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Columna
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El PSC, en fuera de juego

El PSC cree que puede jugar a la vez en el campo catalán y en el español, con lo cual está siempre en fuera de juego en ambos

Josep Ramoneda

No conozco a Joan Ignasi Elena ni sé muy bien quiénes son los que le acompañan en la creación de una corriente interna en el PSC. Leo que Elena y su gente proponen principalmente dos cosas: alianza de progreso y pacto fiscal. Parece mentira que haya costado tanto que alguien en el PSC llegara a esta conclusión.

El PSC lleva mucho tiempo sin saber quién es y dónde está; desde mucho antes de perder las elecciones. Por lo menos, desde la formación del segundo tripartito. Su invisibilidad y su silencio vienen del día que renunció a las palabras por los hechos, que fue un eufemismo para no reconocer su incapacidad de liderar el tripartito. En política, sin palabras los hechos se te comen y te dejan mudo. El hombre es ser de mediación y la política es una de las formas de mediación de las que dispone. Y la mediación se hace a través de los signos, de las palabras, de la comunicación. El silencio en política garantiza la lenta pero segura desaparición.

El PSC vive aferrado a sus viejos tópicos, cada vez pronunciados con la boca más pequeña: insiste en defender el federalismo, cuando en España no hay nadie más que los socialistas catalanes que quieran un Estado federal. El PSC se esconde detrás del federalismo porque no consigue superar sus complejos frente al nacionalismo catalán y frente al nacionalismo español, ante los que se siente en falta, por razones opuestas pero complementarias.

El PSC se acantona en el municipalismo, pensado estrictamente en términos de conservación de cuotas de poder, sin un proyecto de renovación y actualización de las políticas urbanas, como se ha demostrado en su obsesión por pasar de puntillas por un proyecto tan destructivo para la cultura urbana de uno de sus últimos feudos, el Baix Llobregat, como es Eurovegas. La irrupción de Jordi Martí al frente del socialismo barcelonés es el único signo esperanzador de renovación del discurso municipal. Un sector del lobby de alcaldes del partido sustenta que el PSC tiene que olvidarse de la Generalitat y volver al viejo statu quo con Convergència: poder municipal socialista, poder autonómico nacionalista. Todo partido que renuncia a gobernar en su país está condenado a la inanidad. Y el país del PSC, salvo que sus dirigentes opinen lo contrario, es Cataluña.

El PSC pierde las pocas energías que tiene con destacados miembros de su aparato conspirando en Madrid para la carrera de Carme Chacón en el PSOE, un empeño disparatado que deja clara la nula conciencia de autonomía respecto al socialismo español de un amplio sector del partido.

En este desolador panorama, mientras la dirección flirtea con el proverbial tacticismo de Duran Lleida, con la ridícula fantasía de abrir una brecha en la cohesión de CiU, Elena esgrime dos banderas: la alianza de progreso y el pacto fiscal. ¿Es el PSC un partido de izquierdas de un país que se llama Cataluña? Sí, la respuesta es afirmativa. La propuesta de Elena es de sentido común. Ser un partido catalán es asumir como espacio propio el espacio político catalán. Y si el PSC se sitúa a la izquierda, en el juego democrático le corresponde trabajar para la construcción de una alianza de izquierdas (la expresión progresista siempre me ha parecido fatua) como alternativa para alcanzar el poder. Esta alianza es denostada, desde el propio PSC, por el fracaso del tripartito. Pero el tripartito no fracasó por ser de izquierdas; fracasó por no tener proyecto, ni liderazgo ni la complicidad exigible entre sus socios. Si el terreno de juego del PSC es Cataluña, es difícil de entender que un partido se oponga a la agencia tributaria propia. Al revés, los socialistas, en vez de jugar a las rebajas, deberían practicar la carta de la exigencia, para que el Gobierno catalán no acabe vendiéndonos un apaño como pacto fiscal.

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Con estas dos banderas no basta: hay mucho trabajo de redefinición política, cultural y social que hacer. Y hay mucha urgencia de retorno del partido a la sociedad, del que está separado por demasiados cuadros que han hecho de la organización y sus batallitas su único horizonte. Pero lo peor que puede ocurrir en política es no saber en qué campo está jugando el partido. Y el PSC cree que puede jugar en el campo catalán y en el español a la vez como si fueran uno solo. Con lo cual está siempre en fuera de juego en los dos sitios.

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