La realidad y el deseo
El lehendakari anunció hace unos días la fecha de los nuevos comicios autonómicos y le ha llegado la hora de los balances. El mío es muy simple. El suyo ha sido el Gobierno de la tranquilidad, aquel que estaba sentando las bases para que transitáramos por la realidad dejando a un lado el primado de lo imaginario. Una legislatura tal vez no sea suficiente para que el camino marcado se convierta en tendencia consolidada. Queda, es cierto, margen para la esperanza, para confiar en que el Gobierno del cambio, como se lo denominó, reflejara ya en su sola posibilidad y haya contribuido luego con su gestión a un cambio real en las necesidades y preocupaciones de la ciudadanía vasca, cambio que habrá de tener en cuenta el Gobierno entrante. Cabe que este país ya no sea el mismo que el de hace cuatro años, pese a las alharacas de algunos y a las inercias a las que otros no parecen dispuestos a renunciar.
La campaña, por lo demás, se nos presenta ruidosa y previsible. Nos lo aseguran ya los movimientos de las principales fuerzas políticas en liza, y lo hace en especial el protagonismo de quienes parece que vayan a acaparar los focos de lo que desde hace tiempo se nos anuncia como el match decisivo. Sólo los grandes derbis cubren las expectativas mediáticas, y nosotros tenemos ya uno preparado al modo deportivo, aunque es posible que falsee la realidad que nos espera. Los mimbres de ese derbi son nacionalistas, independentzia a plazos, independentzia ya, nuevo estatus político —para denunciarlo como viejo nada más nacer—, derecho a decidir y lo que gusten, el viejo y recurrente recetario que parece esperar su momento decisivo. Incluso la crisis, ineludible, será objeto de un sarpullido demagógico que incite a la insumisión y la diferencia, un simple argumentario más para nuestra apoteosis como pueblo. La estrella de la función ha marcado ya ese derrotero, magnificado por propios y extraños, aunque luego la realidad hará el resto.
¿Podrán los socialistas no ya reivindicar su legado, el de un pragmatismo eficiente y solidario, sino imponerlo como centro del discurso y de la contienda electoral, ahuyentando esa tendencia ingénita nuestra al parloteo sobre los fantasmas de la sangre? Entre independentzia sí (los nacionalistas) e independentzia no (el PP, que entrará al trapo), sólo ellos pueden imponer el discurso de la razón, el de la modernidad, el progreso, la solidaridad. Ése que el candidato Urkullu trata de desbaratar con su estilo rajoyano apelando a la mentira y a la herencia recibida. Tan rajoyano es ese estilo que recurre con demasiada frecuencia al rodeo evasivo del “no me gusta, pero…”. Así, cuando le preguntan si cobraría a un ciudadano por ir al ambulatorio, su respuesta es “no es lo que desea el PNV”. En el ámbito del deseo, la realidad no nos compromete. Y contra el deseo, la fantasmagoría y el delirio, es el discurso sobre la realidad el que ha de imponerse. Y convencer.
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