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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ecce hombrico

Esa octogenaria —y la apodo así porque no sé su nombre, aunque la he visto en la tele— cogió sus trastos de matar como un torero y se puso a restaurar un cuadro de Elías García, del siglo XIX, que al parecer su descendencia había mal cuidado, o mejor dicho descuidado. No sé de qué tiró, porque la única restauración que conozco es la gastronómica —y ahí me apaño como jurado individual—, pero lo cierto es que recreó el Ecce Homo de Elías García hasta convertirlo en un alien que lo mismo te recuerda la película Simios, que a Paquirrín o que a nadie. Y el mundo cultural ha puesto el grito en el cielo, con razón porque un destrozo es un destrozo, pero con la impostura de quien no aplica el mismo rasero en función de quién firme la obra. Bien es verdad que la restauración de la octogenaria tiene lo mismo que ver con el Ecce Homo como el papa Benedicto con Mick Jagger. Bien que ni siquiera se ha dado cuenta de que el Ecce Homo original tiene barba con bigote y le ha despejado la nariz , seguramente para que dé un mayor aspecto de limpieza. Bien que la cara de uno y la del otro se parecen como la de Clint Eastwood a la de Santiago Segura. Bien que la buena señora decidió no limitarse a quitar los destrozos del paso del tiempo y quiso reinventar la obra, seguramente sin ninguna vocación, como quien zurce unos calcetines que no van a verse, salvo que te pase algo y te lleven a Urgencias.

Bien, vale. Vale eso y más. Pero no sé quien tiene más delito, si los descendientes del autor que dejaron morir el cuadro porque seguramente les parecía una calcomanía sin valor económico —que realmente no lo tiene— o la señora que lo quiso aliñar a su manera y convertir aquel pastel de tristeza en un cocido de alubias. Total, si nadie sabe cómo era realmente Jesucristo: ¿un palestino rubio, como dice la Biblia?; ¿un israelí negro, como dicen los heterodoxos?; ¿con el pelo largo, con barba, sin bigote, con patillas, gordo, delgado, alto o bajo? Es difícil pronunciarse sobre alguien que no se sabe si existió. Eso debió pensar nuestra buena señora. ¿No se reclama creatividad?; ¿no se anima a la resurrección?; ¿no son peores esos calendarios de vírgenes y cristos cariacontecidos al lado de toros banderilleados? Bueno, la verdad es que no pensó y quizás restauró la obra en un par de descansos de algún programa de telebasura y, claro, luego sale lo que sale. Los modelos influyen. Lo único cierto es que en el pijo mundo del arte pijo el cuadro ahora vale más que cuando lo hizo el pobre Elías García, que, según cuentan, lo debió realizar en dos tardes libres.

Quizás por eso ahora los herederos alzan los brazos al cielo, se hacen cruces, se frotan los ojos, se lamentan, resoplan y maldicen lo que la octogenaria hizo con un trapito de amoniaco y unas pinturas Alpino. Quizás saben que ahora tienen un tesoro, una locura que por serlo vale su peso en oro. Y porque quizás haya un coleccionista envenenado que lo quiera colgar junto a un goya o un velázquez por el puro placer de disfrutar de la diferencia. No se pide I+D… Pues ahí está. Insolencia y desinhibición. ¿Es eso el arte? ¿Es eso?

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