La voluntad federal
"Frente a la vieja visión jerárquica y vertical que envara constituciones como la española, viajamos por el camino hacia una Europa horizontal, transversal y multicéntrica"
Una vez más —otra— España afronta su agotador dilema territorial de la peor manera posible, buscando culpables en lugar de soluciones, empleando la política y el debate público para inventar problemas en lugar de arreglar los existentes. Todos los actores parecen firmemente convencidos de que esta crisis económica ha favorecido la oportunidad perfecta para imponer su modelo en nombre de la eficiencia. Aquellos que no dan esa impresión, seguramente carecen de modelo para imponer.
De tanto enredar, parece que se nos han roto las autonomías. El modelo territorial que han generado la época de mayor y más universal bienestar en la historia de España se proclama fracasado. Con esta afición al melodrama tan española, se ha comenzado a representar un dramón que, a poco que se empeñen sus protagonistas, acabará en sainete. Unos convocan referéndums cuando aún no han celebrado ni elecciones. Otros apelan al derecho penal. Algunos mencionan al ejército. Muchos echan cuentas y pretenden basar la unidad de España en el mismo argumento que sustenta tantos matrimonios desfondados: la hipoteca. Unos pocos apelan al espíritu de la Transición. Nada nuevo, nada que no hayamos visto antes.
El modelo del 78 termina su ciclo vital. Nada es eterno, ni dura para siempre. Mucho menos en política. Mucho menos en este mundo dividido entre Apple y Android. El dilema que afrontamos resulta conocido. Romper cuánto quede de un proyecto agotado, o construir un nuevo proyecto común para un territorio donde conviven diferentes comunidades poseedoras de claras y potentes conciencias nacionales.
En España el federalismo nunca ha tenido buena prensa. Más de la mitad de la población mundial viven en algún régimen federal. Pero solo entre nosotros, federalismo resulta sinónimo preferente de división y conflicto, no de acuerdo y cooperación. No es el federalismo, somos nosotros. Nos ha faltado la voluntad. La solución federal siempre ha sido presentada como el mal menor, el último recurso, algo que debíamos probar porque no quedaba más remedio. Nunca se ha explicado como lo que puede llegar a ser: la oportunidad que andábamos buscando para construir España en común.
El federalismo no supone solo un entramado institucional para acompasar un modelo de decisión descentralizado y la pluralidad nacional. Como bien explica el profesor Ramón Máiz, es también una visión, una voluntad para que el sistema funcione de una determinada manera. Un estado federal no son solo leyes e instituciones, implica también la voluntad de hacerlas funcionar y operarlas como algo común y propio.
John Kenneth Galbraith sostenía que buena parte de nuestras dificultades para gestionar el futuro residían en que pensamos el siglo XX con conceptos del siglo XIX. Hoy, en pleno siglo XXI, el desfase se ha agravado. Carecemos incluso de nombre para muchas de las cosas que están pasando. Eso que volvemos a llamar el viejo problema territorial de España tiene mucha causa en la propia ranciedad de los conceptos manejados.
La soberanía ya no es lo que era. Frente a la vieja visión jerárquica y vertical que envara constituciones como la española, viajamos por el camino hacia una Europa horizontal, transversal y multicéntrica donde el poder se comparte y las decisiones resultan de procesos cooperativos. El poder nace del pacto y el acuerdo entre las naciones y ciudadanías federadas, no reside en una nación, un soberano, un parlamento, ni siquiera un Pueblo. La soberanía se conforma en la voluntad de llegar a acuerdos y funcionar por medio de la cooperación entre iguales.
El gobierno tampoco es lo que era. Frente a la vieja idea de un centro de mando y control, se abre paso la demanda de sistemas implementados a través del un gobierno multinivel que funciona por coordinación no jerárquica, maximiza la autonomía política y aprovecha las oportunidades de integración de las diferentes naciones en el objetivo común. Un gobierno compartido con voluntad de cooperar, respetar el autogobierno y construir una visión común. Un gobierno multinivel con incentivos para la lealtad y la voluntad federal para evitar que el ejecutivo central erosione el poder de los estados federados, o que éstos jueguen al oportunismo, la deslealtad, o la no cooperación.
Ni siquiera la nación es lo que era. En nuestro presente de identidades plurales y compartidas, se intuye una reconfiguración democrática y pluralista de la idea de nación como unidad en la diversidad. Las naciones no están ahí fuera. Las naciones se construyen permanentemente en un proceso abierto y plural. Somos testigos del abandono de la ecuación estado=nación, para ser sustituida por nuevos espacios construidos sobre la voluntad de conformar un destino común y acomodarse en un proceso cooperativo donde todos los actores salen ganando.
El estado federal no se cierra, carece de techo. No es un instrumento, o una máquina. Es un sistema orgánico vivo y flexible que se integra y aprende en un entorno cambiante. Un estado federal son instituciones, reglas e intereses, pero también un conjunto de ideas y creencias compartidas, una cultura federal que debe renovarse continuamente, porque al estado federal le guía la voluntad de cambiar y adaptarse a un mundo que no para de moverse, por mucho que se lo prohíba la ley.
Antón Losada es profesor de Ciencia Política en la Universidad de Santiago.
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