Otro mantra nacionalista
El apetito actual de desconexión económica contrasta con los largos años de querencia proteccionista
En tiempo de bancos zombis y primas de riesgo desmandadas aparece un nuevo mantra nacionalista, uno más entre tantas inercias simbólicas y tanta mitología económica. Un día fue otro Estatuto, luego el concierto económico, después el pacto fiscal. Como complemento narrativo de un pacto fiscal que por ser imposible no solo generará melancolía, sino también cierto desajuste general, se propaga ahora el mantra de que Cataluña en la actualidad vende un poco más al extranjero que al resto de España. Ciertamente, en estos tiempos críticos, la buena noticia sería que las empresas catalanas exportan más al extranjero y a la vez venden más en el mercado español. Pero lo importante no parece que sea vender más aquí y allá, sino argumentar —como hace el presidente de la Generalitat, Artur Mas— que ahora sí que España se le ha quedado pequeña a Cataluña. Aducir como factor la caída del consumo público y privado importa menos que el nuevo mantra: al depender menos del mercado español, Cataluña tiene menos obstáculos en su camino soberanista. Es un ensayo, ya representado con el atrezo de alguna forma de ruptura. Al hablar de una Cataluña que —según Artur Mas— cada vez depende más de lo que sucede en el mundo y menos de lo que ocurre en España, el subtexto es obvio: la desconexión económica con España está al alcance de la mano.
Es propio del quehacer nacionalista que, al mismo tiempo que se propugna un pacto fiscal impracticable según su formulación primera, la Generalitat tenga que pedir, por imperativos del alto endeudamiento, acceso a los créditos condicionados del Fondo de Liquidez Autonómica, como ya han hecho Valencia y Murcia. Hay una somera contraposición conceptual entre aspirar a la desconexión económica y la urgencia legítima de acogerse a las prestaciones específicas del Instituto de Crédito Oficial. Como un juego de sombras, en segundo plano transcurre el fatigoso adiós al pactismo, para entrar en la dimensión desconocida del independentismo económico. Para Convergència, en esta fase postripartito, la contradicción sigue siendo un modo de estar, incluso en tono más elevado. Pero una cosa son las realidades cuando no hay dinero y otra el lenguaje simbólico del irrealismo.
El prestigioso profesor Pankaj Ghemawat, ahora en IESE, ha publicado muy recientemente un artículo sobre las secesiones en Europa (www.theglobalist.com). Advierte de la constatación de que, cuando dos empresas están ubicadas en lados opuestos de una frontera nacional, su relación comercial desciende en unos dos tercios. Cita el caso de la separación entre la República Checa y Eslovaquia, una situación en la que la intensidad comercial entre las dos nuevas naciones bajó en tres cuartas partes en cinco años, y a pesar de la unión aduanera. En el caso catalán, los efectos sobre el balance comercial —internacional e interregional— significarían una grave contracción.
Nuevo mantra, contradicciones de siempre. Ese apetito actual de desconexión económica contrasta con los largos años de querencia proteccionista que representaron el empuje económico e industrial de la Cataluña moderna. Las energías incorporadas a la causa del proteccionismo frente al librecambismo ejercieron una inmensa presión en Madrid para garantizar el arancel aduanero que gravaba las importaciones y aseguraba al textil catalán los mercados de España. A posteriori, sea uno librecambista o proteccionista de nuevo cuño, aquella fue una de las batallas que curtió a la burguesía catalana y puede verse como preámbulo, y seguramente uno de los orígenes, de lo que sería el catalanismo. España era un mercado grande y necesario, la conexión económica urgía. Entonces el potencial económico de Cataluña se decidía en los mercados españoles, en virtud del arancel sacrosanto que el lobby catalán logró imponer a lo largo de las turbulencias y los paréntesis de la historia moderna de España. Arancel, desconexión, pacto fiscal, liquidez autonómica: cosas que van y vienen, cuando en el fondo lo que importa mucho más es ser o no ser un país que innova.
Valentí Puig es escritor.
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