Apasionada y trágica Belisa
Rosario Toledo y José Valencia se encargaron de dotar de intensidad a sus personajes
Era otro de los espectáculos del ciclo Literatura bailada, señalado ya aquí como una apuesta de la dirección de esta Bienal. En esta ocasión, se trataba de Lorca, el autor con más versiones o adaptaciones flamencas, pero con una obra y unos personajes que se salían de los iconos más transitados. El encargo pasaba por la participación del centro TNT (Territorio Nuevos Tiempos) y la dirección fue encargada a la dramaturga y coreógrafa Juana Casado. Es teatro, y de vanguardia, que se hace flamenco porque con los participantes seleccionados no podía ser de otra forma.
La bailaora gaditana Rosario Toledo para Belisa. De ella se podría decir que se trata de una elección con garantía ante el reto dramático. En sus producciones, desde aquel ya lejano Alicia (Bienal 2004) hasta el actual Vengo, presentado en el ciclo en la calle de la presente edición, la bailaora ha tenido una querencia hacia lo teatral que se extiende a su propia personalidad. Posiblemente, nadie como ella para ser Belisa. De José Valencia (Don Perlimplín), sin embargo, no se conocían antecedentes —en el terreno dramático, se entiende—, por más que se cuentan por decenas sus participaciones en producciones de baile. Pero al lebrijano le sobra con su cante para transmitir la emoción, el dolor o la decepción de su personaje. La presencia, por fin, teatral de Daniel Méndez es testimonial. Su aportación es musical y bien grande. No se puede obviar que los dos últimos son la compañía de confianza de la bailaora, por lo que su compenetración se da por descontada.
'Aleluya erótica'
- Don Perlimplín: José Valencia. Belisa: Rosario Toledo. Personaje simbólico: Daniel Méndez. Música: Daniel Méndez. Arreglos musicales: Emilio Morales. Diseño de Iluminación: Dominique You. Coreografía: Rosario Toledo y Juana Casado. Adaptación, espacio escénico y dirección: Juana Casado.
- Teatro Central, 20 de septiembre de 2012.
Con esos mimbres de tanta garantía había que armar una historia lorquiana que, en su dramaturgia, pudo carecer de la necesaria continuidad que hace que podamos comprender un texto teatral traducido a baile y cante. A pesar de esas posibles lagunas, la obra discurrió sin que el espectador tuviera tiempo para, pongamos por caso, mirar el reloj.
Toledo y Valencia, honestidad y entrega, se encargaron de dotar de intensidad a sus personajes y echaron sobre sus hombros gran parte de la tensión dramática. Rosario convirtió a Belisa en un ser apasionado, dotado de una singular fiereza y muy temperamental. Seductora apenas al inicio, siempre con mando, y sensual en muchos momentos. Y todo ello expresado a través de un baile de fuerza que extrae todos los recursos de su cuerpo para transmitir con él, pues no es otro su lenguaje. Puede rozar lo fiero o lo voluptuoso, pero no olvida la feminidad, como en las iniciales cantiñas de la boda. Con la guitarra hizo una apabullante farruca, y con el cante de Valencia, bulerías y soleá en uno de los momentos de esplendor de la obra.
Volvió el vals de Leonard Cohen que Morente adaptó para su ‘Omega’
Valencia, con expresión grave y cabizbajo, vagó por el escenario con su impotencia y su pena; pero esa no fue su principal aportación dramática. Su expresión está en su cante y en ese terreno regaló arte sin desmayo. Como con la sensible taranta de Vallejo —“tú la joya, yo el joyero”— para expresar su imposible amor, una granaína para la incomprensión, la bulería y la soleá para la rabia. También, el poema lorquiano —Amor, que vengo herido— hecho canción. Belisa y Don Perlimplín no protagonizan más que desencuentros y, cuando se acercan en un imposible y gélido vals —la guitarra ya anunciando la melodía que cubriría la tragedia final—, solo acentúan la desgracia de su historia en común. Ella tiende a volar, él pena en soledad, y la excelente partitura de Méndez va conduciéndonos por ese universo de sentimientos.
Volvió el vals, aquel Take this waltz de Leonard Cohen que Morente adaptó genialmente para su Omega. Esta vez lo hizo en toda su rotundidad (qué gran interpretación la de Valencia) y para dejar una póstuma declaración de amor. Lo que comenzó como un juego acaba en tragedia. Rosario-Belisa se enfunda en una enorme bata roja para expresar estremecida su dolor. Música, palabras, cante y baile, todos conjugados en un momento final, logran elevar la tensión hasta alcanzar un clímax de gran intensidad dramática, de creciente emoción. El pellizco se vende muy caro en estos días. Lo que estos artistas transmitieron en esos minutos finales tuvo ese raro valor.
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