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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Alemanes

Sabíamos que los norteamericanos son unos payasos que todavía creen en Dios, pero hemos descubierto que los alemanes mantienen actitudes aún más deplorables: los alemanes ahorran.

Con gente de esa calaña, es difícil que el mundo progrese. Basta examinar la historia para comprobar hasta qué punto países de ese tipo son responsables del atraso planetario. En nuestra progresiva toma de conciencia, al Gran Satán americano se le une la avarienta Alemania. Si el primero es responsable de las desgracias del Tercer Mundo, ahora comprendemos que Alemania es responsable de las nuestras.

Estábamos acostumbrados a leer a Chomsky y a hablar con desdén de los marines muertos en las playas del Atlántico Norte. Creíamos que los culpables de todo lo que ocurre son esos fundamentalistas religiosos que habitan las praderas de Iowa, fusil en ristre, viven de su trabajo e interponen resistencia cuando el gran Obama intenta meterlos en la Seguridad Social, pero por fin sabemos que, en la contaduría del infierno, nuestras desgracias no se cuecen tan lejos: nuestras desgracias se cuecen en Berlín.

Según una reciente información que aireaba Le Monde (Los servicios de contrainformación de François Hollande, seguramente, tienen que ver en esto), a los alemanes no les gusta el sexo. El informe de una consultora asegura que “la incapacidad para disfrutar de las relaciones íntimas afecta al 46% de los alemanes”. Me parece lógico: todos sabemos que el orgasmo, conceptualmente hablando, exige una disposición contraria al ahorro. El orgasmo, per se, es expansivo; el orgasmo es keynesiano. La política de Angela Merkel no solo está llevando a Europa a la ruina, sino también a la frigidez. De mente tan diabólica no podía esperarse menos.

No obstante, ciertos irresponsables empezamos a sospechar que la crisis económica global se está convirtiendo en crisis europea. Si hacemos abstracción de este pequeño apéndice de Asia, el mundo no va tan mal. Aún más, asoman estimulantes cifras de crecimiento. Es una falta de perspectiva típicamente europea: algunos creen que el mundo se va al garete cuando lo único que se va al garete es su pensión. Por ejemplo, Ghana es el segundo país que más creció en 2011. El Tercer Mundo lleva camino de dejar de serlo, lo cual pone a los catastrofistas en aprietos. Por eso ya hablan poco de pobreza y mucho de desigualdad: es un argumento blindado, así analicen la renta de los monegascos.

El mundo no va tan mal como ellos profieren (y prefieren). Lo que va mal es una Europa desorientada, miedosa y envejecida, que padece, en palabras de Gibbon, su particular Decline and fall. Cerramos los ojos ante la realidad y nos imaginamos víctimas de Angela Merkel. Y así, mientras los alemanes trabajan y ahorran, nuestros hijos no pueden ejercitar su inalienable derecho a una vivienda digna con garaje y trastero. No, no nos faltan razones para la indignación.

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