Agostidad y alevosía
Madrid sestea en agosto, como todos los años. El paisaje hostelero de la urbe está sembrado con el cartel de “cerrado por vacaciones”
Madrid fanfarronea (se cree Nueva York…) de que es la ciudad que nunca duerme. Pues en verano está medio despierta; mejor dicho, sestea. Y todos los años es igual: el paisaje hostelero de la urbe está sembrado con el cartel de “cerrado por vacaciones”. Restaurantes y bares nos dejan hambrientos y sedientos con agostidad y alevosía.
¿Por qué tanto en el centro como en el extrarradio se percibe —sobre todo, en domingo, de escasa oferta gastronómica todo el año— una sensación del día después de un desastre atómico?
En julio la bandeja del correo electrónico (y la del convencional) se llenaba en las redacciones de convocatorias de mil y un gabinete de comunicación gastronómica. “Save the date”, apúntate la fecha, señalaban las invitaciones. Y parecía que Madrid era la meca de inauguraciones de gastrobares, tapas hispanoasiáticolatinas siglo XXI y coctelerías apadrinadas por bebidas premium. Madrid hervía hace un mes y volverá a hervir en septiembre. ¿No hay crisis que valga?
La hay. Simplemente los seductores del marketing vacacionan en agosto.
¿La hostelería madrileña resiste como una campeona sin que la rescaten marcas internacionales? Pues sí, resiste. Aunque el genio del casticismo con fusión asiática David Muñoz nos tiene en vilo con su posible migración a Londres o Tokio. Pero no temáis, foodies urbanos de agosto. Hay mucha alta gastronomía a pie de calle. No hay más que mirar las webs de los establecimientos y repasar las guías en papel. Es un rollo investigar. Pero hay una pista fácil: los restaurantes con terrazas y los hoteles (con terraza o sin ella), porque en estos se come y se bebe a diario. Y están los parques para hacer picnic. Hay que animarse a cocinar y, en caso de pereza básica, escanear con instinto los barrios, el propio y los ajenos, por si surge alguna sorpresa de “abierto por vacaciones”.
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