Casi cazador furtivo en África
Javier Reverte habla en Barcelona de las experiencias de sus últimos viajes a Kenia y Tanzania recogidas en su nuevo libro
Aquel día en la reserva de Selous, la más grande de África, del tamaño casi de Suiza, en la que viven cerca de 60.000 elefantes, le pusieron un rifle en la mano a Javier Reverte y le propusieron disparar a un impala para la cena y convertirse ¡en cazador furtivo! Una oportunidad única (y barata, 18,50 dólares). El escritor y viajero, entusiasmado inicialmente ante la idea de ser como uno de esos aventureros africanos —Ionis, Finch-Hatton, Bror Blixen, Leslie Tarlton, que abatió 284 leones, el propio Selous — a los que ha dedicado tanto espacio en sus libros, apuntó y... decidió no disparar. “Matar a aquel animal habría sido como llenar de sangre un hermoso sueño, al profanar el milagro de la vida en uno de los lugares más esplendorosos de la Tierra”.
Hablamos en un hotel de Barcelona, ciudad a la que mzungu (hombre blanco) Reverte ha viajado para presentar su último libro, Colinas que arden, lagos de fuego (Plaza & Janés), un libro que enlaza con todos los anteriores del autor sobre África y que nos devuelve a ese mundo maravilloso tan propio de Reverte en el que se funden viaje e historia, la experiencia personal y la de los grandes exploradores y personajes del pasado (el conde Teleki, el brutal Meinertzhagen, John Huston). “He recuperado el espíritu de mis libros sobre África”, dice el escritor, que se confiesa un gran mitómano al que no le importa apartarse arduamente de la ruta para visitar una tumba olvidada o seguir el rastro del corazón de Livingstone. “Panapo nia, pana njia, el refrán en suajili: donde hay un deseo, hay un camino”.
¡Qué experiencia es conversar con Javier Reverte (y leerle)! Enseguida estamos hablando de ese devorador de hombres de Ngolongo al que bautizaron Osama y al que algún gracioso renombró como “Osama bin Lion”. Reverte explica que cuando ronda un devorador de hombres, las aldeas se comunican por medio de tambores con un toque (a retener) denominado mgalumtwe, que significa “un hombre ha sido devorado”. Dice que el ronroneo del león se parece al jadeo de un hombre durante el coito (?), revela que el rey de los wahehe fue decapitado por un sargento alemán llamado ¡Merkel! —el cráneo regresó a su tierra tras muchas vicisitudes y Reverte, ¡qué envidia!, ha podido verlo en Kalenga— y narra la curiosa historia de aquel cocodrilo del lago Victoria que se convirtió en juez: le arrojaban acusados y si se los comía eran culpables, mientras que si los ignoraba se les dejaba libres. “Era un sistema eficaz”, reflexiona agitando su copa Reverte, “nunca salió con vida un culpable”.
El nuevo libro es la crónica de dos viajes, viajes felices porque la mayor parte los realizó caminando (“caminar por África es un ejercicio de sensualidad desbordada”) y “todo olía a aventura”. El primero al lago Turkana, en el norte de Kenia, y el segundo al Selous y el lago Tanganika, en Tanzania, con una extensión a Zambia para visitar el lugar donde murió Livingstone. Durante el segundo viaje, Reverte tuvo su gran momento y cumplió un sueño al embarcar en el legendario Liemba, el antiguo barco de guerra alemán convertido en ferry en el Tanganika.
Como siempre con el flâneur Reverte, la gente con la que intima en el camino es de lo mejor de la experiencia: uno de los hijos adoptivos samburu de Thesiger; el jefe de camelleros Ernest, que mató a una leona a lanzazos, o mi favorita: la valiente Fabiana, la gordita ranger del Selous que le tiraba los tejos al autor...
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