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Contra el “ruido visual” de Calatrava

El reputado crítico e historiador William Curtis desdeña la arquitectura "tecno-kitsch" de Valencia y elogia la Llotja y el Muvim

Ferran Bono
El historiador de la arquitectura William J. R. Curtis, el pasado viernes en la Ciudad de las Artes y de las Ciencias.
El historiador de la arquitectura William J. R. Curtis, el pasado viernes en la Ciudad de las Artes y de las Ciencias.MÒNICA TORRES

Advirtió a los estudiantes que desbordaban el aula magna de la Escuela de Arquitectura que no iba a dar caña. No iba a hablar ni de la arquitectura icónica, ni de los arquitectos estrella, sino de la profunda huella que dejó el gran Louis I. Khan, “un creador de espacios para la reflexión”. Pero al término de su académica conferencia que impartió el viernes en la Universidad Politécnica, alguien le picó y no tuvo reparos en lanzar uno de sus acerados calificativos para regocijo del público. Estando en Valencia no se puede eludir la omnipresente arquitectura de Santiago Calatrava. William J. R. Curtis la despachó como “una arquitectura tecno-kitsch”.

Unas horas más tarde, este reputado historiador y crítico de la arquitectura, autor del canónico libro La arquitectura moderna desde 1900, se paseaba por la Ciudad de las Artes y de las Ciencias. Quería conocer más profundamente la ciudad que visitó por primera vez en 1994. De aquella época recordaba los espacios vacíos, los amplios intersticios baldíos de su trama urbana. Y también la Llotja.

Columnas de la Llotja de Valencia.
Columnas de la Llotja de Valencia.MÒNICA TORRES

“Desde luego, la ciudad ha cambiado mucho”, comenta, sin abandonar una expresión entre irónica y socarrona, desde lo alto del Umbracle. Bajando hacia los estanques, señala que la buena arquitectura no busca protagonismo, sino establecer una relación coherente y consecuente con su entorno.

La Ciudad de las Artes y de las Ciencias le ha impresionado por su coste cercano a los 1.300 millones de euros, por los honorarios de 94 millones de Calatrava, por sus enormes dimensiones, por la sucesión de iconos que se confunden… “Esto es la cultura del espectáculo”, explota al poco Curtis. “Un gran show, una apuesta de marketing. Se nota además cómo se han plasmado ideas improvisadas, sobre la marcha. No hay una lectura profunda del hecho arquitectónico y de su funcionalidad. Es una especie de Disney arquitectónico; un icono publicitario. Fíjese en esos pilares, con sus formas curvas. Es una idea puramente formalista. Se impone una forma sin resolver su funcionamiento. Todo aquí es retórico. Provoca ruido visual. Calatrava no es necesariamente un arquitecto, sino un ingeniero con una idea artística”, añade, mientras avanza entre los nervios del aparcamiento.

Nacido en la población británica de Birchington en 1948 y muy crítico desde años con la arquitectura icónica y mediática, el historiador estudió en Londres y Harvard y ha enseñado historia y teoría de la arquitectura en diversos países como EE UU, México o Australia. Ahora vive en el Sur de Francia, “en un pueblecito al lado de Toulouse”, apostilla en un correcto “español aproximativo”, salpicado de anglicismos e italianismos. Cultiva también la pintura abstracta, con el propósito de captar “el paisaje mental”, y la fotografía, con la que retrata paisajes y el orden armónico de las cosas.

Con una cámara fotográfica en la mano, el historiador examina el complejo diseñado por Calatrava que se ha convertido en plató de numerosos anuncios, además de decorado demandado para reportajes de bodas. Gusta a mucha gente, que expresa su admiración por esta obra mastodóntica. No en vano, es una visita ineludible en todas las guías e itinerarios turísticos de la ciudad. “Yo creo que a la gente más que gustarle, le impone, le impacta”, interviene la catedrática de Composición Arquitectónica Carmen Jordá. “Claro, porque es muy populista”, apunta Curtis, acompañado también por la subdirectora de Cultura de la Escuela de Arquitectura, Maite Palomares.

“Es un Disney arquitectónico”,

Al crítico le recuerda mucho a la enorme Ciudad de la Cultura de Santiago de Compostela, diseñada por Peter Eisenman, que fue el producto de la “visión de poder” del entonces presidente gallego Manuel Fraga. “Es un complejo faraónico fuera de contexto, costosísimo, nada funcional, sin un programa real. Y además, supone una desvalorización del paisaje” de una ciudad maravillosa como Santiago, indica. Nada que ver con la discreción del Centro de Arte que concibió Alvaro Siza en la monumental capital gallega. “El problema es cuando una idea formalista impone una forma a priori sin resolver el funcionamiento”, añade. Alza la cabeza y señala hacia el Museo de las Ciencias: “Miren esos lucernarios: son una expresión de nada”.

Rechaza de plano la comparación del Palau de les Arts con la Ópera de Sydney como se ha hecho en alguna ocasión. Al margen de que los presupuestos se dispararon en los dos proyectos y ambos acumularon importantes retrasos, la ópera diseñada por Utzon “es extraordinaria y resuelve con mucha profundidad su relación con el entorno”.

El historiador es muy crítico con la

“El uso de las curvas no es sinónimo de calidad”, explica. “Muchas veces es una solución de ingenio que luego no se puede plasmar. Uno de los problemas de la arquitectura actual es la posibilidad de pintar imágenes complejas con el ordenador, con algoritmos”, agrega este admirador de Le Corbussier, de Aalto, de los modernos españoles De la Sota o Coderch y de los contemporáneos Aranda, Pigem, Vázquez Consuegra o Domingo Santos, entre otros.

El efecto Guggenheim de imitación trajo consecuencias perniciosas, si bien el “irregular” Frank Gehry hizo un trabajo “interesante” en Bilbao, según el historiador de prestigio internacional. Curtis sostiene que tal vez la crisis acabe con los grandes proyectos icónicos, impulsados por el poder político. Pero tampoco lo tiene tan claro. La tentación del “pan y circo” llama al poder con alevosía.

Habla con pasión del “extraordinario

No le imponen los grandes nombres. En Barcelona carga contra los edificios de Nouvel y Foster. En Valencia, desdeña la “pesadilla blanca” de Calatrava y no le dice nada el edificio de Chipperfield Veles e Ventes —“una sucesión de plataformas”—. Le gusta mucho el Mercat Central y elogia el “gesto” que imprimió Vázquez Consuegra al Muvim para que recayese hacia el jardín (ya remozado aunque sin inaugurar). Ahora bien, sólo habla con contagiosa pasión de las columnas de la Llotja, de su escalera de caracol, “la profunda y extraordinaria arquitectura” de un edificio cuya firma no es protagonista (lo inició Pere Compte) y que conserva intacto su esplendor cinco siglos después de construirse.

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Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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