierta desidia, broncas internas e indeterminaciones sucesivas lleva camino de convertir este socialismo en un partido residual. Será cosa de ponerse a construir otro ya.

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